Capítulo IV

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Otra pelea con él, otra pelea con papá.

Quería que me sentara con ellos de una forma civilizada, que comiera mi cena de manera tranquila y que termináramos hablando de su hija como si fuera una Diosa a la cual debía rezarle sin falta.

Como cada jodido día.

En estos momentos estaba sentada en la mesa al lado de Charlotte y en frente de John y Carla, todo estaba, increíblemente, silencioso. Lo único que se escuchaba eran los cubiertos chocando con los platos al cortar la comida.

De la nada, Carla se aclara la garganta asustándome y sacándome de mis pensamientos.

—Ellie, ¿te gusta la comida? —pregunta Carla intentando romper la tensión—claramente fracasando.

—Sí, es buena.

Silencio de nuevo.

—A Charlotte se le salió un diente hoy—habla de nuevo, ¿por qué no se queda callada? ¿tan difícil es?

—¿De verdad?—habla John poniendo, por primera vez en la noche, atención en la conversación.

—Sí papi, el hada de los dientes me traerá mucho dinero.

Ilusa.

¿Por qué les mienten a los niños de esa forma? Es patético.

—Qué bueno, preciosa.

—¡Lo sé! Ya estoy grande.

—Estoy feliz por eso, eres mi orgullo, mi único orgullo.

¿Enserio?

Aprieto mis labios intentando contenerme.

Veo el salero en medio de la mesa, es pequeño, no mide más de 10cm, es transparente, deja ver la sal mezclada con algunos granos de arroz dentro de él, la parte superior es de color plateado y tiene algunos orificios que permiten que la sal pase sin problema.

—Gracias papi, eres el mejor.

—Me alegra tener a una buena hija, son inexistentes. Hay algunas que no hacen nada bien, es genial poder ver que, por primera vez, si hay una buena.

No lo soporté, intenté controlarme, pero no.

—Me alegra que Charlotte tenga al padre deseado, no todos pudimos tenerlo, una mierda debo decir. ¿Quieres un ejemplo? Papi, ¿recuerdas cuando Ansel y yo llorábamos por ti? ¿recuerdas cuantas veces dijiste no, por trabajo? ¿recuerdas cuando olvidabas pasar por nosotros a la escuela? ¿recuerdas cuando nos dejaste y te rogué que te quedaras? ¿recuerdas cuando te fuiste porque tu hija bastarda iba a nacer? ¿Lo recuerdas? Yo sí, todos los días vivo con el recuerdo tuyo siendo un padre de mierda. ¿Sabes? Charlotte me da pena, me da pena que tenga a tal escoria como pad-

—¡Es suficiente! —se para bruscamente de la mesa y me grita—. Eres una decepción para mí.

—¡¿Por qué?! ¿Por qué no soy ella? —hablo refiriéndome a su hija perfecta.

—¡No, porque desde que llegaste lo único que haces es nada! ¡Malditamente nada! ¡Ni siquiera me agradeces el que te deje estar aquí!

—¡Solo estoy aquí porque-

No me deja terminar.

—¡Es suficiente, ve a tu cuarto! ¡No logras hacer nada bien! ¡Ni siquiera sabes querer a tu familia!

Yo ni siquiera lloraba, dentro de mi cuerpo había demasiada rabia, pero seguía sin llorar, no me lo permitiría.

Me paro de la mesa tirando la silla al suelo, Charlotte y Carla lloraban, pues que se jodan.

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