Capítulo 14: Vaya dos (2 parte)

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La madre de Lisa ya les esperaba en la cafetería, al verles llegar les hizo señas con la mano para que la notaran, la mesa elegida estaba posicionada enfrente de uno de los grandes ventanales del lugar, al lado de la puerta, por lo que de vez en cuando entraba el olor a lluvia cercana y un aire algo frío, pero refrescante, la camarera se acercó para anotar el pedido, la madre de pidió otro té, y los dos niños un chocolate caliente y un bollo.

—Mira mamá— decía Lisa, orgullosa enseñándole todo lo que habían comprado.

Miguel solo la observaba con una sonrisa, pensando para si, que ella brillaba diferente cuando estaba emocionada. Las bebidas llegaron y todos se vieron envueltos en una conversación, que aunque no llegaba a temas profundos, era interesante y llena de risas.

Empezó a chispear, gotas tan pequeñas como la punta de un alfiler cubrían el ventanal, pronto ese chispear se convirtió en una tormenta que con rabia golpeaba el suelo y todo a su paso, la puerta de la cafetería se abrió, dejando pasar un poco de esa rabia lluviosa dentro.

—Miguel— dijo una voz, cansada y dolida.

Una voz que Miguel hacía mucho que no escuchaba, una voz que se había permitido olvidar, y que al oírla no pudo evitar temblar.

Todos se dieron la vuelta, era la madre de Miguel. Estaba empapada, totalmente calada, y no iba preparada para la lluvia, su gabardina marrón era fina y vieja, sus pantalones vaqueros tenían manchas de colores sospechosos, la blusa blanca que llevaba estaba arrugada y sucia, y su pelo mal peinado y descuidado. La madre de Lisa se levantó de su asiento y tocó el brazo de la otra para tratar de sacarla del café.

—Hablemos en otro lado, ¿De acuerdo Lucia?— dijo ella con un tono amable y precavido.

La madre de Lisa sabía lo inestable que estaba la otra, sabía de los problemas que había sufrido la mayor parte de su vida, y sabía que si se quedaba ahí montaría un escándalo.

—Apártate de mi, déjame en paz— le pegó un manotazo a la mano de la otra— Miguel, levántate, nos vamos ya— dijo mirando a su hijo a los ojos.

Luego sacó un billete de cinco arrugado de su bolsillo y lo dejó en la mesa. De forma agresiva, se dirigió a la madre de Lisa.

—Ni mi hijo ni yo necesitamos de tu caridad— dijo enfadada.

Miguel no se movió, ni siquiera sonrió al verla, no la echaba de menos, las semanas que había pasado con la familia de Lisa eran de las mejores de su vida, no quería volver a su antigua vida, el ya sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo y trató de no acostumbrarse, pero a medida que pasaba el tiempo no pudo evitarlo. A Lucia que su hijo actuará de tal forma la irritó muchísimo, y de forma agresiva le agarró el brazo para forzarle a levantarse.

—Que pasa, ¿no te alegras de ver a tu madre? Si te digo que nos vamos tú obedeces, yo soy tu familia, no ellos— acabó.

Nada más decir esto abrió la puerta de la cafetería con fuerza, pues el viento de la tormenta se lo puso difícil, como si la naturaleza tratara de proteger al pequeño. Luego le empujó fuera y salió, pegando un portazo tras de sí, y sepultando la cafetería en un silencio.

Lisa no sabía cómo reaccionar, solo miraba la figura de su amigo marchándose en la lluvia, luego observó a su madre, la cual no hizo nada más que dejarse caer en su asiento, no pronunció ninguna palabra, no se movió.

—¿Mamá? ¿Que harás? No la puedes dejar irse así con Miguel— dijo Lisa, poniéndose de pie mientras lágrimas la brotaban de los ojos.

—No la puedo parar, es su hijo— dijo la madre mirando al vacío.

—Pero... pero mamá— continuo Lisa.

—Ya basta— se levantó de su silla y miró a su hija— No quería hacerlo, pensé que así bastaría pero no lo creo, tendré que hacerlo— acabó la madre, levantándose y dejando un billete en la mesa.

—¿Hacer que?— preguntó Lisa, sin obtener respuesta alguna.

Su madre comenzó a prepararse para salir a la tormenta, preparando al bebé y recordándole a su hija que cogiera el paraguas, abrió la puerta y la familia salió a gran velocidad del lugar.

"Iremos a buscarles, la haremos razonar" pensó Lisa, pero no fue así, solo se fueron a casa, la madre de Lisa llamó a su esposo a la cocina, y les dijeron a los niños que no entraran, Rubén subió al piso de arriba con sus hermanos, oyeron cómo hacían una llamada.

Palabras sin pronunciar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora