9 - ¿Y el ladrón?

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—¡No cierre la puerta, por favor! —gritó Mateo estirando una mano hacia adelante, equilibrando la caja en sobre su pierna

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—¡No cierre la puerta, por favor! —gritó Mateo estirando una mano hacia adelante, equilibrando la caja en sobre su pierna.

¡Zas! El señor que iba saliendo del edificio cerró la puerta de entrada con fuerza, muy probablemente con toda la intención de molestar a Mateo.

Gruñó como un oso y sus cejas se enmarcaron hacia arriba, era muy gracioso. Me dio una mirada algo fea, haciendo que mi risa fuera más escandalosa, de vez en cuando molestarlo se convertía en mi hobbie.

—Ya deberías estar acostumbrado —canturree yendo tras él para abrir la pesada puerta.

Rodó los ojos con fastidio, y maniobró para seguir cargando la gran caja llena de materiales, pintura y pinceles, que le cubría casi todo el rostro, dejando ver tras ella solo sus cejas.

—No creo que me acostumbre nunca a que tantas personas mayores sean maleducadas y groseras. Luego, si no les ayudo a subir la compra se quejan —protestó él subiendo la voz como si quisiera que todos en el edificio se enteraran.

Seguí escuchando su retahíla de quejas sobre nuestros queridos vecinos mientras caminábamos por la acera hasta donde estaba aparcada su pequeña moto turquesa.

La calle estaba poco transitada para ser la hora pico. El tráfico de unas calles más adelante llegaba como un murmullo constante, uno al que me había costado acostumbrarme cuando llegué la primera vez.

Había vivido toda mi vida en las afueras de la ciudad, allí no me despertaban el ruido del tráfico, sino los gritos de mis vecinos por las mañanas.

Mateo depositó la caja de cartón en el asiento de la moto y se subió en el asiento. Cuando le estaba acercando la bolsa con más materiales de pintura, noté un rayón en la parte delantera de la motocicleta.

—Ey, ¿y esta marca de aquí? —indagué con curiosidad.

Su cara se tornó roja de vergüenza cuando notó a qué me refería.

—¿Recuerdas la pequeña emergencia que mencioné el otro día? — asentí. —Pues... Sin querer tuve un pequeño choque. —de seguro mi expresión era muy exagerada porque se rio y mencionó: —Pero al final solo tuve que pagar por el rayón que le hice, así que todo bien.

—Mateo, a veces entiendo porqué tu mamá no quería que tuvieras un vehículo. —bromeé.

—Pero de qué hablas tú, si te caes más veces de las que deberían ser humanamente posibles. —se burló de mis pocas aptitudes para mantenerme en equilibrio.

—Da igual, vete que dejé la puerta abierta. —le apuré, entregándole la bolsa con más pinturas.

Charlé un rato con Eddy, el quiosquero de la avenida, un señor muy gracioso, que cada vez que nos veíamos me preguntaba si había acabado el libro, porque lo quería comprar. Se me hacía muy tierno eso, porque yo ni siquiera estaba segura de si algún día llegaría a publicar cualquiera de mis historias. Pero él parecía muy seguro de que lo lograría y eso me animaba un poco, porque en serio quería hacerlo. Algún día.

Las almas de Halia y MayaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora