Capítulo 7

1.9K 222 34
                                    

—Ha sido estupendo volver a ver a Amelia, ¿verdad? —dijo María mientras ayudaba a Luisita a recoger. Se habían quedado las tres hermanas recogiendo el bar y habían mandado al resto de la familia a descansar. Amelia también se había marchado ya, a la mañana siguiente le esperaba un día duro.

—Sí que lo ha sido. Fue casi como en los viejos tiempos —contestó Luisita. Se había sorprendido mucho al ver cómo, después de doce años de separación, ambas habían podido hablar y bromear como si no hubiese pasado ni un día.

—¿Le... le contaste algo? — quiso saber María, la rubia negó con un gesto. Lola las escuchaba mientras fregaba algunos vasos.

—No pudimos estar a solas durante mucho rato. Además, no tengo claro si quiero o no sacar todo eso a relucir.

María la agarró del brazo cuando pasaba a su lado, apretándolo cariñosamente.

—Tú misma me dijiste que Amelia era la única persona a la que podías contárselo todo. Y sé muy bien que nunca has hablado con nadie de esto.

—¿Cuánto tiempo ha pasado ya? ¿Ocho años? Creo que lo tengo más que superado —insistió Luisita.

—De eso nada. Lo has mantenido ahí dentro, embotellado, como si una pudiese volver a ponerle el corcho a una botella de vino malo y esperar a ver si algún día se convierte en un rico Chardonnay.

—¿Estás comparando mi vida con una botella de vino malo? — preguntó con una mueca.

—Sabes perfectamente lo que quiero decir, Luisi. Tienes que abrirte, sacarlo afuera y comenzar de nuevo.

Tenía razón María y ella lo sabía, pero no era tan fácil. No después de todo lo que había tenido que pasar, ahora le daba pereza el hecho de tener que conocer a alguien, además de que no podía obviar la desconfianza que sentía en cuanto algún chico se acercaba.

—¿Has pensado siquiera en volver a salir con alguien? No puedes pasarte sola toda la vida tan sólo porque un gilipollas te hiciera daño — interrumpió Lola. 

Luisita se volvió lentamente, no sin antes ver la cara de María, que al igual que ella no parecía muy de acuerdo con lo que había dicho su hermana.

—No es que el mundo rebose de hombres adecuados, Lola, por mucho que yo quisiera salir con alguien... que no es el caso —añadió poniendo los ojos en blanco.

—Ahí es adonde quería yo llegar: que no quieres. Y eso no está bien, Luisi. Tienes que buscar a alguien, tienes ya treinta años. Es hora de que tengas tus propios hijos, para que pueda yo intentar compensar el daño que les has hecho a los míos — terminó intentando bromear, aunque la rubia sabía que lo decía muy en serio. Lola era la más tradicional de sus hermanas y no pararía hasta verla saliendo de nuevo con alguien, estaba segura.

—¿Qué quieres decir?

—¡Lo sabes de sobra! Los malcrías terriblemente, ya no puedo controlarlos siquiera. Ten tú un par de niños y te devolveré el favor — dijo Lola haciendo reír a Luisita y María. 

La rubia detuvo un momento sus quehaceres para dar a su hermana un beso en la mejilla.

—Gracias, hermanita, pero me gusta todo tal y como está ahora. Así no tendré que pagarles la universidad.

—Pues como no te andes con cuidado enviaré a las gemelas a vivir contigo — amenazó señalándola con un cuchillo.

—¿Sabes cuánto tiempo piensa quedarse? — preguntó María.

—¿Amelia? No lo ha dicho. Supongo que se irá el fin de semana, claro que si va a ver a su padre puede que decida irse antes. Sería bastante comprensible — dijo con un escalofrío. 

Tomás Ledesma le había dado miedo desde que era pequeña, le resultaba desagradable y autoritario y su amiga nunca hablaba demasiado bien de él lo que no ayudaba a mejorar la imagen que tenía.

—Ya te digo. ¿Te imaginas a cuántas enfermeras  habrá hecho llorar? — cuestionó su hermana mayor con una mueca.

—¿Creéis que habrá ido alguien a verlo? Quiero decir, ¿tiene amigos?

—Claro que tiene amigos — contestó Lola rápidamente — Todos esos pijos con cochazos que nos miran por encima del hombro.

—Ah, claro, por supuesto. ¿En qué estaría yo pensando? — dijo con retintín.

—¡No me digas que te da lástima! — exclamó asombrada María.

—No, no me la da: lo que pienso es que es una vergüenza que sea ella quien haya muerto, ¿sabes? Era una buena persona.

Siempre lo había pensado. Devoción no tenía nada que ver con Tomás Ledesma, cada vez que la veía tenía una mirada, un gesto o una palabra de cariño. Después de que pasara lo de Amelia, cuando se habían cruzado, agachaba la cabeza, avergonzada. Luisita podía ver eso, podía ver que no era feliz, que estaba igual de sometida que algún día lo había estado Amelia. No era justo.

—Para vivir con él hay que ser casi un santo — sentenció Lola.

Más tarde, mientras conducía de vuelta a casa, Luisita se vio desbordada por los recuerdos de infancia, y se echó a reír al evocar la multitud de aventuras a las que había arrastrado a Amelia.

   

—No nos meteremos en ningún lío, Amelia, porque nadie se enterará.

—Aquí sólo vienen los chicos mayores —insistió Amelia.

—Nosotras somos mayores.

—¡Tenemos doce años!

—Exacto. Y aún puedo sonarle los mocos de un guantazo a Marcos, el cara cuadrada.

Amelia se imaginó lo que ocurriría si "El Caracuadrada" las pillaba en su lugar preferido del parque. Era tres años mayor que ellas, y por alguna extraña razón disfrutaba atormentándola.

Luisita había acudido a rescatarla en más de una ocasión. La última vez hizo sangrar la nariz del chico de un certero puñetazo en el rostro, pero dudaba que pudieran volver a tener la misma suerte.

    

Luisita rio a carcajadas dentro del coche. Hacía años que no lo recordaba. Y sí, aquel día las pillaron en el muro del parque donde paraban Marcos y sus amigos y habían terminado metidas en una pelea de la que tuvieron que salir por patas. Amelia estaba cansada de decírselo, le daba igual lo que le dijeran, pero Luisita no dejaba pasar ni una y casi siempre andaba metida en algún lío por defenderla.

Amelia también la había metido en más de un problema, casi siempre para escapar de algún plan que sus padres habían decidido sin preguntar y Luisita la ayudaba sin preguntar. En eso consistía su amistad, en seguirse en todas las ideas descabelladas que se les ocurrían y en divertirse recordándolas, como hacía ahora.

Sin embargo, recordó el último año de instituto y como su relación empezó a cambiar. Amelia empezó a salir con Gonzalo y Luisita tonteaba con Sebastián, los chicos no podían verse el uno al otro, lo que provocó que no salieran nunca los cuatro juntos. Eso por no mencionar como la morena odiaba a Sebastián, en más de una ocasión había intentado convencerla para que lo dejase, pues creía que no era bueno para ella. Al final resultó que tenía razón. 

Llueven las lucesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora