Capítulo 5

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Asalta el tren

Ver cómo alguien lucha incansablemente por sus sueños puede ser devastador para aquellos que han pasado su vida intentando demostrar por qué no lo han logrado.

Jen Sincero


Una vez que ayudes a alguien a levantarse, debes ponerlo nuevamente en el camino que lo llevará a ser inquebrantable, mostrarle las oportunidades; aprovecharlas es la mejor forma de librarse de la sensación de fracaso.
El momento perfecto no existe, es una mentira, una ilusión arraigada en el tiempo, en el viento, en el temor y en el miedo. Existen oportunidades que solo vendrán una vez en tu vida, son únicas y exclusivas para ti, luego las cosas ya no serán como antes. Las dejaste pasar, las miraste, pero no las defendiste, estas pueden llegar escondidas en misterios que solo son revelados a la luz de la sabiduría, se toman únicamente cuando, además de preparados, estamos dispuestos.


En esta vida es más importante estar dispuesto que estar preparado.


Lánzate, sin prisa, pero sin pausa. Sigue corriendo para que el final te sorprenda agotado, cantando, adolorida, rasgado, golpeada, pero inquebrantable.

Grita por los montes y por las playas: «Corrí riesgos, enfrenté temores, avancé, emprendí, soñé, visioné esta vida, volé y caí» ¡Lánzate! Nada puede detener a quien no se da por vencido, y si te llenas de temor en algún punto del trayecto, sabrás que vas por buen camino. El miedo es la señal de que valdrá la pena. Como ya he dicho, habrá pequeñas dosis de temor que te vacunen ante la vida, pero que este no invada tu mente ni comience a hollar tu espíritu para meterlo en una jaula, sino que sea el impulso que te lance como un guerrero que descarga su fiereza en la batalla.
Un día tus heridas serán curadas y recibirás la corona digna de tu fe. Ya has leído las palabras de tus días venideros, lo que necesitas es ponerlas en acción. Lo demás ya vendrá.


El día que perdí la vergüenza, dejé de perder la oportunidad.

Daniel Habif.

No vas a recibir nada que no estés dispuesto a buscar, a salir a alcanzar por tu propia cuenta. Hay personas que esperan prosperidad, finanzas y empleo, creen que todo lo que deben hacer es orar. Pero la oración no solo es útil para pedir, está a nuestra disposición principalmente para adquirir las fuerzas que necesitamos para ir a buscar y salir a alcanzar por nuestra mano.
De poco nos sirve la oración sin acción: primero pide, luego busca, y entonces llama.


Para aprender a orar no hay como viajar con turbulencias.


Vivimos una vida Polaroid, queremos todo al instante, y con esa inmediatez vemos la oración. En innumerables ocasiones doblar las rodillas produce resultados inmediatos, pero en otras no sucede así. Lo único seguro es que la oración es el arma más poderosa que existe en el universo, y que las plegarias de un hijo fiel siempre serán escuchadas.
Busca oportunidades, no esperes que una puerta se abra si no la has tocado. No basta con un solo paso para recibir los resultados que has estado esperando.
Las ocasiones son un tren que suele pasar de madrugada, sí, mientras estás durmiendo porque piensas que es hora de descansar. Ese tren pasa muy rápido y por lo regular no hace paradas.
Casi todos lo ven pasar, pero no se suben. No lo hacen porque para subirse hay que pagar un boleto. Es que queremos la oportunidad sin pagar el precio.
Por el contrario, los inquebrantables lo abordan sin importar si están lo suficientemente entrenados; en cuanto lo ven se suben, solo lo hacen; no miran los vagones mientras pasan uno tras otro, no titubean: «me subo», «no me subo», ni se preguntan: «¿estará bien?», «¿estará padre?», «¿me sentiré cómodo?», ¿será este el tren que siempre he esperado?». ¡No!, los inquebrantables no piensan en nada que los pueda detener: lo escuchan venir a kilómetros, se preparan, comienzan a sudar, lo divisan, miden distancia y velocidad, y cuando pasa delante de ellos, no lo dudan: ¡BAM! Se suben.
¿Y qué pasa con los que están allá arriba?, ¿Qué pasa con quienes ya habían abordado el tren?, pues, comienzan a golpearlos en la cara y a darles puntapiés, a lanzarles insultos y críticas. Pero a los inquebrantables les importa un pepino lo que digan, no les importan las burlas ni los raspones si se encuentran frente a su destino, porque siempre se han esforzado; simplemente sacan los colmillos, sacan las uñas, se aferran al acero del vagón, y cuando están arriba, lo transforman y comienzan a organizar las cosas.
¿Sabes por qué?, porque ellos desconocen si allí viaja el amor de su vida, o los inversionistas que necesitaban conocer. Ignoran si en ese trayecto concebirán la empresa que soñaron, si arriba está el nuevo empleo, la nueva casa, la familia que siempre quisieron. No lo saben, solo subieron, sin importar lo que decían sus padres, su pareja, su primo, el vecino; no prestaron atención a aquellos quienes dijeron que no lo lograrían. Y allí están, con raspones, sudorosos, llenos de cicatrices y ensangrentados, pero a bordo.
Toda la gente que iba arriba de traje y corbata voltea a verlos, y ellos solo se adornan con su sonrisa y de frente les dicen: «Me subí, no importa lo que decías, no importa lo que pensaba allá abajo, yo estoy arriba».
Cuando lo ven alejarse es que aquellos que se quedan en el andén comprueban que ese sí era su tren, y justo cuando ven el último vagón perderse de vista, se lamentan: «ese era mi tren». Estos son los que piensan que el hubiera no existe, pero sí, es real, como ya lo vimos en el capítulo anterior. Es un espectro que aparece para atormentarte durante toda tu vida.
Un fantasma que te perseguirá cuando tengas 35, 45, 55 años, cuando estés en la comodidad de tu casa y digas: «¿Qué hubiera pasado si . . .?», «¿qué hubiera sido si . . .?»; estará allí cuando hables con tus nietos y les digas: «Casi lo logro», «yo iba a ser un gran futbolista», «tenía potencial para se la mejor cantante», «casi fui una gran arquitecta», «hubiera podido ser el más laureado poeta», «pude ser la más destacada astrónoma», «pude convertirme el más atrevido matemático», «casi llego a la luna, casi lo hago, pero cuando pasó mi tren, lo dudé y nunca subí».
Ese fantasma te perseguirá hasta el día que decidas abordar el próximo tren, o será él quien talle en tu epitafio: «Aquí yace el señor Casi lo Logro», o «la señora Si Hubiera Sido». La vida pertenece a quienes insisten, a los que no se rinden, a aquellos que se atreven. Deja de ser un casi.
Todos aquellos que se repiten: «Cuando junte un millón haré mi primer negocio», «cuando pague el carro tendré mi primer hijo», «cuando culmine mi doctorado y mi triple maestría escribiré un libro», deben saber que la oportunidad se les va, porque mientras ellos se preparan, un dispuesto se las arrebata.
Los inquebrantables saben lo que tienen y lo que necesitan para lograr sus metas, comprenden que su arsenal precisa mucho más que recursos económicos o materiales, que su fortaleza reside en el poder de sus emociones y actitudes. Utilizan la adrenalina que el cuerpo les regala y cabalgan sobre ella; saben que nada supera la constancia, la firmeza y la grandeza de su espíritu. Ni los talentos, ni el dinero, ni los títulos ni el poder los ciegan, no se ven como perdedores con doctorado, ni como ricos miserables.

INQUEBRANTABLES DANIEL HABIFDonde viven las historias. Descúbrelo ahora