Capítulo 3

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 Resentido y compadeciéndose de sí mismo, Donghae se encaminó penosamente hacia el gimnasio particular de la casa principal. Su diseño reflejaba el estilo eficaz y el gusto indiscutible de Heechul, cosas que, en ese momento, Donghae detestó con amargura.

La CNN sonaba de fondo en la pantalla plana mientras Heechul, con un pinganillo en la oreja, tiraba millas en la bicicleta elíptica. Donghae miró con el ceño fruncido la máquina de musculación Bowflex y se quitó la sudadera. Se volvió de espaldas a aquel aparato, a la bicicleta reclinable, al expositor de mancuernas y al estante de DVD con ejercicios amenizados por entrenadores animados o concienzudos, capaces de impartirle una sesión de yoga o pilates, de torturarlo con la bola de ejercicios o intimidarlo con el tai-chi.

Desenrolló una colchoneta, se sentó en ella con la intención de hacer unos estiramientos para calentar... y terminó tumbándose.

—Buenos días. —Heechul lo miró sin dejar de pedalear—. ¿Te acostaste tarde?

—¿Cuánto rato llevas subido a eso?

—¿La quieres usar tú? Casi he terminado. Estoy enfriando.

—Odio esta sala. Aunque el suelo esté reluciente y la pintura sea preciosa, no por eso deja de ser una cámara de torturas.

—Te encontrarás mejor después de haber pedaleado un par de kilómetros.

—¿Por qué? —Desde su postura yacente, Donghae alzó las manos—. ¿Quién lo dice? ¿Quién ha decidido que la gente, de repente, tiene que pedalear o correr varios kilómetros al día, o que retorcerse en posturas antinaturales es bueno para el cuerpo? En mi opinión son los que venden estas máquinas horribles y los que diseñan esos atuendos tan monos que tú llevas. —Hae miró airado los leggings a la última moda y la alegre playera rosa y gris que vestía su amigo—. ¿Cuántos equipos monísimos como ese tienes?

—Miles —respondió Heechul con sequedad.

—¿Lo ves? Y si no te hubieran convencido para que pedalearas kilómetros y te retorcieras en posturas antinaturales (y se te viera perfecto), no habrías gastado ese dineral en una ropita tan linda. Para variar, podrías haber donado los fondos a una causa digna.

—Lo que ocurre es que estos pantalones de yoga me hacen un culo estupendo.

—Desde luego. Pero aquí nadie te está viendo el culo aparte de mí. ¿Qué sentido tiene?

—Satisfacción personal. —Heechul aminoró la marcha y se detuvo. Saltó de la bicicleta y la limpió con una toallita impregnada con alcohol—. ¿Qué pasa, Hae?

—Ya te lo he dicho. Odio esta sala y todo lo que representa.

—Eso ya lo sabía, pero conozco tu tono de voz. Estás molesto, y eso es raro en ti.

—Estoy enfadado, y eso le puede pasar a cualquiera.

—No. —Heechul cogió una toalla, se secó la cara y bebió un poco de agua—. Casi siempre estás alegre y optimista, y tienes buen carácter, aun cuando te pones pesado.

—¿Ah, sí? Jo, debo de ser un coñazo.

—Casi nunca. —Heechul se fue a la máquina de musculación y empezó unos ejercicios de brazos y pectorales como si fueran de lo más fácil. Donghae, sin embargo, sabía que requerían un gran esfuerzo. Sintió un nuevo amago de rabia y se incorporó.

—Estoy cabreado. Esta mañana estoy cabreadísimo. Anoche...

Donghae se interrumpió cuando vio entrar a Sungmin con el cabello recogido de manera desenfadada y vistiendo una camiseta deportiva y unos pantalones de ciclista.

Rosas que lastiman *EunHae*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora