Capítulo 6

2.2K 237 59
                                    

—Ya sabía yo que, si alguien te iba a recibir con los brazos abiertos, esos serían los Gómez —dijo Marina —. Me alegro de que hayas ido a visitarlos. Son muy buena gente.

—Sí que lo son. Eran como mi segunda familia — contestó Amelia. Ahora que Luisita le había contado que ella y Marina eran íntimas amigas se sentía más segura hablando con la castaña.

—¿Y has... has pensado en ir a ver a tu padre? —preguntó en tono inseguro.

—La verdad es que sí. Pensaba ir hoy, pero se me ha pasado el tiempo volando. Tal vez será mejor que espere hasta mañana, después del funeral.

—Estoy segura de que todo el mundo sabe que estás aquí. De hecho, me extraña no haber recibido ya una llamada telefónica — dijo con una mueca.

—¿De él?

—Sí. A ver, tu madre es la dueña del hotel, pero al faltar ella, se da por sentado que él se hará cargo de todo. No me sorprendería recibir una llamada obligándome a invitarte a irte. Tu madre era una mujer muy amable, pero tu padre... Bueno, a él se le ve como un...

—¿Perro? — la cortó Amelia con la ceja alzada.

—No pensaba utilizar un término tan fuerte.

—Viví con él durante casi dieciocho años, Marina. Lo conozco perfectamente.

—En fin, yo creo que la gente querrá llevarse bien con él, así que supongo que habrá recibido alguna visita para hacerle saber que has vuelto y advertirle.

—¿Es esa tu manera de decirme que vaya a verlo cuanto antes? — preguntó confundida.

No entendía muy bien lo que quería decirle Marina, aunque estaba claro que ella sabía mejor lo que se cocía en el hotel y en el barrio.

—Si tuviera que aconsejarte algo, sería que no vayas a verlo, ni hoy ni nunca. Por lo que sé es un hombre muy rencoroso, no quiero ni imaginarme lo que acabaría diciéndote — dijo haciendo reír a Amelia.

—Tan sólo es mi padre de nombre, no siento nada por él, ni cariño, ni pena, ni nada. Quizás cierto odio lejano, pero estoy segura de que no puede decirme nada que me haga daño, ya lo hizo hace doce años, ahora no podrá conseguirlo — contestó segura.

Tal vez, si la situación hubiera sido al revés y su madre estuviera en aquel hospital, estaría más vulnerable y sus sentimientos serían diferentes, pero con Tomás Ledesma no había sitio para ninguna emoción.

—No lo subestimes, cariño — dijo Marina agarrando su mano por encima de la mesa.

Parecía que intentaba advertirle de algo, aunque no terminaba de decirle nada en claro.

—No le tengo miedo, de verdad.

—Está bien, pero si quieres disfrutar de la cena con los Gómez, déjame decirte que dejes la visita para otro día.

—En eso estoy de acuerdo — contestó Amelia con una sonrisa—. Me pasaré por allí mañana, después del funeral. ¿Qué te parece?

—Creo que es una buena idea. ¿Te imaginas cómo se sentirá en estos momentos al tener que perderse la oportunidad de ser el centro de atención? Estoy segura de que estará mordiéndose las uñas, allí en el hospital, donde nadie puede ver su dolor.

—¿Te refieres a dolor físico o a sus sentimientos? — quiso saber, por lo que tenía entendido su madre y él no tenían tan buena relación como querían hacer ver.

—Al físico. Aunque estoy segura de que habría montado un buen espectáculo en el funeral.

—¿Qué quieres decir? — preguntó curiosa.

Llueven las lucesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora