Cuando Dios hizo la Tierra,
cual colchón de lana y plumas,
quiso hacerle un manto grácil
al césped, con su verdura.
También en él, creó una alfombra
fresca, como brisa del aluvio,
que acaricia con sus miles de dedillos,
reconforta sobre sí a los pies cansados
y hace cosquillas a los amargados.
Y lo bañó con el verde de los montes
y le adornó con flores de colores;
allí les hizo casita a los insectos
y condominios de amor a los conejos.
Por eso, al ver su verde me conmuevo;
los ojos brillan ante el color agreste;
¡resumió así la vida en unas luces
el Dios Celeste, haciéndolo tan verde!
Mezclando en su paleta azul y amarillo,
unas veces más claro, otras, más verdes.
Y lo roció con exquisito perfume;
de petricor, de salvia y de humus;
una pizca de sol y de lluvia
rumor de flor, y de verano en algunos.
E hizo que sobre su grama
la piel humana se hiciera más bella;
cárnea y rodeada de esmeraldas
para amarse de forma más risueña.
La hizo alimento para las fieras,
sala de juegos para los niños;
celosía para los novios,
lugar predilecto para el cariño.
Quiso compartirlo con la raza humana;
lo esparció, cuando no existían fronteras.
Lo hizo bordeador de los caminos,
riqueza proverbial, cantor de primaveras.
Piel de la fiel naturaleza:
tu abundancia no conoce otra igual.
Por más que te corten y te arrasen,
con una sola gota, te veo retoñar.
Tan frágil, así retas a la roca;
el asfalto no te sabe detener.
Y por más que el viento te golpea
¡de la tierra no te arranca ni a puntapiés!
Dios, tan bueno, no quería que olvidaras
el lindo manto que a la corteza le tejió;
hilos de lana incrustó entre sus fibras
para que recordaras su grandeza en el picor.
Y no dudo que aunque te escosa, te sonríes,
porque revives a ese césped juguetón.
Extraño testigo de la infancia,
de la faena, de sangre injusta.
Alegre trocito de esperanza,
porque en tus brazos, el amor fecunda.
Alzas tus dedos, porque en tus sueños
crees que puedes surcar los cielos;
el sol, tu padre; la luna, tu madre
y tú, siempre mirando las estrellas,
pues por cada tallo tuyo, hay una de ellas.
Cuando Dios creó a Adán y Eva,
en lugar de una cama de piedras,
de regalo de bodas, les dio en prenda
el colchón más grande de la Tierra.