Capítulo 2

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Seamos traficantes

Ni muy listo ni tonto de remate.

Fui lo que fui: una mezcla

de vinagre y de aceite de comer.

¡Un embutido de ángel y bestia!

Nicanor Parra

Espero que la carta que recibiste del futuro haya tenido grandes revelaciones para ti. Recién comenzamos y la persona en que te convertirás ya ayuda a alguien. Sin embargo, aún me quedan algunas cosas por conocer sobre ti antes de seguir nuestro camino. Quiero saber cuánto tenemos en común, para ello te pido que escribas en los espacios que he reservado, con la más absoluta honestidad, las cinco cosas que más amas en esta vida:

[Tus Notas]

[Tus Notas]

[Tus Notas]

[Tus Notas]

[Tus Notas]

Ahora quiero que revises la lista y mires si te incluiste en ella.

Ahora quiero que revises la lista y mires si te incluiste en ella

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Si no lo has hecho tienes mucho en qué pensar. Imagínate lo que implica: vives contigo el 100 % del tiempo, ¡carajo!, ¿y no estás en la lista de lo que más amas?

Debe gustarte algo de ti, es importante que reflexiones en cuáles son esas cosas. No está mal que aprecies tus virtudes. No debes avergonzarte si te gusta tu pelo, lo bien que bailas o el tono de tu voz. Complácete en cómo dibujas, en lo rico que cocinas o en lo buen padre que eres.

Nos enseñaron a no ser creídos, a desechar la idea de que podríamos alcanzar algo grande, a que los aplausos estaban reservados para los genios, las estrellas, los poseedores de grandes hazañas. Nos educaron para disculparnos por nuestros logros. Nos enseñaron a callar, a no pedir, a no interrumpir, a seguir los cánones.

La siguiente vez que hagas planes,

no se te olvide incluirte en ellos.

La sociedad, la cultura, las tradiciones y la familia nos ponían un bozal cuando, sentados a la mesa, nos atrevíamos a confesar nuestros sueños. Explorar nuestras capacidades nos convertía en unos petulantes, y aprendimos que era de buena educación asumir esa pesada modestia bajo la cual ocultábamos nuestros talentos; lo hacíamos para no intimidar, para que el hermano pequeño no llorara, para que el jefe no se sintiera amenazado, para que el esposo no se sintiera menos al lado de una mujer llena de virtudes.

Nos compararon y ahí mismo nos enterraron. Luego de escondernos los talentos, nos pidieron hacer lo mismo con las ansias: «No fantasees tanto», «no pierdas el tiempo en eso», «no insistas más en algo imposible». «No seas . . .», «no seas . . .», «no seas . . .». Se cansaron de decirnos: «No seas lo que eres». Y es que descubrir quién eres, aceptar quién eres, y ser quien eres, tiene un precio altísimo, pero es el precio de la dignidad humana, más aún cuando la sociedad te prefiere tal como no eres.

INQUEBRANTABLES DANIEL HABIFDonde viven las historias. Descúbrelo ahora