Capítulo 23

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Volvieron a casa en completo silencio.

Amelia simulaba estar atenta a la carretera y Luisita fingía contemplar el paisaje por la ventana. Salieron de casa de los Gómez en cuanto terminaron de recoger la mesa, su madre había intentado que se quedaran un rato más, pero Luisita se dio cuenta de que no hacía más que mirar a Amelia y de que lo único que deseaba era estar a solas con ella. O hablar, tal vez. O tal vez no. Notó que la invadía un extraño nerviosismo que no sabía definir. Si algo salía de aquello que había entre ambas, tendría que ser ella la que lo pusiese al descubierto, porque Amelia nunca lo haría. Lo sabía. Igual que doce años atrás no había sido capaz de confesarle que sentía algo por ella, algo que iba más allá de la pura amistad, ahora tampoco.

Cuando la morena aminoró la velocidad, esperando a que se abriese la puerta del garaje, Luisita notó que crecía la tensión en el interior del vehículo, y supo que Amelia también lo había notado. Se preguntó si su amiga tendría miedo, ahora que sabía que estaban solas y que nadie las interrumpiría.

Salieron del coche y cerraron las puertas al unísono. Amelia le cedió el paso amablemente cuando entraron en el ascensor, aunque seguían en completo silencio. Luisita observó como los ojos miel de su amiga vagaban de un lado a otro, fijándose en lo que fuese con tal de evitar su mirada.

En cuanto la rubia abrió la puerta, Amelia dio unos cuantos pasos rápidos con la intención de escabullirse hacia su habitación. Cerraría la puerta, encendería el portátil, revisaría el correo, trabajaría... cualquier cosa antes que pensar en la mujer con la que compartía casa.

—¿Amelia? — la llamó Luisita.

Se detuvo en el pasillo, pero no se volvió. La penumbra no dejaba ver la expresión de miedo que tenía pintada en el rostro.

—¿Sí?

Notó que Luisita se acercaba por su espalda.

—Ya no tenemos diecisiete años.

Amelia tragó saliva y se dio la vuelta.

—Lo sé.

Luisita dio otro paso hacia ella.

—Amelia, ¿alguna vez te has imaginado cómo sería besarme?

La morena la miró a los ojos, envueltos en la oscuridad, pero no pudo contestar. Sentía que el corazón le latía tan fuerte que podía oír como resonaba su eco en el pasillo. Cerró los ojos, intentando serenarse.

—Respóndeme —suplicó Luisita en un murmullo.

—Sí —susurró Amelia.

En ese momento, notó que la mano de Luisita se posaba sobre su vientre y comenzaba a ascender.

—¿Te imaginabas acariciándome?

La morena notó como el pulgar de Luisita subía entre sus pechos y apenas pudo reprimir un gemido.

—¿Te lo imaginabas, Amelia?

—Sí.

La rubia se acercó aún más, y sus muslos se rozaron. La mano de Luisita temblaba mientras seguía ascendiendo por entre los pechos de Amelia y más arriba, acariciando suavemente con el pulgar el agitado pulso que latía en su cuello..

—¿Pensabas también que yo te acariciaría a ti? —susurró.

—Luisita...

—Responde, ¿lo pensabas, Amelia?

Pero Amelia no pudo soportarlo más. Sujetó a Luisita por los brazos, la llevó contra la pared y apoyó el cuerpo sobre el de ella, sujetándola allí. Se miraron con ojos igualmente ardientes. Notó que Luisita se estremecía entre sus brazos y no esperó más. Se apoderó de aquellos labios tan cercanos, aquellos labios con los que soñaba desde la adolescencia, aquellos labios que seguían hechizándola, ya adulta. Su gemido se fundió con el de Luisita cuando sus bocas se unieron por vez primera.

Llueven las lucesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora