En esta historia podrás ver a través de los ojos de diversos escritores. Cómo cambiaron nuestras vidas en base a la pandemia. Y la forma en la cuál logramos subsistir hasta ahora.
Cada capítulo es un pedazo de vida que sigue latiendo como parte de l...
El aire pesaba ese viernes 13, la sensación de incertidumbre anticipó el veredicto; confinamiento; aciago que luego se convirtió en excusa, para ser, para estar, para sentir. Entonces descubrí un fantasma merodeando mis rincones, una versión extraña de mí se acercó a la ventana, mi prisión fue su libertad, y mi temor su risa. Me enseñó a bañarnos en la lluvia, recibir el sol cada mañana y a desvelarnos pensando en nada, sólo apagamos la luz para hacer diatribas luminosas con la punta encendida de un espagueti crudo. A veces Esperanza se asoma desde su ventana y conversamos frente a frente, a 10 metros de distancia, pero la brisa, soberana confidente, me trae fragmentos del aroma de su piel, quizá ella sospecha que mi mirada traspasa las cortinas cuando se cambia de ropa, aunque ¿por que deja abierta la ventana? Será que... No, bueno en algún momento los diez metros serán escasos centímetros y alcanzaré a preguntárselo al oido sin que alguien más escuche salvo mi fantasma indiscreto que se tambalea sobre el piano tocando con los dedos de los pies mientras preparo café, hago una pausa y lo observo a veces niño, a veces viejo, a veces nadie. Una madrugada lo sorprendí hablando con una cabeza de mujer que estaba colgada por los cabellos en la reja de mi ventana —A mí me mataron aquí— confesó ella, él no dijo nada, le dedicó dos caricias y la despidió con un beso en la frente. A esa hora esperanza corrió las cortinas, estaba semi desnuda, traía un cigarro encendido en su boca, me miró con asombro y lujuria noctámbula — Estás aquí.— dijo. Hablamos de Friedrich, de Milan, de Zandor y otros bribones ascendidos a proetas por la benevolencia incomprensible del tiempo — Novus ordo seclorum — comentó esperanza al final, pero yo a merced de algún reptil titiritero dejé pasar su comentario, el viento lo atrapó y se lo llevó de prisa, no importó, pues yo estaba dibujando en mi memoria su cuerpo desnudo acariciando el mío ¿cuantos estaran haciendo lo que ella y yo deseamos? ¿Cuántos escriben? ¿cuántos piensan? ¿cuántos habran muerto? ¿Cuántos están por nacer? ¿Cuántos se habrán contagiado? Preguntó el fantasma. Pareciera que las cifras remojadas en sinismo y miedo saben a mentira en la boca del televisor, las vomita desinteresado, luce cansado de decir lo mismo: Muerte, cifras, contagio, medidas, bioseguridad, distanciamiento; un axioma se abre paso entre tanta basura, el humano es bulnerable, la moda, el drama, el juego, la máscara que se pone la realidad para ocultar una verdad primigenia (el hombre es un animal más) bueno y ¿que me importa eso? Si me debato entre la duda y la certeza de si soy yo o mi fantasma quien puede ver a esperanza.
A menudo pregunto ¿cuánto mas durará esto? Solo que la intención de esa pregunta ha cambiado desde el día uno
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