Capítulo Ocho

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Imra cumplió con su palabra. Aun no había logrado desempacar cuando comencé a ver personas entrando y saliendo de la casa, o Vamp Central, como a Winn le gustaba llamarla. Había al menos tres amas de llaves y dos jardineros; Imra los contrató de Foot, su organización sin fines de lucro, que buscaba trabajo para los desamparados, así que este asunto resultó bueno para todo el mundo. El refrigerador estaba todo el tiempo lleno de gaseosa, té helado, crema, vegetales e ingredientes necesarios para la cena. El congelador se hinchó con helados y margaritas congeladas. Pero los ayudantes eran tan discretos, que casi nunca los veía. Y si pensaban que era extraño que yo durmiera todo el día y estuviera fuera toda la noche, nunca dijeron nada en mi cara. Es gracioso como me deprimió desempaquetar. Habíamos tenido tanta prisa por irnos de Termiteville, que tiré mis cosas en las cajas sin realmente pensar en ellas. Pero mientras encontraba lugares para guardarlas, me vi obligada a mirar los trastos viejos que había acumulado durante toda mi vida.

La ropa, los zapatos y el maquillaje no eran problema, aunque estaba bastante pálida estos días, casi nunca me ponía nada exceptuando el rímel. Los libros eran otra cosa. Mi cuarto tenía, entre otras cosas, asombrosas estanterías construidas en los rincones, y mientras estaba desempaquetando las cajas y depositando los libros fuera, me di cuenta de que la brecha entre mi antigua vida y la nueva se había vuelto enorme sin que me diera cuenta. Había sido un verano tan alocado, que no me había dado cuenta de que no había releído mis viejos favoritos. Y ahora nunca lo haría. Todos mis favoritos: La serie de "La casa de la pradera", todos los trabajos de Pat Conroy, los libros eróticos de Emma Holly, y mi colección de libros de cocina - ahora eran inútiles para mí. Peor que inútiles... me hicieron sentir mal. Me encantaban Beach Music y El principe de las mareas porque no sólo Pat Conroy escribía como un hijo de puta, además tenía el alma de un chef. El hombre podía hacer que un emparedado de tomates sonara como un orgasmo que podrías comer. Y mis días de comer emparedados de tomate se habían terminado. ¿Cuántas veces había escapado a mi cuarto con un libro, para evitar a mi madrastra? ¿Cuantas veces había comprado un libro de cocina porque sus fotos de gloriosos colores literalmente me hacían babear? Pero ahora todo eso se había terminado. Tom, Luke, Savannah, Dante, Mark, Will, y el Gran Santini (-Famosos escritores de libros de cocina-) estaban perdidos para mí. Guardé esos libros en un rincón, así no podría mirar los títulos. Normalmente estaba demasiado ocupada como para sentirme mal acerca de estar muerta, pero hoy no era uno de esos días.

Vi a la niña por primera vez cuando limpiaba con una aspiradora el interior de mi armario. Era la tercera vez en cinco minutos - de ninguna manera iba a meter mis zapatos en un armario de doscientos años con olor a madera vieja y polillas muertas. ¡Gracias a Dios no tenía que respirar! Con la Handi-vac en la mano, me eché hacía atrás saliendo del armario de rodillas y casi me encontré bruscamente con ella. Estaba ensortijada como un insecto en la silla al lado de la chimenea. Una de las catorce. Chimeneas, no sillas. No tenía ni idea de cuántas sillas había. De cualquier manera, ella me observaba y me alarmé tanto que casi solté la aspiradora.

- ¡Diablos! - Dije. - no te oí entrar.

- Mi mamá dice que debo ser silenciosa, - contestó amablemente.

- No tienes ni idea. Es bastante difícil acercárseme a hurtadillas. Aunque, - incluí en un murmullo, - la gente parece hacerlo cada vez más a menudo. - Hablé más alto hacía la niña, no fuera a ser que se asustara por la rara rubia que hablaba consigo misma. - ¿Entonces, tus padres trabajan aquí?

Vampira & DesempleadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora