Perspectiva de Kim Beezus

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Texto original. Propiedad intelectual de KimBeezus0102

2020.

Ese fue el año en el que todo inició, el año en el que todo acabó.

La pandemia nos hizo a todos sobrevivientes de alguna manera, y no precisamente de la propia enfermedad. Sobrevivimos a relaciones, a personas, a lugares, a despedidas, a dolores.

Les contaré lo primero que perdí ese año en el que todo comenzó.

Perdí un gran amor. El hombre que cambió mi vida. El hombre al que le entregué mi cuerpo y mi corazón por primera vez. Nuestra separación no fue porque quisimos, sino porque tuvimos. Mundos diferentes, distintos hemisferios; nunca volvimos a vernos. Siempre creí que el amor era estúpido hasta que me enamoré como una estúpida. Ahora sé que el amor en sí, no es malo, es mala la forma en que te cambia y te transforma y te hace dependiente. Cuando se marcha para siempre te crea un vacío que es casi imposible de volver a llenar. Pero como dicen por ahí, no se extraña a la persona, sino al sentimiento. Entonces, extraño el amor que sentí por él, y quien me duele, es él, no el amor.

Lo segundo que perdí durante la pandemia, fue a mi madre. El maldito cáncer me la arrebató. La vi sufrir, la vi morir; sostuve la urna con sus cenizas en mis manos, estaba caliente todavía. A veces siento que pude haber hecho más, otras, siento que hice todo lo que pude y ella estaría orgullosa de mí. Sin embargo, la culpa me ataca de vez en cuando y se queda arraigada en mi pecho por un par de días hasta que, finalmente, me abandona y puedo respirar mejor; puedo dejar de llorar en la ducha sin que nadie me vea. Por desgracia, mucho de ese sufrimiento me tocó tragármelo en silencio, pues delante de ella tenía que ser fuerte y no podía llorar. Así fue como descubrí que odiaba ese horrible nudo que se te forma en la garganta cuando no puedes derramar tus lágrimas en paz. Y mi mami se me fue. Y me parece mentira. Y sueño que todo está bien y que eso nunca pasó, pero me despierto llorando a mares y tengo que maquillarme para que nadie sepa.

Lo tercero que perdí, o mejor dicho, lo tercero que decidí perder, fue a Dios. Estuve decepcionada, triste, dolida, con deseos de morir. Me pregunté todo el tiempo dónde estaba mi Dios benevolente y magnánimo. Casi parecía clamar Elí, Elí, ¿lama sabactani?, que significa Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Sin darme cuenta, que fui yo quien se marchó; él siempre estuvo ahí. Yo solo perdí el camino, perdí mi religión, mi fe. No puedo regresar ahora; no después de tanto tiempo.

La escritura fue mi refugio, mi escape, al menos eso no lo perdí. Sé que la pandemia no es la culpable, pero marcó un punto de no retorno en mi vida, me atrevería a decir en la vida de todos. Pero bueno, esta es mi experiencia, no la de ustedes. No es buena, no es la peor, pero es mía.

Es la primera vez que escribo sobre esto.

Es la última vez que escribo sobre esto.

Lo demás no importa…

Lo demás no importa…

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