"Te quiero porque tu boca sabe gritar rebeldía"
-Mario Benedetti.
—¿Este trasto tiene música aunque sea? —pregunté ofuscada pisando fuerte el suelo del auto.
Ya habían pasado largos minutos y a este hombre no se le escuchaba ni la respiración. No se había dignado a abrir su boca ni siquiera para bostezar y yo ya me sentía como león enjaulado con tanto silencio.
—Sí tiene, pero no la vas a poner —habló bien serio. Bueno, en realidad eso fue una orden.
—¿Me dices cuántos jodidos años tienes? —Empujé mi cuerpo con frustración contra el espaldar del asiento y me crucé de brazos mirando por la ventana las luces de Hollywood Boulevard pasar a toda velocidad.
—Veintiséis —respondió aburrido.
No le pregunté para que me respondiera. ¡Ash!
Paciencia Hera, no explotes, aun no es la hora.
—Pues tienes el espíritu de un anciano de ochenta en el sexy cuerpazo de un hombre de veintiséis. Que desperdicio. —Rodé los ojos.
—La mayoría de accidentes de carro ocurren porque los conductores se entretienen.
No le dije más nada porque si volvía a abrir mi boca iba a decir de todo menos algo decente y lo menos que quiero ahora mismo es que me aplique la ley del hielo, pero al cuadrado.
Pasé mis uñas rascando la gamuza del asiento con impaciencia.
—¿Estás nerviosa? —Al parecer él se percató.
No imaginas cuánto.
—Estoy canalizando energía para no lanzarte por la ventana.
No sé si pasaron minutos u horas, sólo sé que quería brincar de la felicidad cuando detuvo el auto. Salí como una flecha del carro y al segundo me arrepentí cuando sentí la fría brisa nocturna hacer contacto con la piel de mi espalda descubierta. Apreté los labios y abracé mi cuerpo viendo a Stephan alejarse un poco para entregarle las llaves del coche a un hombre trajeado.
Me volteé viendo a los chicos llegar en sus autos y casi se me desprende la mandíbula cuando vi a Chein bajar de un deportivo rojo sangre con dos pedazos de rubias de cuerpos bien atléticos, apretujadas en un par de vestidos mucho más cortos que el mío, y eso era mucho decir.
Hata y Polo se acercaron a mí, seguidos de Leyla, a quien por cierto, le quedaron de maravilla las mechas grises que le hicieron. Ambas se veían muy guapas y Polo estaba callado y serio como siempre.
Al poco rato regresó Stephan, se paró frente a mí y apoyó sus manos sobre mis hombros. Yo lo miré ceñuda por el gesto. Él se mojó los labios y prosiguió a hablar.
—Escúchame bien porque a ti hay que leerte la cartilla como a los críos. —Rodé los ojos por lo que dijo—. Primero, no te separes de mí—habló despacio como si yo fuese retrasada—. Segundo, no tomes bebidas que te de nadie, al no ser de mi mano. —Vi a Chein por encima del hombro de Stephan observarnos divertido, casi aguantando una carcajada—. Tercero, no te atrevas a fumarte un porro y si aceptas alguna droga considérate muerta. —Bufé descansando mi cuerpo en un pie. Menudo discursito—. Cuarto, no coquetees con extraños. Eso es todo por ahora.
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Complicidad Frente A Otros
RomanceHera: Impulsiva, se dejaba llevar por las emociones hasta perder los estribos. Stephan: Calmado, imperturbable, siempre manteniendo la compostura. Hera: Vivía cómodamente. Stephan: La comodidad le sobraba. Hera: Quería estar con alguien que la h...