Capítulo 27

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Amelia conducía obligándose a recordar el límite de velocidad. La cena había sido interminable. Se preguntó qué habrían pensado Lola y María del silencio de Luisita y ella mientras cenaban.

Estuvieron en silencio, sí, pero sin poder dejar de mirarse la una a la otra. Echó una mirada de reojo y vio a la rubia con la vista al frente, aunque sabía que su mente estaba muy lejos de ese coche.

Amelia sujetaba con fuerza el volante, con los ojos fijos en el vehículo que iba delante de ella. Se preguntó si conseguirían siquiera hablar. Las miradas que se habían cruzado en la cena sugerían que no. Los ojos de Luisita ardían, provocadores, y lo único que la morena podía hacer era intentar mantener la respiración regular. De hecho, apenas podía quedarse quieta en su asiento. Los ojos de Luisita prometían tantas cosas... No podía esperar a estar a solas con ella.

Habían hecho el amor la noche anterior, sí, pero había sido de un modo indeciso, titubeante al principio. Era algo nuevo para ambas, pues cada una hubo de aprender lo que le gustaba a la otra. En cambio, esa noche ya no habría titubeos. Pudo notarlo en cada una de las miradas que Luisita le dedicaba. La vista se le nubló al imaginarse a la rubia recorriendo su cuerpo, aquella ardiente boca localizando todos sus lugares ocultos, moviéndose entre sus muslos hasta hacerla llegar al orgasmo. Tranquilízate.

Para cuando llegó a la entrada de la casa de Luisita, estaba casi temblando de nerviosismo y expectación. Se montaron en el ascensor en completo silencio y cerró los ojos intentando recuperar algo de control sobre su cuerpo. Sin embargo, cuando volvió a abrirlos Luisita estaba allí, esperando.

—Ven conmigo, Amelia.

Aquellas palabras pronunciadas en voz tan baja prometían un mundo. Asintió y siguió a Luisita. La rubia no se molestó en encender las luces: aferró la mano de Amelia y atravesó con ella la casa. La morena no protestó, pero cuando entraron en el dormitorio de Luisita apenas podía respirar. El corazón le latía con tal fuerza en el pecho que era ya casi doloroso.

Sin embargo, no tuvo tiempo para pensar. Luisita se volvió hasta colocarse frente a ella y sus manos ascendieron por los brazos de Amelia mientras daba el único paso necesario para que sus cuerpos se tocasen.

La morena gimió al tiempo que la atraía hacia sí, y sus labios buscaron afanosamente hasta encontrar la boca de Luisita, una boca tan hambrienta como la suya. Amelia sintió que le flaqueaban las piernas cuando unas cálidas manos se colaron bajo su camisa.

Luisita se apartó apenas un instante para mirar fijamente a Amelia.

—Quiero follarte hasta que me supliques que pare — musitó.

—Luisita...

Sus manos ascendieron hasta cubrir los pechos de Amelia. Sabía ya que no habría sujetador alguno que se lo impidiese.

—Quiero hacerlo como tú me lo hiciste anoche —añadió, gimiendo al notar que los pezones de Amelia se endurecían todavía más—. Quiero…  —Cerró los ojos mientras una de sus manos cruzaba el cuerpo de Amelia hasta colarse descaradamente entre sus muslos. La morena se apretó contra aquella mano, y Luisita pudo casi sentir la humedad a través de la tela vaquera. — probarte, Amelia…

La morena dejó escapar un gemido y empujó la mano de Luisita más fuerte contra su centro. Las rodillas se le quedaron literalmente sin fuerzas, pero la rubia estaba allí para sostenerla. Volvió a encontrarse con su boca, pero fue la lengua de Luisita la que salió a presentar batalla, dejando pocas dudas acerca de quién controlaba la situación.

Luisita ya la había desnudado antes de que pudiese siquiera pensarlo. A continuación, Amelia se quedó mirando cómo Luisita se desprendía de las últimas prendas de ropa que le quedaban.

El lecho se hundió suavemente bajo su peso, y se relamió, expectante, contemplando cómo Luisita venía hacia ella.

—Esta noche eres mía —murmuró Luisita, al tiempo que sus labios se cerraban sobre su pecho.

—Siempre he sido tuya —musitó.

Cerró los ojos, abandonándose a Luisita mientras la húmeda boca de ésta iba trazando un camino de descenso por su cuerpo. Unas expertas manos le separaron los muslos, y Amelia se estremeció al notar que aquella boca le cubría el sexo.

En ese instante supo que nunca volvería a ser la misma.

Llueven las lucesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora