Capítulo 19: Su propia vida

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Protegiendo el diario, de nuevo emprendió su camino, quería llegar al centro del pueblo para encontrar un sitio en el que dormir, esa debía haber sido su prioridad nada más llegar, pero sus ansias por el pasado lo hicieron imposible, y se vio arrastrado hacia la antigua casa nada más respirar los frescos aires.

Aquellas calles que tantas veces había recorrido, esos cielos que tanto había admirado  ahora se habían quedado en nada, malgastado, sin cuidar desde lo que parecían décadas. Todos lo que quedaban eran ancianos, los jóvenes se habían marchado a la ciudad, se había convertido en un pueblo fantasma, abandonado y raramente recordado por cualquiera que lo hubiera visitado antes, la mayoría de las casas estaban destruidas o en ruinas, pues sin cuidados eran dañadas por las condiciones climatológicas que solían ser extremas.

El centro del pueblo está mejor conservado, aunque se ve sucio, algunas farolas que no parecieron cambiar con el tiempo, pues seguían siendo de vela, iluminaban pocas partes de la plaza y edificios cercanos. Pasó caminando al lado de la biblioteca, y el corazón le pesó, aunque rápidamente fue distraído por la luz proveniente de una vivienda, en la que ofrecían habitaciones. Decidió entrar, una ola de calor le rodeó nada más hacerlo, y el olor de guiso caliente flotaba en el aire.

—Hola muchacho, ¿Que puedo hacer por ti?— dijo una anciana.

Parecía muy mayor, su cara estaba cubierta por arrugas causadas por los años y el sol, su voz temblaba pues parecía que le costaba una gran fuerza pronunciar palabra.

—Buenas noches Señora, ¿tienen habitaciones libres?— respondió el.

—Llevamos teniendo habitaciones libres desde hace años hijo— respondió ella.—¿Traes equipaje?— dijo observando al chico.

—No, no tengo nada encima—dijo el.

—Vaya, debiste de venir con muchas prisas a este pueblito, ¿tuviste problemas con el coche?— dijo la anciana, pensando que la razón de su visita era una avería.

—No, vine en tren— dijo el mirando a su alrededor el lugar.

Era de una madera que crujía continuamente, y  enfrente de la recepción tenía una alfombra algo desgastada pero limpia, las paredes estaban cubiertas de fotos, personas sonriendo, el pueblo en la antigüedad y mascotas.

—La estación está a una hora andando de aquí, tienes que estar agotado— dijo la señora.

—¿Que le pasó al pueblo? ¿Dónde está todo el mundo?— preguntó el, siguiendo observando las fotografías.

—Lo que le pasa a muchos pueblos así, la gente se va, especialmente con un sitio como este— dijo ella seriamente.

—¿A que se refiere?— dijo el, intrigado.

—A todas las personas que han vivido aquí, les ha ocurrido una desgracia, este sitio debe estar maldito, olvidado por la mano de Dios, solo quedan los que no les importa morir, o a los que no les queda nada por perder.— dijo ella, de una forma muy tétrica.

—Ya veo, ¿me entrega la llave del cuarto, por favor?— Respondió el.

Ella se lo entregó y el subió las escaleras, historias de ancianas pensó para si, seguro que eso aumenta aunque sea un poco el turismo. Al abrir la puerta se encontró con una pequeña pero caliente habitación, la cama resonó cuando se tumbó, estaba realmente agotado, sacó el diario de entre su abrigo y lo puso debajo de su almohada. Las palabras dichas por la anciana resonaban en su cabeza: "personas que no les importa morir, o que no tienen nada que perder". No le daba miedo, pues su motivo de visita era mucho más importante que su propia vida.

Palabras sin pronunciar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora