Hacía ya una semana que Lisa no había visto a Miguel, suponía que estaba enfermo por haberla esperado tanto tiempo bajo la nieve, tenía muchas ganas de verle y oír su suave voz pero no tenía claro dónde vivía o si sería bien recibida.
Ella ya le había preguntado a su madre si sabía algo de él, en un pueblo medianamente pequeño todos conocen los secretos de los demás, pero por razones que Lisa no era capaz de comprender la madre se había negado a revelar sus conocimientos en ese tema, le había pedido que se olvidara y fuera paciente y la aseguró que tarde o temprano el volvería, pero Lisa se preguntaba constantemente cómo estaría Miguel y como podía entrar en la cabeza de su madre que ella sería capaz de olvidarse de algo que tuviera que ver con el.
Su madre la mandó a por pan una mañana y mientras esperaba pacientemente su turno oyó un murmullo entre los pueblerinos que captó la atención de la niña pero fue acallado en cuanto se percataron de su presencia.
Cuando le entregaron el pan recién hecho y caliente Lisa emprendió el camino devuelta a su hogar distraídamente y le pareció que el viento susurró el nombre de el. El destino la empujó a tomar el camino que seguía Miguel todas las mañanas para volver a su hogar. Las casas terroríficamente semejantes las unas a las otras juzgaban sus pasos, pero la brisa tras de sí le daba confianza y esperanzas, el camino de piedra fina poco a poco se fue transformando en tierra y se sumergió en una parte del pueblo que ella nunca había conocido, poco cuidada con pintadas y malas hierbas, pocas luces y carteles viejos de madera tan podrida que se rompería de un golpe.
Las casas allí parecían que serían derribadas con una caricia y la mayoría de ellas tenían los cristales de las ventanas tan polvorientos que la luz del sol no era capaz de penetrarlos. De un momento a otro la brisa que la acompañaba desapareció y Lisa se sintió perdida y avergonzada pues iba tan ensimismada que no era capaz de volver por donde había venido, no podía recordar que la había empujado a ese lugar sintiéndose ridícula por haber confiado así en el universo, trató de encontrar sus huellas pero nieve virgen cubría todo el lugar haciéndola pensar que había flotado hasta esa calle.
—¿Lisa?—dijo una voz casi aterrada.
La niña empezó a buscar por todos lados de donde provenía ese susurro y por fin le vio, en un porche de una casita estaba apoyado su hermano.
—Lisa ¿me oyes?que que haces aquí te digo, si mamá te ve en esta zona te castigaría.
—Y tu ¿que haces aquí? Seguro que a ti también te regañaría.
—No porque fue mamá la que me mandó aquí.—respondió el en un tono algo prepotente.
—Porque te mando aquí?—respondió Lisa
—Para entregar esta cesta con comida a esta casa.
—¿Quien vive ahí?—pregunto ella con un tono curioso.
—No lo sé, mamá solo me dio la dirección. Entra tu conmigo anda.
Lisa subió las escaleras del porche y se posicionó detrás de su hermano con timidez, luego el prosiguió a llamar a la puerta, después de un par de minutos esta se abrió. Al otro lado se encontraba una señora que parecía joven pero agotada con ojos hinchados y arrugas causadas por la tristeza, tenía el pelo recogido en una coleta baja y estaba algo sucio e iba vestida de negro, cuando vio a los niños les pidió que pasaran y recogió la cesta de sus manos dejando salir un gracias de entre sus labios secos y sin color.
—Sentaros allí, os prepararé un poco de chocolate caliente, hace mucho frío—dijo la mujer con un tono apagado que se esforzaba por ser amigable.
La casa aunque sucia y vieja estaba llena de flores hermosas y coloridas además de comidas deliciosas en cuencos y cestas lo cual contrastaba con los pobres objetos viejos que se encontraban en el salón, la mesa de café era de un marrón oscuro pero estaba llena de arañazos a pesar de que no se veía ningún gato en el hogar, el sofá era de un verde tan renegrido que se podría confundir con el negro y cuando alguien se sentaba o levantaba creaba una nube de polvo, las ventanas estaban vestidas por cortinas amarillas muy apagadas que claramente habían sido dañadas por tantos años expuestas a la luz solar y el suelo de semejante color a la mesilla estaba mal cuidado y le faltaban trozos de parqué.
Por fin la señora volvió con una bandeja que contenía cuatro bebidas se sentó en un sillón delante de los niños y les ofreció galletitas de una de las cestas. Luego se levantó y se acercó a las escaleras.
—Miguel cielo, ¿Quieres chocolate caliente? Tenemos invitados.—dijo la mujer.
Pero no hubo respuesta y ella sin insistir mucho se sentó de nuevo y empezó a tomarse su taza caliente en silencio sin tratar de entablar más conversación con los niños. Por fin Lisa se atrevió a pronunciar unas palabras.
—Disculpe señora, ¿estaba usted llamando a Miguel Báez?.
La señora levantó la mirada con sorpresa y observó a la niña un instante antes de responder.
—Así es, es mi hijo.
Lisa no supo bien que responder a eso ya que lo había dicho de una forma cortante, se armó de valor y le pregunto si le importaría que ella le subiera los refrigerios a lo que la señora respondió que si con desgana como si le importara bien poco que su hijo lo tomara o no.
Lisa se levantó y agarrando la bandeja con manos temblorosas inició la subida de las escaleras con cuidado de no tirar la taza de porcelana o derramar la bebida, llamó a la única puerta cerrada en esa planta.
—¿Miguel? Soy yo Lisa.—El silencio fue la única respuesta que obtuvo.
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Palabras sin pronunciar
Romance"Le vio a él, observándola como si no hubiera nada más en el mundo que mereciera ser visto, como si fuera arte que debía ser contemplada." Amantes unidos por el destino y separados por la vida, Lisa y Miguel darán todo lo que tienen el uno por el ot...