Capítulo 16

2.2K 254 29
                                    

Luisita sostenía la carta en una mano y una taza de café en la otra, mientras las palabras se iban volviendo borrosas ante sus ojos. Alzó la vista hacia Amelia y volvió enseguida a bajarla hacia la carta, hasta finalizar su lectura.

-No... no sé qué decir -dijo Luisita dejando la taza de café a un lado para enjugarse los ojos. - No tienes por qué sentirte culpable, Amelia - dio en el clavo la rubia - Ella sabía dónde estabas. ¡Joder, incluso viajó a Barcelona! Podría haberte visto si hubiera querido.

-Lo sé, pero creo que sabía que yo no quería que lo hiciese - respondió Amelia, que a pesar de haber tenido toda la noche para pensarlo, la culpabilidad que sentía no había disminuido.

-¿Y te sientes culpable porque no querías que intentase verte?

-Ya sé que es una estupidez.

Luisita asintió. No sabía qué podría decir para que su amiga se sintiese mejor. Amelia tendría que hacer las paces consigo misma, aunque la rubia odiaba ver cómo se estaba castigando por algo que estaba fuera de su control. Su padre lo había echado todo a rodar doce años atrás y Amelia lo aceptó en lugar de combatirlo. Luisita tendió la mano por encima de la mesa para estrechar cariñosamente la de su amiga.

-Nada de esto es culpa tuya, Amelia. Solo eras una cría. No tuviste más remedio que aceptar lo ocurrido y seguir adelante.

Amelia contempló sus manos entrelazadas. Sin pensarlo siquiera, su dedo pulgar acarició ligeramente la suave piel de su amiga. Notó que la mano de Luisita se tensaba. Alzó la vista y miró aquellos ojos marrones que tenía frente a sí. Carraspeó y apartó la mano, comprendiendo por fin lo que acababa de hacer.

-¿Qué has planeado hacer hoy? - preguntó Luisita.

Al mismo tiempo que hablaba, cruzó las manos sobre el regazo, rozando con los dedos la zona que Amelia había acariciado. Había sido extraño, pero bonito. Como esa misma mañana cuando había despertado sintiendo la caricia de Amelia en su cara. Fue apenas un roce, pero lo suficiente como para ponerla alerta. Quiso abrir los ojos, pero aún estaba demasiado dormida. La escuchó suspirar antes de dejarle un beso en la frente y salir de la cama, dejándola sola y planteándose si había sido real o un sueño.

De repente recordó un momento, en su época del instituto, en el que notó que su corazón se desbocaba al tocar a su amiga, tal como le había ocurrido en ese momento y esa mañana. Fue en una de las escasísimas ocasiones en que habían salido los cuatro juntos, ellas y sus novios. Sebastián los llevó a los recreativos, un lugar al que ninguna de ellas quería ir.

-No sé jugar al billar, Amelia, ya lo sabes.

-Es fácil, yo te enseño.

Luisita alzó la vista, temerosa de que Sebastián interviniese en la conversación, pero este se encendió un cigarrillo y volvió a la barra para pedir unas cuantas cervezas aprovechando que era el único mayor de edad.

Gonzalo estaba sentado muy tieso en un taburete cercano a la mesa de billar, mirando a su alrededor muy nervioso.

-Creo que a Gonzalo no le gusta este sitio -susurró Luisita.

-No me extraña, estamos en el paraíso de los paletos.

-Podríamos irnos -sugirió Luisita.

-Por desgracia hemos venido en el coche de tu novio y creo que aquí se siente a sus anchas.

Amelia escogió un taco de billar y lo alzó para comprobar que estaba bien recto antes de rodarlo sobre la mesa.

-Este valdrá -dijo entregándoselo a Luisita antes de coger otro-. Gonzalo, ¿quieres jugar?

El muchacho negó con un gesto.

Llueven las lucesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora