Capítulo 24

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Luisita despertó primero, con la sensación del peso de otro brazo que le rodeaba la cintura. Hubiese sabido que era Amelia la que la estaba abrazando incluso en el caso de que los sucesos de la noche pasada no siguiesen frescos en su mente, porque sería capaz de reconocer el tacto y el olor de Amelia en cualquier parte.

Cerró lentamente los ojos, intentando ahuyentar el ataque de pánico que tenía la certeza de estar a punto de sufrir. La noche anterior no había tenido tiempo de pensar. Lo único que deseaba era que Amelia la acariciase, y acariciar ella la suave piel de su amiga. Nada más tenía importancia. Sin embargo, ahora que la luz del sol comenzaba a colarse por entre las persianas, la realidad la golpeó.

Tenía que huir de allí. No podía mirar a Amelia a la cara en esos momentos.

¿Qué iba a decirle? ¿Qué había sido un error? No; lo había vivido como algo demasiado perfecto para que fuese un error. Perfecto y acertado. Sin embargo, ¿ahora, qué? ¿Era lesbiana? No me jodas.

Movió la cabeza de un lado a otro. No estaba preparada para enfrentarse a ello en esos momentos. No estaba preparada para hablarlo. De modo que hizo lo único sensato que se le ocurrió.

Huyó.

* * * * *

Amelia rodó sobre sí misma, notando el cuerpo placenteramente molido. Supo que estaba sola incluso antes de abrir los ojos. Aunque al principio se sintió decepcionada, pronto se dio cuenta de lo tarde que sería: Luisita debía de estar ya en su trabajo. De modo que apartó las mantas de golpe y se desperezó, dejando escapar un gemido de satisfacción cuando los recuerdos de la noche pasada inundaron su mente.

Hemos hecho el amor.

Se había acostado con Luisita. Ni en sus mejores sueños, pensó que ese día llegaría y, sin embargo, la noche anterior la inexperta Luisita se había adueñado de lugares de su cuerpo que ninguna mujer había poseído antes de ella. La rubia había sabido exactamente cómo tocarla.

Era como si... como si Luisita lo hubiese hecho mil veces. Se dio una ducha y se visitó. No había café preparado ni tampoco nota alguna. De hecho, casi no había pruebas de que la rubia hubiese estado allí.

Mientras se hacía el café, miró a su alrededor, pensativa, preguntándose qué estaría pensando Luisita, qué sentiría en aquellos momentos. Era una pena que no la hubiese despertado para poder hablar, porque sin duda lo necesitaría.

Pensó en escribirle algún mensaje, saber que pensaba… pero lo desechó. Por whatsapp no iba a tener ni idea del tono, así que rebuscó en los cajones del escritorio de Luisita, intentando encontrar alguna tarjeta de su trabajo. Dio con el número del Kings y lo marcó.

Una involuntaria sonrisa le iluminó el rostro al oír la voz de Luisita.

—Kings Road Club, ¿dígame?

—Buenos días —susurró, obteniendo silencio del otro lado.

—Hola —se oyó por fin. Amelia enarcó las cejas. Lo sabía.

—Si te hubieses quedado un ratito, podríamos haber hablado sobre lo sucedido —musitó—. ¿Estás bien?

Oyó un largo suspiro y un suave carraspeo.

—No estoy segura.

Amelia cerró los ojos, imaginándose todo lo que se venía. Seguramente la rubia se arrepentiría y le pediría que se alejase.

—¿Debo pedirte perdón?

—¿Perdón? Me parece que lo que sucedió ayer noche fue cosa mía — susurró Luisita, y a continuación volvió a carraspear—. Ahora no es buen momento para hablar.

—Lo comprendo.

—Esto... hasta luego.

Amelia asintió y se quedó escuchando la señal de fin de llamada unos segundos antes de colgar.

—Supongo que se ha puesto histérica —murmuró.

Mierda.

Llueven las lucesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora