Capítulo 13

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"Es una tristeza que siendo tan buena pareja, no seamos pareja"

-Mario Benedetti.

—Tome señorita. —Ferenc me pasa unos antiinflamatorios que tengo que tomar cada ocho horas.

Ya habíamos ido al médico y aparte de recetarme pastillas, me dieron una jodidas muletas para evitar que apoyara el pie cuando tuviera que moverme; aunque no las tendría que usar por mucho tiempo.

—Tengo ganas de patear ese saco de boxeo. —Me miro el pie enfurruñada.

—Creo que por ahora esa idea debe quedar descartada. —Suspiro resignada.

Doy un respingo al escuchar el estruendo de alguien aporreando la puerta de forma salvaje. Miro a Ferenc con la tensión disparada porque solo puede ser una persona. Trago con dificultad viéndolo caminar hacia la puerta, y no puedo evitar ir tras él. Estoy demasiado ansiosa.

Lo primero que alcanzo a escuchar es el crujir de los dedos de Stephan al impactar de lleno en el rostro de Ferenc.

—¡Stephan! —grito consternada, pero él ni siquiera me mira, y Ferenc ni chista.

—¡Te dije que la cuidaras! —brama tomando a Ferenc por la camisa más descontrolado de lo que alguna vez lo he visto, y le asesta otro golpe en el mentón haciéndolo retroceder, pero Ferenc sigue sin emitir sonido de queja alguna.

—¡Basta, Stephan! —Me apresuro con las muletas y me sitúo entre los dos—. Basta —hablo sin fuerzas con el sentimiento de asfixia escalando por mi pecho como una planta de enredaderas.

Él tiene la mandíbula tan apretada que temo que se le vaya a partir, y una vena en el cuello le palpita. Me mira y sus ojos adoptan un fulgor  corrosivo e implacable. Luce trastornado, y al verme con las muletas, su alteración supera el exceso y gruñe propinándole un puñetazo a la pared.

—Nos vamos —anuncia mirándome con tanta intensidad que siento que me encojo en mi sitio, y sé que no puedo replicar o todo se pondrá peor, así que asiento—. Encuéntralo —le indica a Ferenc detrás de mí—, y luego trae a Chloe —ordena tajante—. Raccoglie quello che consideri necessario (recoge lo que consideres necesario) —se dirige en otro idioma a un hombre trajeado que aparece a su lado.

—Sì, signore. (sí señor) —responde efusivo el hombre.

Frunzo la nariz porque no entiendo nada.

Stephan me quita las muletas y se las entrega a Ferenc a la vez que el otro hombre se adentra en mi casa, y acto seguido me toma en sus brazos y me sienta en el interior de una camioneta —que, obviamente, no lo he visto usar antes—colocándome el cinturón antes de azotar la puerta.

Intento acompasar el ritmo de mi respiración para calmarme y evitar un posible ataque de pánico porque la situación no está para dramatismos.

A los pocos minutos entran Stephan y el hombre, quien arranca el motor y nos encaminamos a Dios sabe dónde.

—No tenías que hacer eso. Ferenc me protegió, solo había salido a buscarme unas cosas para el pie, ninguno pudo prevenir lo que sucedió.

—Sé lo que pasó, él tenía órdenes estrictas de no dejarte sola, y lo hizo. —contraataca con el mismo tono severo.

Complicidad Frente A OtrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora