Capítulo 15

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Porque no lo sé, pensé. ¿Por qué me besaste? ¿Por qué me besaste? Esa pregunta invade mi cabeza. Dios, doy tanta pena. ¿Qué le puedo decir? Te besé porque emm...¿me pareció bien? No, eso también es estúpido. Dejo que mi cabeza se llene de ideas para explicar mis acciones pasadas hasta que el taxista llama mi atención.

-No me ha dicho dónde debo llevarla. -Debo de ir a ver mi camioneta.

-En la próxima, gire a la derecha y siga recto, yo le aviso donde pare. -El señor solo asiente y me deja nuevamente sin qué hacer. Mmm, Noah. ¿Qué estarás haciendo?

-Deje que le explique, yo vivo aquí. En el apartamento 1003. -He pasado como media hora intentando entrar a mi casa pero bueno, ando en toalla y chompa, ¿a qué loco dejarían entrar así?

-Señor, discúlpenos pero no estamos acostumbrados a esta clase de -Me recorre de arriba abajo, y se ruboriza la recepcionista. -...presentación suya.

-Lo sé, tuve un problema esta mañana. ¿Puede abrirme la puerta de mi apartamento, por favor? -digo, irritado.

-Claro, ya confirmamos su identidad con la ayuda de nuestro gerente. -dice a modo de disculpas.

-Me alegro que hayan descubierto que no soy algún tipo de asesino. -digo con todo el sarcasmo del mundo.

-¿Desea que lo acompañe hasta su puerta o ...?

-Deme la llave, abro mi casa, me cambio y yo le doy la llave nuevamente, ¿de acuerdo? -la corto.

-Cla...claro. -La recepcionista se pone nerviosa y me pasa mi llave, temblando. -Disculpe la molestia. -dice, a modo de susurro.

-Gracias. -le suelto bruscamente.

Me doy la vuelta, dejando a la recepcionista desconcertada y después del ascensor, me encuentro frente a la puerta de mi casa. Pongo la llave y abre. No hay nada mejor que el hogar. Entro y busco rápidamente mi celular en caso de llamadas perdidas; lo encuentro en mi velador. 13 llamadas perdidas: dos de Joseph, una de mi hermana, otra de Gabriela Montero (¿Qué querrá esa?) y el resto de mi secretaria, Ana. Marcó inmediatamente a mi secretaria, después del segundo pitido contesta.

-Abre, soy Isabella. -grito, para que Andrea me escuche.

-Ya te abro. -me grita y tan solo unos segundos después, abre la puerta. Me queda viendo fijamente, sí, es la típica mirada diciéndome: ¿Qué pasó? No me siento con ganas. -¿Y? ¿Dónde está tu Romeo?

-Sabes que Romeo y Julieta eran jóvenes, si no me equivoco de catorce y dieciséis años, increíble, ¿verdad? -trato de cambiar de tema.

-No vas a hacer lo mismo, no vas a esquivar mi pregunta con tu conocimiento. Así que -me pone ambas manos en los hombros. -¿Qué tal te fue? -Suspiro.

-¿Bien? No lo sé, sólo te aviso que no lo volveré a ver. -Ella ladea la cabeza.

-¿Por? ¿Tan mal te fue? -Se me escapa una risa.

-No, osea no sé, fuimos a esa fiesta, después a un bar y luego me encontré esta mañana en su cama. -Andrea abre los ojos de par en par, ya sé lo que está pensando. -No, sigo siendo virgen. -Ella vuelve a ladear la cabeza -Y para colmo, lo tuve que sacar de la cárcel y lo deje frente a su edificio, semi-desnudo. -Andrea arquea las cejas.

-En resumen, ¿un día interesante? -Le sonrío ampliamente.

-Sí, ¿te puedo contar mañana? Estoy cansada y mañana debemos de levantarnos temprano. -Ella hace una mueca. Fue de gran suerte que a ambas nos apasionara lo mismo.

-¿Podemos faltar mañana a la Universidad? -Me siento una mamá.

-Seguimos Medicina, ¿tú qué crees? -bromeó.

Olvídame, por favorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora