Capítulo 14

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Luisita apartó las sábanas de un golpe, harta de luchar contra el intranquilo sueño que por fin había conseguido echarla de la cama. Todavía era muy temprano, no tenía que ir al Kings hasta media mañana para recepcionar un pedido, pero recordaba que Amelia era muy madrugadora así que se levantó. Se daría una ducha y prepararía café antes de que la morena se pusiera en movimiento. Salió de la cama con la camiseta gigante que usaba para dormir y se dirigió al baño aun frotándose los ojos. En cuanto abrió la puerta del baño descubrió a Amelia, desnuda de la cabeza a los pies desenredándose frente al espejo.

Luisita se quedó clavada en el sitio por la sorpresa, mientras sus ojos recorrían el cuerpo de Amelia. Su mirada bajó desde sus pechos menudos a sus piernas torneadas, admirando el tono tostado de su piel que siempre había envidiado.

La rubia tragó saliva y se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento desde que había abierto la puerta. En ese momento, Amelia alzó la vista y se la encontró allí, mirándola.

—¡Joder, Luisita! Que susto, creí que seguías dormida —dijo, al tiempo que cogía una toalla para taparse.

Luisita sonrió. Amelia siempre había sido muy pudorosa. Al parecer, en eso no había cambiado mucho.

—No podía dormir más, venía a ducharme.

—Ya, bueno, pero... lo siento — respondió avergonzada sin saber porque pedía perdón realmente. Luisita se echó a reír.

—Relájate, Amelia, ya te he visto otras veces.

Y justamente esa frase hizo que no se relajara en absoluto. Enrojeció y se marchó rápidamente a su habitación. Se había pasado media vida con Luisita y se habían visto de mil maneras distintas, menos en su último año de instituto donde evitaba cambiarse delante de la rubia porque estaba segura de que su cuerpo dejaría traslucir el deseo que sentía por su amiga. Sobre todo, porque Luisita no hacía otra cosa más que pasearse medio desnuda frente a ella. Había sido una tortura, una verdadera tortura.

Luisita seguía sonriendo en la ducha, divertida por su encuentro inesperado con Amelia. La morena tenía un cuerpo precioso y no podía comprender por qué se avergonzaba tanto. En ese momento se quedó inmóvil, mientras su mente regresaba a la época del instituto: ella nunca se había avergonzado de su cuerpo, ni había sentido el menor reparo en vestirse frente a Amelia. Y, si lo pensaba bien, la morena tampoco lo sentía, al menos al principio. Pero ese último año le pareció que Amelia evitaba desnudarse frente a ella y también estar presente mientras su amiga se vestía.

Entonces lo comprendió todo: había descubierto ya que era lesbiana y se sentía avergonzada.

—¡Oh, Amelia! —murmuró.

Movió la cabeza de un lado a otro, preguntándose qué pensamientos habrían torturado a Amelia en esa época. Sin duda estaría muy asustada y temerosa de perder su amistad. Luisita se preguntó qué habría hecho si Amelia le hubiese contado su secreto. ¿Habría tenido miedo de ella? Imposible, era su mejor amiga. Nunca la habría rechazado, pasase lo que pasase.

Cuando Luisita volvió al salón, se tapó los ojos de forma cómica antes de preguntar:

—¿Has encontrado la ropa?

Amelia le arrojó un cojín, aún avergonzada.

—Eres idiota — oyó decir a su espalda.

—Y deja de ponerte colorada. Tienes un cuerpo precioso, Amelia, siempre lo he pensado — dijo yéndose hacia la cocina antes de que la morena pudiese replicar, dejándola con la boca abierta.

Llueven las lucesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora