Capítulo 12

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"Tengo urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte y
temores de oírte"

-Mario Bendetti.

—¡Ah! —grito asustada al sentir el impacto de mi cuerpo contra algo duro.

Me muevo como puedo hasta quedar sentada mientras masajeo el lado izquierdo de mi cara y veo que estoy en el piso. Gruño entre dientes por el latigazo de dolor en mi cabeza y me llevo las manos al pelo como si así pudiera aliviar las constantes palpitaciones en mi sien. Intento levantarme ayudándome de la cama y veo en el reloj de la mesita de noche que son las 7:37 am, apenas he dormido cerca de dos horas. Diviso unas pastillas junto a un vaso con agua y me las trago en un santiamén suspirando aliviada por encontrar un posible alivio para este martilleo.

Stephan no está en la cama, pero siento un ajetreo proveniente desde afuera así que me encamino por el pasillo hasta llegar a la sala donde hay unos cuantos hombres vestidos con overoles de trabajo como si fuesen a hacer una construcción, portando todo tipo de herramientas. Esto se llama extremismo en su máxima expresión.

Stephan se encuentra de espaldas a mí, hablando por teléfono en un idioma que no entiendo ni una hostia e instintivamente me pego como lapa a la pared aprovechando que él aún no me ha visto. Maldito Tequila que no me pudo hacer caer en la inconsciencia.

Comienzo a desplazarme con mucha cautela con la intención de escabullirme hacia la cocina, y justo cuando estoy saboreando la victoria llegando a la puerta, él cuelga la llamada y se gira encarandome. Clava sus iris negros en los míos verde aceituna y me quedo estática sin saber qué hacer. Dirijo mi vista por impulso hasta sus labios y joder sí que lo mordí con ganas, los tiene destrozados.

—¿Algo que decir al respecto? —Levanta una ceja y me mira expectante.

Escudriño a mi alrededor sopesando las posibilidades que tengo de escapar, pero ninguna resulta viable, así que me decanto por fingir, la que peor se me da.

Suelto una carcajada forzada rascandome la nuca.

—Pero ¿quién te hizo semejante salvajada en la boca, alguna perra marcando territorio? —Río intentando parecer menos anormal, cosa que, obviamente, nunca consigo cuando miento y sí, me acabo de llamar perra a mí misma.

—Deberías preguntarle a ella, ustedes se conocen de maravilla. Claro, que no estoy insinuando que tenga un TPD (trastorno de personalidad disociativo) porque desde luego ayer no parecía una auténtica salvaje sacada de alguna isla cavernícola y hoy es la versión más recatada de la Madre Teresa de los Inocentes.

—Respirar ayuda, Stephan. —Sonrío dándole una probada de su propio jarabe y él resopla en respuesta.

—¿No te sientes ni un poco culpable? —Frunce el ceño y yo me encojo de hombros apoyando la planta de mi pie sobre el otro.

—Debo reconocer que no es mi fuerte sentirme culpable por las cosas que disfruto. —Sonrío solo para que se enoje más—. Es una lástima que hayas detenido ese beso en el mejor momento. —Simulo un puchero.

—¿El mejor momento para violarme? Seguro que sí. —Ruedo los ojos.

—Más amargado imposible. Vas a envejecer antes de tiempo señor-amo-mi-trabajo.

Complicidad Frente A OtrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora