Capítulo 19

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Cuando Amelia despertó, sintió unos brazos rodeándola y solo pudo acurrucarse un poco más mientras las imágenes de la noche anterior volvieron a su mente. Luisita acariciándola en el coche, Luisita preocupada por su reacción, Luisita preguntando si le pasaba algo… No había que ser muy lista para saber que la rubia se olía algo, o al menos eso era lo que le hacía pensar las preguntas que le había hecho cuando entró en su habitación.

Se quedó un rato observándola dormir, tranquila, abrazándola como tantas veces hicieran siendo niñas. La diferencia era que el corazón de Amelia ahora latía desenfrenado y cada vez le costaba más controlar sus sentimientos. Decidió levantarse de la cama porque cada segundo entre los brazos de Luisita se le hacía más difícil.

Cuando la rubia salió de su dormitorio, se encontró con Amelia sentada en la mesa, estudiando detenidamente los informes que Nacho había imprimido para ella, y con su pequeño ordenador al alcance de la mano. Se acercó por la espalda y posó suavemente la mano sobre su hombro.

Amelia alzó la vista y le dedicó una breve sonrisa.

—Buenos días.

—¿Llevas mucho tiempo levantada?

—Una hora o así. Llevaba un rato despierta y no quería molestarte —confesó Amelia algo sonrojada.

Luisita se sentó y le agarró la mano.

—¿Estás mejor?

—Si y lo siento, Luisita. Colapse y se me fue de las manos.

La rubia asintió y le sonrió tranquilizadora. Si Amelia quería seguir contándole esa película, no iba a ser ella la que se lo negara.

—¿Quieres otra ronda? —preguntó inclinándose a recoger su taza de café, caso vacía.

—Si, me la iba a echar ahora. No hace falta que me sirvas.

—Esto no es servirte, Amelia, ni que te fuera a llevar el desayuno a la cama —rio Luisita.

Amelia la vio alejarse mientras se imaginaba tendida sobre la cama, desnuda, esperando a Luisita. Y no sería una bandeja de desayuno lo que estaría esperando. Cerró los ojos y ahuyentó aquella imagen. En los últimos días sus pensamientos habían tomado un sesgo decididamente sexual, y no sabía muy bien cómo detenerlos.

—Estás nerviosa, ¿no? —dijo Luisita desde la cocina.

—Un poco —admitió.

La rubia dejó la taza de café a su alcance y se sentó de nuevo frente a Amelia.

—¿Quieres hablarlo? — preguntó con cautela, no quería ser invasiva.

Sí, necesitaba hablarlo, pero por desgracia no sabía si podían volver a actuar con normalidad o tenían que hablar de todo lo que había pasado anoche. Menos mal que Luisita acababa de resolver su duda.

—¿Sabías que Nacho sólo gana cuarenta mil al año?

La rubia enarcó las cejas.

—Por aquí eso es un sueldo excelente.

—Hay directivos que ganan más de cien mil euros, cerca de doscientos si contamos todos los extras. Y bueno, Nacho va a ser el presidente de la empresa, debería cobrar más. Aunque no es solo eso, es todo lo que un directivo lleva detrás, desde ayudantes hasta dietas y alojamiento. Estoy cansada de leer y aún me queda la reunión de esta tarde — dijo quitándose las gafas y frotándose los ojos.

A Luisita ese gesto le pareció adorable y debió reflejársele en la cara porque Amelia sonrió tímidamente.

—¿De verdad te apetece todo eso? — preguntó la rubia haciéndola reír.

—La verdad es que no soy lo que se dice carne de sala de reuniones. Lo único que quiero es establecer unas cuantas reglas básicas, y esperar que todo vaya como la seda cuando yo no esté.

—¿Te vas? —exclamó Luisita mirándola a los ojos.

—Luisita, algún día acabarías cansándote de tener una compañera de piso — dijo alargando su mano y posándola sobre la de su amiga — Además, no puedo quedarme aquí para siempre. Natalia me atosigará de aquí a nada para que empiece con los guiones.

—Pero ¿y qué hay de todo lo de aquí?

—Si mi padre impugna el testamento, puede pasar mucho tiempo antes de que todo se resuelva. Aunque supongo que el Grupo Ledesma es indiscutiblemente mío.

—¿Y eso es todo? ¿Qué pasa con todo lo demás?

¿Qué pasa conmigo?

—Si Quintero acepta que Nacho sea presidente, podré contar con los dos para que vaya todo en orden. De todas maneras, haré que David viaje hasta aquí para supervisarlo todo.

Amelia no había entendido su pregunta o no la había querido entender, Luisita no estaba segura, pero tampoco había querido aclarárselo. Si la morena pensaba volver pronto a París, era mejor así.

—¿David? — preguntó confundida.

—Es mi abogado. No es que no me fíe de Quintero, pero no sé a quién es leal en realidad. A David lo conozco desde la universidad.

Luisita apartó la vista, dolida. No le estaba gustando el cariz que estaba tomando aquella conversación con Amelia contando con su abogado. Parecía que esa noche había tomado una decisión.

—Vas a venderlo todo, ¿verdad?

—Es lo que debería hacer si tengo algo de sentido común.

—En fin, supongo que no puedo culparte. Te han endosado una tremenda responsabilidad — dijo antes de ponerse en pie y salir.

Amelia la dejó marchar. No sabía qué decirle. Vender era lo más sensato, pero estaba la carta que su madre le había escrito, y la persistente culpabilidad de la que no era capaz de librarse. Era obvio que Luisita no deseaba que vendiese, pero Amelia sabía cuáles eran sus razones, y no tenían nada que ver con el negocio. Era una excusa para mantenerla allí. ¿Quién podría culparla por ello? Por lo que Luisita sabía, Amelia se marcharía y sus vidas volverían a seguir rumbos separados. Sí, vender era lo más lógico para poder desaparecer de la vida de Luisita antes de estropearlo todo haciendo algo completamente inapropiado. Aunque no dejaba de resultarle doloroso el pensar en marcharse de allí y tener que dejar de verla. Amelia apoyó la barbilla en la palma de la mano y cerró los ojos. Sí, era muy doloroso pensar en volver a quedarse sola.

¿Podría quedarse en Madrid? Seguramente Natalia la mataría, pero estaba segura que no le faltaría el trabajo, era una actriz bastante conocida. Pero ¿podría vivir allí sabiendo que Luisita y ella nunca serían más que amigas? Ya sabes la respuesta.

Debía acudir a esa reunión para poder dejarlo todo en manos de Nacho y volver a París cuanto antes.

Llueven las lucesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora