Texto original. Propiedad intelectual de SirVolkaOficial
El sol comenzaba a caer por detrás de los edificios más lejanos en el oeste de la ciudad. Todo el panorama tenía un tono sepia poco alentador. La vista panorámica que brindaba aquel ventanal en el piso trece me recordaba lo pequeño que somos ante la magnificencia del mundo que nos rodea. Lo insignificante de nuestra existencia ante ese mar de personas que van de un lugar a otro como si fueran pequeñas hormigas obreras siguiendo algún patrón sin sentido que delimita el curso de su vida. Las luces empezaban a adornar el paisaje colmado por azoteas descuidadas, presas del óxido y la humedad.
Hacía un par de meses ya que, por diversos videos independientes, la famosa gripe de Wuhan venía resonando con mayor fuerza. Pero todo parecía tan lejano. Algo aislado en una ciudad asiática que parecía otra noticia sin color en las páginas finales de algún diario de segunda mano, que buscaba rellenar sus burdas páginas con sensacionalismos en pos de vender cualquier símil tragedia que las señoras de avanzada edad suelen comentar en sombríos cafés perdidos entre la desconcertante multitud murmullante que compone lo que denominamos rutina.
Me encontré en la salida de aquel edificio como de costumbre, vestido con mi traje negro acompañado de mi característica camisa borgoña que acentúa mi personalidad bohemia. Saqué el móvil del bolsillo interno del saco para marcar un número en la búsqueda de un alma cómplice para celebrar otra exitosa jornada de producción en el área de ventas de la compañía para la cual trabajaba como gerente comercial. Uno de los números que aggiornaba la lista de contactos frecuentes, fue el nexo con la dulce voz femenino que me contestó del otro lado de la línea. En unos pocos minutos me vi bajando de un taxi para entrar en la cervecería de siempre, donde era recibido con la mayor calidez por parte de cada uno de los empleados que me correspondía cada gracia que les comentaba al pasar. Subí por las escaleras hacia la terraza y fui directo hasta el lugar que siempre me resguardaba la simpática encargada del lugar. Mis accionar era siempre el mismo, solía tener la costumbre de ubicar mi maletín en un asiento a mi lado derecho, para no perder de vista ni desacomodar aquel contenedor que preservaba innumerables proyecciones y técnicas operativas elaboradas con antelación para los próximos tres meses.
En la dulce espera de mi acompañante, pedí aquella bebida que calmaba mi marcado estrés con apresurada facilidad. Una copa llena de cerveza roja con notas de frambuesa de fondo era mi momento de felicidad al terminar los días más complicados. La Waldbier era por lejos mi bebida favorita de aquel lugar que se había convertido en una escala necesaria entre la vorágine de cada día y la soledad de mi habitación donde a decir verdad nadie me esperaba.
Luego de haber llegado la señorita a la cual le regalé la mejor de mis sonrisas, por el hecho de que su presencia era una muestra más del imperio que había logrado construir en tan poco tiempo. Esa noche no fue diferente a muchas otras de esa época, entre charlas y acercamientos románticos transcurrió otro día de esa vida que consideraba perfecta.
El teléfono comenzó sonando muy temprano como era costumbre, por las diferentes áreas con las cuales debía de coordinar para que la operativa diaria fuese perfecta. Pero ese día el mensaje no fue como otros días. En esa ocasión lo que me llegó por parte del dueño de la firma fue un enlace de un sitio de noticias locales que ilustraba una inminente situación. El extraño virus del cual me había estado informando tiempo atrás, se había convertido en una real amenaza en toda Europa, y ya habían aparecido los primeros casos en nuestro país. Aquella persona me encargó que diseñara un protocolo en caso de que debiéramos modificar nuestro esquema de rutina, porque había versiones del confinamiento era algo que también podía llegar a ser una realidad en nuestra ciudad. Calmé sus ideas de una forma que hoy considero ingenua, porque en pocos días, esa vida perfecta comenzó con su caída libre.
La primera semana la sentí como unas vacaciones necesarias, porque habían pasado muchos meses en que no pausaba mi tiempo de productividad ni siquiera un domingo, llegando a ser un obsesivo de las estadísticas en tiempo real, y descuidando de esa manera facetas importantes de mi vida a cambio de unos destellos de satisfacción que los placeres de la noche y el poder podían ofrecer.
Mientras el calendario se seguía abultando entre esas cuatro sofocantes y claustrofóbicas paredes de mi habitación todo comenzó a cambiar. Todos los ahorros que tenía no servían para comprarme un poco de sosiego. Vi como personas que consideraba amigos desaparecieron, porque no había conveniencias de por medio, ni un vaso de alcohol, ni una situación de la cual de cualquier forma pudieran sacarme provecho. Los días se comenzaron a volver más duros y mi mente en el total silencio ensordecedor no paraba de gritarme crudas verdades haciendo que la ansiedad sea más profunda y despiadada. Todos los favores y buenas acciones no le servían de nada a la depresión. Perdí la noción del tiempo y ante mi abarrotada ventana no podía distinguir horarios ni días.
Toda mi vida fui una persona solitaria, pero ese agresivo encierro aisló hasta mi cordura. Mis nervios se descontrolaron, comencé a perder de todo un poco: mucho peso, cabello, esperanzas, aliento y hasta los motivos que guiaban mi vida. No fue nada fácil para mí. No fue fácil para nadie.
Entre toda esa locura insoportable de convivir con mi depresión, sintiéndome un pájaro enjaulado sin libertad. Es cuando retomé después de mucho tiempo mi camino como escritor. Encendí la computadora que llevaba días en suspensión y en un archivo blanco comencé a vomitar tantas letras como hacía años atrás me habían motivado a hacerlo en un papel la pérdida de mis seres amados. Escribí y no dejé de hacerlo, aunque las lágrimas brotaran de mis ojos nublando mi vista o la respiración se entrecortase. Escribí. Y entonces allí volví a sentir la brisa de la libertad, volví a soñar, volví a creer y volví a amar. Comencé una relación con la persona que hoy es mi prometida, y más allá de eso, la persona que me abrazó y amó en mi peor versión. Abrazando los desolados y crujientes pedazos de mi desahuciado corazón. Volví a tener contacto con la poca gente que valía la pena y había dejado de lado a raíz de mi alarmante estado.
Escribí, y no dejo de hacerlo. Porque escribir me sigue dando la libertad que la vida y el contexto nos quitaron. Gracias a las letras podemos volar, y de esa forma con el corazón rebosante de esperanza voy a seguir apoyando a quién lo necesite, motivando a quién perdió su camino, recordándole a las personas que lo necesiten que los pequeños detalles son los que hacen maravillosa la vida.
Voy a continuar escribiendo. Voy a seguir formando parte de la resistencia.
NOTA DE AUTOR
Fue muy revelador hasta para mí mismo repasar todo lo que viví en esta pandemia. Todos los cambios que hice, y lo gratificante que se siente hoy vivir todo de una manera tan real a pesar del amargo contexto de la pandemia. Quiero agradecer a todas las personas que me apoyaron y a las que hoy en día se suman para alentarme en este hermoso camino que es escribir. Simplemente gracias.
SIR VOLKA
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Somos la Resistencia - Covid 19
Historia CortaEn esta historia podrás ver a través de los ojos de diversos escritores. Cómo cambiaron nuestras vidas en base a la pandemia. Y la forma en la cuál logramos subsistir hasta ahora. Cada capítulo es un pedazo de vida que sigue latiendo como parte de l...