Capítulo 25

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Luisita colgó el teléfono, furiosa consigo misma por haber sido tan brusca con Amelia. No era culpa suya: Amelia no había hecho nada malo. Había sido ella la que prácticamente la asaltó en el vestíbulo la noche anterior, quien tomó la iniciativa, quien se la llevó al dormitorio. No, de ser por Amelia, nunca habrían cruzado la línea que separaba su amistad de algo más.

Algo más... lo que habían compartido la noche anterior estaba lejos de la amistad y sólo de pensarlo, Luisita sintió que le fallaban las piernas y tuvo que aferrarse a la barra para no caerse mientras las imágenes de cada beso y cada caricia se sucedían sin pausa en su cabeza.

Cerró los ojos. Todavía podía sentir la boca de Amelia sobre su piel, seguía notando el sabor y el aroma de Amelia, como cuando su propia boca le recorría el cuerpo.

Sin embargo, la sonrisa se esfumó en cuanto recordó lo grosera que había sido con ella. Y todo porque se sentía... ¿avergonzada?

¿Avergonzada por haber hecho el amor con ella? Ya no estaba nada segura de cuál era el motivo por el que había huido aquella mañana. ¿La culpa? No, no era nada de eso, sin embargo, había pensado que era lo mejor.

Luisita se sintió decepcionada con el paso de las horas al no recibir ningún mensaje de Amelia. Decepcionada, pero no necesariamente sorprendida. Seguramente, la morena le estaba dando su espacio y Luisita pensó que no necesitaba tanto. ¿Quién te entiende?

Negó sonriendo. Lo estaba haciendo fatal.

Se dio cuenta de que ya había superado la conmoción inicial que sintió al advertir que acababa de hacer el amor con Amelia. El día anterior, la noche anterior, lo había visto todo tan claro...

Sin embargo, con la luz del día le entró el pánico. Y ahora... bueno, ahora había tenido todo el día para acostumbrarse a la idea, para aceptarlo.

Además, lo que Amelia y ella habían hecho la noche anterior no había sido más que la expresión física de lo que sentían la una por la otra, de lo que habían sentido años atrás y que desde luego seguían sintiendo ahora, ya adultas.

Cuando Amelia la tocó, cuando le hizo el amor, Luisita descubrió de pronto que todo lo que había sentido por ella tenía sentido, que encajaba: su total disposición para seguirla a todas partes, cuando era niña, por el puro placer de estar con ella; y más tarde, ya adolescente, sus enormes deseos de que Amelia la tocase. Ambas habían estado tan apegadas la una a la otra que para ellas era algo completamente natural tocarse mientras charlaban. Y ahora de adultas, esa necesidad de tocar y ser tocadas era más fuerte que nunca.

La noche anterior habían dejado de resistirse a esa urgencia. Ya no podían reprimirse más. Sin embargo, Luisita no tenía ni la menor idea de lo que iba a suceder a continuación. Por eso deseó que Amelia le escribiera, la llamara, que quisiera hablar con ella...

Miró el reloj y se dio cuenta de que se le había pasado la hora de la comida, perdida en sus pensamientos, entre pedidos y cuentas que no lograba cuadrar. Y así la encontró Lola.

-¿Se puede? - preguntó su hermana entrando en su despacho.

-¿Qué haces aquí?

Lola la miró extrañada por la pregunta.

-Esta mañana me has llamado y me has dicho que venías a comer al bar y te he estado esperando, así que viendo que no aparecías me he acercado a ver si estaba todo bien. ¿Qué tal? ¿Mucho lio?

-No, lo normal. Se me ha ido el santo al cielo con el papeleo - dijo intentando excusarse.

Ni siquiera se había acordado que había quedado con su hermana. Había salido de su casa con tanta prisa, que no había cogido nada para comer. Menos mal que tenía siempre disponible El Asturiano.

Llueven las lucesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora