2 - Me quedo desempleada y chateo con Halia

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La cama se sentía muy blandita

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La cama se sentía muy blandita. Había encontrado la posición más cómoda, acostada boca abajo, con mis brazos bajo mi torso, inclinada hacia adelante, enterrando la cara en la almohada. Los rayos de luz entraban suavemente a través de la cortina, el clima me hizo volver a sumirme en un sueño profundo.

«Una rebanada gigante de pan me perseguía, yo no paraba de correr, pero el pan era inmenso, de la altura de un edificio. Le lanzaba cosas que cargaba en una cesta del supermercado, pero cuando le atinaba con los golpes se iba convirtiendo en un sándwich...»

Me desperté, alguien me estaba sacudiendo.

—¡Reacciona! — exclamó una voz muy cerca de mí, dándome una suave cachetada.

Era Mateo, mi compañero de piso. O yo era su compañera porque el piso era de él. Bueno, compartíamos su piso en el centro, porque yo no podría pagar (ni en sueños) un alquiler por mi cuenta con mi trabajo de cajera.

—¡¿Qué pasa?! — grité, todavía alarmada por la pesadilla, volteando a todos lados por si había un incendio o algo peor.

Mateo me analizaba, sus cejas rojizas estaban elevadas, todo su cabello estaba enmarañado, como si se hubiese levantado muy rápido.

—Me despertaste con tus gritos... ¿Por qué estabas diciendo: "¿Señor Sándwich, déjeme vivir"? Maya, en serio tienes que acostarte más temprano, no puedo manejar tus comienzos de locura.

Escuchaba su voz como si viniera estuviera muy lejos. Al despertarme completamente, vi el uniforme del supermercado tirado sobre la silla del escritorio. Me giré tan repentinamente que puso cara de susto. El uniforme, la luz del sol... Lo del sándwich era mi subconsciente recordándome que tenía que continuar con mi pesadilla en la vida real.

Me paré en la cama, buscando mi teléfono con la mirada, no estaba por ninguna parte.

—¿Qué hora es? ¿Es muy tarde? Respóndeme — le grité mientras sostenía su cara, parecía asustado por mi comportamiento.

—Son más de las once...

Mierda. Tenía turno a las 9. A mi jefe no le agradaba mucho, creo que me dio el puesto solo porque necesitaban a alguien urgentemente.

—Me van a botar, es el fin. El supervisor me odia, de verdad... No sé qué le hice, me trata como si le quitara las ganas de vivir.

Me estaba pasando las manos por el cabello, preguntándome qué iba a hacer ahora. Ese trabajo era la única fuente de ingresos que tenía, aunque tampoco era mucho, pero sobrevivía.

—Tranquila, escucha, te puedo ayudar por unas semanas. La última pintura que le vendí a ese señor sueco, ¿recuerdas?, el que me dijo si podía hacer un retrato de sus palomas... Pues me dejó algo de dinero.

Mi mente estaba muy ocupada procesando que me había quedado sin trabajo, que mi vida era muy diferente a lo que había planeado cuando salí de la universidad. Tenía un título de literatura guardado en un cajón. Problemas por todas partes y ahora me había quedado sin trabajo. Estaba a punto de hundirme en la miseria de vida que tenía. Probablemente Marcos debió notarlo, porque me atrapó por las piernas, me lanzó sobre su espalda y me cargó hasta la cocina, donde me dejó sentada en un taburete de la isla. Apoyé la barbilla en la madera fría, viendo cómo servía el café y ponía pastelitos en un plato.

Las almas de Halia y MayaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora