-Perdón, perdón, de verdad no sabía que eras…-me cortó.
-Eres un estúpido mal nacido, hijo de perra. –De acuerdo está enojada. Ella estaba hecha una furia para ser más literales. El pelo, rojo por cierto, le caía por la cara en delgadas ondas mientras que unos grises… ¿marrones?, no sé de qué color sean sus ojos, me fulminaban mientras que por su fina boca salía un hilo de sangre - ¿Acaso no te enseñaron a no pegar a una mujer? Eres un idiota, imbécil.
Ella se limpió el hilo de sangre con la manga de su chaqueta y durante todo ese proceso no me quitaba la mirada. Una vez mi madre me comentó la frase: “Si las miradas mataran, tal vez la calle estaría lleno de cadáveres” y por primera vez sabía que yo sería uno de aquellos cadáveres.
-Discúlpame, la verdad pensé que eras…-Dios, ¿cómo lo decía sin ser tan estúpido? Ella no es fea ni nada. –La poca luz…
-¿La poca luz? Debes de estar jodiéndome. Solo lárgate, esto no es de tu asunto. –Su boca se estaba hinchando dificultando un poco la salida de palabras de ella. –Si no lo sabes, pendejo –ella se estaba calmando o al menos, hacía el esfuerzo -Ella es mi hermana y la golpeé porque es a.- es menor, b.-no me pidió permiso o a nuestros padres, y c.- no quiero que quede embarazada a tan temprana edad. –Mi mirada se dirigió a la joven que se hallaba del otro lado totalmente inconsciente. Una muchacha de unos ¿15? Cuyo cabello se encontraba totalmente enredado en una café maraña y cuyo rostro se veía deformado gracias al maquillaje corrido.
-Perdón. –Me sentía horrendo, pegué a una mujer. -¿Deseas que te ayude?
-¿Golpeándome de nuevo? No gracias. –Sí que estaba enojada y bueno tenía razón.
-Cargando a tu hermana hasta tu vehículo. –apreté mis dientes al decirlo porque quería ignorar su respuesta.
-No, me hago cargo sola. Adiós. –Sé que estaba enojada pero que no sea tan… ilusa de pensar que puede cargar a una mujer borracha. Ignorando su respuesta, fui donde se encontraba la joven y la cargué en mis brazos.
-Bájala. Ahora. –Ella se levantaba rápidamente del suelo, donde yo la había dejado.
-Tu carro, ¿dónde está? –dije una vez más, ignorándola.
-Bájala, animal. Capaz le pegas también. –Empezó a golpearme en mi espalda. Tenía fuerza pero no cruzaba a mi límite de no poder soportarlo.
-¿Dónde está? –le grité.
Ella sólo me quedó viendo y empezó a caminar en dirección a la entrada de la casa. Confirmé que ahí estaba Joseph pero no estaba solo, tenía a una chica entre sus piernas mientras que él le besaba la espalda descubierta. Lo ignoré y seguí a… ¿Cómo es que se llama? No sé pero la seguí aún con su hermana en brazos. Ya me encontraba en el exterior y desde allí se podía oler a marihuana aunque afuera pareciera que no pasara nada. Mi desconocida seguía caminando hasta que llegamos a una camioneta azul bien gastada y oxidada que se hallaba parqueada al lado izquierdo de la casa. Ella abrió las puertas traseras dándome paso para dejar recostada a su hermana en el asiento negro.
-Listo. –me vio de arriba abajo. –Gracias por la ayuda.
-No es nada y, en serio, perdón por esto. –Toqué su labio partido donde se veía un poco de sangre coagulada. –Ella se tensó ante mi contacto y se separó inmediatamente.
