Perspectiva de Ian Moisés

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Texto original. Propiedad intelectual de imoiicas

Cuba, 27 Julio de 2021

Era miércoles once de marzo de 2020. Comenzaba el día con un clima bastante pesado; los primeros casos registrados de una enfermedad comenzaban a asomarse a la isla y con ellos la preocupación de poder contrarrestar de manera eficaz y oportuna algo jamás visto.

Unos días después le apodarían Covid-19 a lo que padecían los pacientes; ya era una palabra bastante usada en solo una semana. Pero a través de las vallas que limitaban la zona donde yo estaba, no se veía poco más que desacierto. Algunos necesitados de artilugios para salvarle la vida requerían atención inmediata, pues la diabetes e hipertensión arterial, por ejemplo, son algunas de las agravantes para que este inhumano huésped hiciera mella en nosotros.

¨Un catarro, eso es un catarro; no es una enfermedad¨ decían algunos incrédulos.

El caluroso despertar del hogar estaba haciéndose extrañar; pues me tocó a mí desde el servicio militar, ver cómo se lamentaba la gente por el contagio de algún familiar o algún que otro conocido. En un vistazo hacia el cielo, desaté un flujo de pensamientos aleatorios que se convirtieron en un lema directo para mí.

Un uniforme verde y sudado por las actividades que realizábamos, resultaba incómodo en el día a día; y a más de ocho meses vistiendo los colores de mi país con mucho sacrificio, una nueva moda parecería llegar para quedarse. Aquel trozo de tela y tira elástica que me cosió mi abuela lo estrené al entrar nuevamente a la unidad. Todos le llamaban nazobuco a eso que obstruía mi respiración y me cubría la boca de picadas de mosquitos y del polvo del terreno.

Amigo lector, mis deseos de estar en casa y apoyar a mi familia no pudieron ser más inalcanzables cuando un nuevo estado de cuarentena echaba por tierra cualquier oportunidad de poder estar con los tuyos. Iban pasando los días y cada dextrógiro de la manecilla del reloj parecía una encrucijada cuando el minuto cincuentainueve marcaba el fin de una hora para darle lugar a otra; así de igual forma sería una persona acabada de fallecer u otra que recién nacía.

Voy a ser sincero estimado lector, aquí en Cuba las temperaturas suelen ser altas, y si bien en la playa se disfrutan y de qué manera, no pudiera decir lo mismo llevando conmigo bajo pleno sol: un uniforme, gorra, fusil y ahora nazobuco.

Cada vez que anunciaban un nuevo fallecido a causa del contagio de la enfermedad, se lanzaba un ángel de la altura para llevar a cabo su cometido, y con cada descuido, el dolor era repartido de forma desigual para todos. De una forma u otra estábamos ligados a ese sentimiento de pérdida por el simple hecho de ser seres humanos.

¨Sí, yo estoy bien. ¡Ah! Otra cosa, mi amor: yo te amo más que a nada en este mundo. Pronto nos volveremos a ver¨ (...) Ni siquiera había amanecido y ya estaba yo escuchando inevitablemente el final de esa conversación telefónica; mi compañero melancólico acababa de hablar con la novia. Sus lágrimas por haber pasado más de cuatro meses alejado de ella hacían mella en él, y el canto de unos zunzunes silvestres sobre un matorral hacía más conmovedora la escena en la cual él lloraba y yo le abrazaba; tratando de hacerle entender que la vil espera no sería eterna y que al igual que él, todos teníamos alguien esperando por nosotros. Las voces de mando de nuestros jefes, así como su actitud férrea para hacer que la disciplina primara para destacar, no hacían que las lágrimas desaparecieran, ni siquiera que ese último camino que te lleva a tu propia identidad quedara sepultado a un viaje al que jamás regresarás. Los sentimientos oprimían, el corazón latía fuera de mí y a veces enclavando la mirada a un barranco, intentaba procesar la difícil información.

Somos la Resistencia - Covid 19Donde viven las historias. Descúbrelo ahora