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Lunes por la mañana Eun-ji sintió un peso a su lado que hundió la cama levemente, pronto sintió una mano pequeña que le apartaba el cabello del rostro con total delicadeza y unos dedos que le picaban la cara con insistencia

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Lunes por la mañana Eun-ji sintió un peso a su lado que hundió la cama levemente, pronto sintió una mano pequeña que le apartaba el cabello del rostro con total delicadeza y unos dedos que le picaban la cara con insistencia.

Un tanto adormilada, estiró su mano deteniendo la mano—Chae-won, deja dormir a mamá... —murmuró aún con los ojos cerrados, lograba reconocer a su más pequeña e inquieta hija.

La niña de cinco años se quejó e inmediatamente un puchero se adueñó de su rostro—Mami, vamos a llegar tarde... —mencionó, esperando a que su madre reaccionara.

Eun-ji abrió sus ojos de pronto, lo primero que vio fue a su pequeña hija de cabellos castaños y grandes ojos profundos como los de su padre.

Rápidamente se colocó de pie y corrió al baño para minutos más tarde, salir con el cepillo de dientes en la boca. Su hija ya no estaba en la habitación, por lo que supuso se había marchado a terminar de prepararse.

Dong-sun, su segundo hijo de diez años, estaba de pie frente a la puerta esperando para marcharse. A leguas se notaba el fastidio en su rostro, odiaba llegar tarde a donde sea sin importar de que se tratara.

—Café extra fuerte... y tus llaves... —informó Ji-hyo, su hija mayor de trece años.

Eun-ji besó la cabeza de su hija y esta frotó su frente con asco, quitándose los rastros de pasta dental—No sé qué haría sin ti, ¡bendita seas hija! —exclamó con su característica efusividad y se enjuagó los restos de pasta en el fregadero—. ¡Rápido niños, corriendo a la camioneta! —gritó saliendo de la cocina.

Eun-ji no era una mala madre, pero si era despistada. Criar a tres niños no era fácil y mucho menos luego de un divorcio.

Su corazón había quedado devastado, había luchado tanto por conseguir aquel amor que cuando se le escapó de las manos lloró por meses a escondidas de sus hijos. Era difícil sonreír para ellos y fingir que todo estaba bien, pero la verdad era que cada vez le había empezado a costar más, poco más de un año bastó para que finalmente pudiera escuchar el nombre de su ex-esposo sin soltarse a llorar pero eso no significaba que no le doliera.

Ya no lloraba, pero solía entristecer ante la llegada de algunos recuerdos del pasado.

Fue gracias a su amigo Park Ji-min que logró seguir adelante, él le había brindado su ayuda sin pedirle nada a cambio y su esposa le ayudaba de vez en cuando a cuidar a los niños. Ambos habían llegado como caídos del cielo, listos para auxiliarla.

Las calles de Seúl estaban colmadas de personas que caminaban apuradas de una punta a otra, las bocinas se oían insistentes y cada cierto tiempo miraba a través del espejo a Ji-hyo, para que le tapara los oídos a su pequeña hermana. Ella no necesitaba aprender las infinidades de insultos que los adultos soltaban con molestia ante el tráfico.

—Mamá, se hace tarde... —refunfuñó Dong-sun, cruzándose de brazos y mirando por la ventanilla a su lado.

Dong-sun era una copia exacta de su padre.

𝐅𝐀𝐌𝐈𝐋𝐈𝐀 𝐈𝐃𝐄𝐀𝐋 | 𝐊𝐍𝐉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora