17 - Espejos sucios y labiales

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Halia

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Halia

—Puede ser —dije mirando a Dan y Mateo hablar —¿Me acompañas al baño?

Los tres estaban muy metidos en sus propias cosas como para darse cuenta de que Maya y yo nos levantamos de la mesa.

Había ido al baño a una cosa y terminó sucediendo otra totalmente distinta, aunque no me quejaba. Para nada.

El espejo del baño estaba roto y cubierto de pintadas tan viejas como debía ser el edificio. No tenía dónde mirar mientras me retocaba el labial.

Y aquí fue donde pasó.

—Si quieres te ayudo —ofreció Maya al verme titubear frente al espejo.

Me senté en la cerámica blanca del lavamanos para que pudiese llegar a mi rostro sin tener que ella levantarse, ni yo agacharme.

—No soy muy buena maquillando, así que no te muevas mucho si no quieres terminar con labial en la frente —advirtió al tiempo que destapaba la barra rosa. Se acomodó entre mis piernas y tomó mi rostro con una mano. Sus manos se sentían muy suaves, y me gustaba dónde estaban. Miró a mis ojos unos segundos y luego repasó mis labios. Sus mejillas estaban cubiertas de ese rubor tan claro que tomaba en esos momentos de cercanía. Empezó a pasar el labial por mis labios, con una expresión de tanta concentración que su frente se arrugaba.

—No te rías que se corre.

—Perdón, perdón —pero no podía dejar de sonreír si me ponía nerviosa.

Limpió un poco de labial de la comisura de mi labio y se quedó mirando. Sonreí de nuevo. Podía sentir el calor de sus manos que habían caído sobre mis rodillas.

—¿Por qué sonríes así? —preguntó, tapando el lápiz labial. Sus ojos cafés me atravesaron y la sensación caliente y reconfortante se abrió paso al fondo mi cuerpo hasta subir a mi pecho.

Me removí sobre el lavamanos y mis piernas tocaron sus caderas por un segundo. Tragué. Abrió los ojos al máximo. La miré, esperando alguna reacción o palabra. Esperaba que me dijera que me apartara o lo contrario a eso, pero ella se adelantó. Sus manos perdieron el labial y recuperaron un lugar en la piel de mis manos. Respiré con fuerza, sintiendo su aliento en mi cuello. Cada vello cercano a su respiración se erizó al instante. Escuché su risa y luego su rostro volvía a estar frente a mí, tomando mis labios con menos suavidad que todas las veces anteriores. Mis manos llegaron a la línea de su cintura, acercándola. De un momento a otro, Maya abrió los ojos y se giró hacia la puerta. No había escuchado el golpeteo incesante en la puerta, culpaba a mis sentidos, estaban muy ocupados.

—Tenemos que irnos.

Si por mí fuera me hubiera quedado un rato más ahí, pero tomó mi mano y me jaló hasta la puerta, por la que entró corriendo la chica que estaba esperando fuera.

Las almas de Halia y MayaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora