Capítulo 4

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—Siéntate, por favor —ofreció Quintero señalando el pequeño sofá de cuero; a continuación, fue a buscar dos vasos —. ¿Whisky o coñac?

—Coñac, por favor.

Le ofreció un vaso y después se sentó junto a ella en el sofá. Amelia bebió un sorbo en silencio mientras observaba el despacho repleto de libros de leyes.

—Has cambiado muchísimo en estos últimos doce años, Amelia, y lo digo como cumplido. La chica que yo recordaba se ha convertido en una mujer.

—Gracias.

—¿Me permites preguntarte cómo te las arreglaste? Por supuesto, si crees que no es asunto mío no tienes más que decírmelo — preguntó educadamente el abogado. 

Amelia se encogió de hombros.

—Al principio fue duro, muy duro. Trabajé de camarera durante un año, ahorrando hasta el último céntimo y durmiendo donde podía hasta que entré en el Institut del Teatre. Iba a clases de día y trabajaba de noche... solo puedo decir que salió bien — dijo repitiendo el gesto.

—Estoy convencido de que tu madre siempre esperó que te pusieses en contacto con ella, a espaldas de tu padre. Los primeros años, cuando no conseguían localizarte, estaba fuera de sí, y culpaba de todo a tu padre. Si no fuese por todo lo que les importaba la opinión de los demás, estoy seguro de que se hubieran divorciado. Con los años, su relación se fue deteriorando — contó él. Carraspeó un poco antes de seguir — Perdón, probablemente nada de esto te interese.

Era cierto. Amelia no quería ser mal educada, sabía que Justo había sido el abogado de su madre durante veinte años y que la conocía como nadie, pero aún así, nada de aquello le importaba. Hacía años que se había distanciado de su familia y se sentía ajena a toda esa historia.

—La verdad es que todo eso me da igual.

—Tal vez esto no te importe, pero tu madre se sentía muy orgullosa de ti — dijo en un último intento de ablandar el corazón de la morena.

—¿Orgullosa? ¡Yo era la deshonra de la familia! De hecho, no me habló en las dos últimas semanas que estuve aquí. ¡Me daba la espalda! — terminó indignada.

—Bueno... para ella fue toda una conmoción, Amelia. Era una mujer de otros tiempos.

—De eso estoy segura, sobre todo porque quiso casarme con Gonzalo y lo tenía todo medio arreglado con sus padres.

—Eso fue cosa de tu padre y el de Gonzalo. Solo pensaban en juntar sus fortunas, pero les salió el tiro por la culata — rio antes de tomar un sorbo de su bebida. Amelia lo miró expectante esperando saber que le parecía tan gracioso — Gonzalo es gay.

La morena abrió los ojos, atónita.

—¿En serio? Qué ironía. Ahora entiendo tu risa — contestó aguantando una carcajada. 

Se imaginaba la reacción de sus padres al saber que el novio que le habían prácticamente impuesto también era homosexual. Tenía que haberse dado cuenta, pensó recordando las inocentes citas que tenía con él. Siempre había pensado que era ella la que se conformaba con mantener su relación sin ir a más cuando al parecer Gonzalo estaba encantado con aquello también.

—La situación fue bastante extraña — interrumpió sus pensamientos Quintero — Te enviaron lejos por ser homosexual y unos años después se enteraron de que Gonzalo también lo era. Aunque a tu madre todo eso le sirvió para abrir los ojos — la morena lo miró interrogante por lo que continuó — Los padres de Gonzalo lo aceptaron con total normalidad, no se armó ningún escándalo ni hubo rumores. Devoción se dio cuenta de todo lo que había montado Tomás a tu alrededor.

Amelia se quedó pensativa. No le sorprendía, lo único sorprendente había sido la reacción de sus padres en pleno siglo XXI.

Quintero se puso en pie y fue hacia su escritorio; recogió una gran carpeta y comenzó a darle vueltas entre sus manos.

—Tengo algo para ti — dijo nervioso — Y también me gustaría hablar de unas cuantas cosas — terminó dándole a entender a Amelia que ahí estaba el motivo por el que la había hecho volver.

La morena lo miraba con los ojos muy abiertos, atenta mientras Quintero abría la carpeta y sacaba un sobre blanco con su nombre pulcramente escrito. Amelia reconoció la letra de su madre después de tantos años, y se puso nerviosa por saber que pondría allí dentro.

—Tu madre escribió esto para ti, hace años. Tal como te he dicho, estaba orgullosa del éxito que habías alcanzado sin su ayuda — explicó el abogado, entregándole el sobre.

Amelia se quedó unos segundos contemplando su nombre, antes de dejarlo sobre el regazo. No tenía ni la menor idea de lo que querría decirle su madre. Tal vez deseaba disculparse. Bueno, ya lo leería más tarde, si es que lo hacía.

—Y este es su testamento — continuó Quintero, refiriéndose a la carpeta que sujetaba al ver que la morena no tenía intención de abrir el sobre — Más tarde haremos una lectura formal, pero he pensado que tú deberías enterarte antes que los demás. Va a haber problemas, de eso no hay duda.

—¿Problemas? — preguntó extrañada.

—Sí. Ha dejado una buena cantidad de dinero para tu padre, desde luego, pero el resto de su fortuna, la compañía y un par de propiedades más te las ha dejado a ti.

—¡¿Cómo?! — casi gritó, sobresaltada. No esperaba recibir nada, pero mucho menos que el Grupo Ledesma, la compañía que su abuelo había fundado con tanto cariño, le perteneciese en ese momento.

—Tu tío, que lleva la parte de hostelería y restauración, puede impugnar el testamento. Él no poseía más de un cuarenta por ciento de toda la cadena, pero debes comprender que no era más que una diminuta porción del Grupo Ledesma. Y, además de tu tío, puedes estar segura de que tu padre también lo impugnará.

—¡Joder, Justo! ¿Cómo se le ocurrió mencionarme en su testamento? — preguntó aún sorprendida.

—Podría pensarse que fue un intento de compensarte por lo que ambos te hicieron, pero en realidad fue porque ella te quería de veras.

—Pues no piensos aceptarlo. ¡No necesito su dinero y además no lo quiero!

—Lo comprendo. Yo no soy más que su abogado y albacea testamentario, encargado de cumplir sus deseos. Si decides vender el negocio o cedérselo a tu tío o a tu padre, es cosa tuya. Probablemente no tienes ni la menor idea de lo que vale, pero es mucho, Amelia. Sus negocios no se limitaban a la cadena hotelera, ya no. Tal vez si te das un poco de tiempo para digerir toda esta información, acabes decidiéndote a aceptarlo.

Amelia se puso en pie y comenzó a recorrer el despacho de un lado a otro. Esto sí que no se lo esperaba. ¡Menuda ironía! Si a su padre no le daba un ataque con sólo saber que estaba en Madrid, esta noticia lo mataría.

Amelia no sabía qué decir.

—¿Mi padre lo sabe?

—No. Él cree que va a heredarlo todo.

—¡Dios mío! —murmuró Amelia.

Justo sonrió.

—No; al padre Arturo lo dejó fuera del testamento.

Llueven las lucesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora