Capítulo XV

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Han pasado alrededor de diez horas.

Sigo acostada en el suelo con los pies en el aire, estoy consciente, puedo pensar y todo eso, pero sigo con los ojos cerrados y sin moverme.

Ya no lloro, pero la sangre seca en mis brazos y pies me molesta.

Los efectos relajantes ya pasaron, la tormenta antes de la calma...supongo.

Abro mis ojos al sentir demasiado frío y veo que todo está oscuro, todo está increíblemente perfecto.

El viento hace que los árboles bailen de una manera brusca.

Muevo mis pies y siento una molestia, están tirantes con los cortes frescos.

Al menos sirvió para dejar de pensar.

Busco mis zapatos y calcetines, no tengo idea de donde están, yo solo los saqué y tiré a cualquier lado. Supongo que tengo suerte de que no se cayeran en los árboles o debajo del puente, hubiera sido muy aburrido ir a buscarlos.

Pongo mis calcetines cuidadosamente intentando no dañar la piel, cosa que es inútil, y me coloco los zapatos.

Todo estaba bien, el colegio, la casa a su manera, Ryan, Lucas, Emilia...

—Mierda—Cierro los ojos—La olvidé—susurro.

Se supone que saldríamos, que la acompañaría, ¿estará enojada conmigo? ¿se habrá decepcionado?

Busco mi celular por todos lados, pero recuerdo que no tengo celular.

Lo tiré.

Y, en efecto, no tengo el número de Emilia.

Cierro mis ojos con fuerza.

—Maldición—digo tirando mi cabeza hacia atrás.

—¿A quién maldices? —dice alguien muy cerca de mi cara.

No.

Me.

Jo.

Das.

Levanto mi cabeza rápidamente, lo que consigue que nuestras caras choquen y su nariz duela con el golpe que le di con la frente.

Me aseguro de que la pulsera cubra la pequeña línea en mi brazo y que en mis calcetines, que malditamente son blancos y largos, no haya sangre visible.

Cuando todo está en orden giro mi cabeza en su dirección.

—En mi defensa, yo no sabía que estabas ahí, ¿a quién se le ocurre? Estas loco —hablo demasiado rápido.

—Ellie, calla —dice mientras se soba la nariz.

—¡¿Por qué siempre me callas?!

Se ríe.

—¿Te asusté? —pregunta de manera burlona.

—Como la mierda —Asiento.

—¿Qué haces acá de todos modos?

—Pensar

—Existen millones de lugares a los cuales puedes ir a pensar, ¿y eliges este lugar? —cuestiona.

—Eeem, ¿Sí? Es genial.

—No lo discuto.

—¿Ves? —Me encojo de hombros —de todas formas, ¿Qué haces aquí?

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