-Todo sana, ¿no? –dijo mirando al suelo luego volvió a colocar sus grises ojos en los míos. –Solo recuerda para la próxima que a una mujer no se le pega y no importa si parece hombre, igual se aplica la ley. –Por primera vez me detuve a verla. No era fea. Tenía un pelo rojo recogido en cebolla de la cual ya muchos mechones se habían salido, unos ojos grises con un par de ojeras por debajo y unos labios finos de color rojo, tal vez por la sangre. En cuanto a su vestimenta, ella estaba vestida al estilo talco, tal como me levanté, tenía un calentador gris y una blusa ancha de color fucsia y encima un chaleco de color negro y por último unas zapatillas rojas de plástico. Puede que no se sepa vestir.
-No pareces hombre, era la poca… -me detuve a pensar la palabra. –iluminación.
-Claaaro, igual ven, te quiero dejar un regalo de recordatorio. –Ella me tomó por el cuello acercándome a sus labios, no puse fuerza puesto que me encontraba algo hipnotizado por sus ojos–Recuerda nunca golpear a una mujer. –me susurró y tan pronto como acabo me estampó una cachetada y de paso un golpe en mis bolas. Yo me tuve que botar al suelo del dolor. Mierda, mierda.
-Idiota, eso te pasa por andar pensando en estupideces, animal. –dicho esto, ella se subió a su camioneta después de cerrar la puerta por donde yo había dejado a su hermana y simplemente se fue dejándome en plena calle muriendo del dolor. No me podía levantar del suelo.
Tan pronto como el dolor desapareció o, mejor dicho, se apaciguó me vi capaz de levantarme del suelo y secarme las pocas lágrimas que había derramado. Entré a la casa en busca de Joseph y lo encontré tirado en el suelo durmiendo así que lo cogí del brazo logrando que se despertará al ver que lo estaba arrastrando.
-Hey, hey, hey.-Él iba a empezar hasta que lo corté.
-Cállate, no es mi mejor noche. –Me encontraba furioso con todo, con esa perfecta desconocida que me vomitó, con la golpe-bolas, con la joven de maquillaje corrido, con Joseph, con todo y con todos.
Empujé a Joseph hasta que ya nos encontramos dentro de mi Audi A4. Obviamente, después de meter a Joseph por la fuerza. Él se encontraba cantando una canción debido a su borrachera, pude reconocerla: Baby de Justin Bieber.
-Cállate, duérmete. –exhalé. Joseph detuvo su canción.
-Como diga, mi capitán. –lo miré por el retrovisor y vi que me hacía un saludo militar hasta que se botó por el asiento. Se me escapó una sonrisa y seguí conduciendo hasta mi apartamento.
Cuando llegué, tuve que parquear y sacar a Joseph de mi auto cargándolo en mi hombro. Mierda, él pesaba como el infierno. Milagrosamente, pude llevar a Joseph así hasta el décimo piso de mi hotel mediante el ascensor. Como yo nunca cerraba la puerta solo giré la manija y cedió, entré y con una patada la cerré y dejé a Joseph en el sofá y me fui directo a mi habitación sobándome mi hombro. Debería de volver al gimnasio, pensé.
Tras quitarme mi ropa, me metí a una ducha fría a ver si así se iba el dolor de mi espalda por Joseph y el de mis bolas por la estúpida de… ¿su nombre? Mierda, ni siquiera se quien fue la gilipollas que me golpeó, esto sí que fue una noche de fiesta. Salí a los cinco minutos de la ducha y como costumbre, fui en busca de un calzoncillo negro y me lancé a la cama. Traté de repasar mentalmente cada aspecto de aquella noche pero estaba con un gran dolor de cabeza por lo que decidí dormir a pesar de que en el último instante unos ojos grises eran dueños de mi sueño.
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Olvídame, por favor
Novela JuvenilNoah, un muchacho de 22 años, cuenta con una vida cómun para cualquier muchacho de su edad, chicas, fiestas y todo siempre con la compañia de su mejor amigo, Joseph. Pero todo esto cambia al conocer a Isabella accidentalmente en una casa abandonada...