"Tan solo bastó un sueño. Un sueño en donde él me besaba.
Ya había yo deseado sus labios la noche anterior, cuando la conversación se había prolongado hasta media noche. Había querido besarle las mejillas antes de dormir, pero la moral no me lo permitía.
Pero los sueños... ¿qué tienen los sueños?, nos hacen hacer cosas supuestamente prohibidas, como lo que hice con él.
Una caricia en la mejilla; un beso en la derecha, otro en la izquierda; un leve roce en sus labios...
Estuve por ceder al impulso de mi boca contra su comisura, pero tuve voluntad, alejé mi cara, y me besó en la boca.
Una, dos, tres veces. Tres gloriosas veces.
Desperté con su sabor en los labios..."
Él tenía un nombre; yo lo llamé el segundo arcángel caído,
cuyo beso me besó en un sueño,
cuyo aroma se quedó conmigo...
Su melancolía se adivinaba
en la languidez de un cigarrillo
que encendía y que fumaba
alejándose del mundo,
soplando aquellas cascadas
como sus pies, sin rumbo.
No era mal parecido
_ ni bien parecido tampoco_;
tenía la figura de quijote,
la postura retorcida,
los ojos grandes, soñadores.
No; no era posible enamorarse
a no ser por sus palabras
que fueron en ese entonces
consuelo de mi esperanza.
Y fueron...
fueron pequeñas cosas
las que me hicieron dudar;
un juego de ajedrez,
una estrella de David que colgó en mi cuello
con sus propias manos...
la mano que me dio al pie de la escalera...
aquella preferencia inédita;
¿se había enamorado?
Y sin darme cuenta ya pensaba en él,
quijote de un mundo sin tregua,
arcángel del bien
con las alas torcidas, quebradas,
arcángel caído...
Cuya bondad daba ganas de amarle,
y cuya ferocidad
era puñal...
Puñal de existencia,
más grande que su menudez;
¿era un error amarle?
¿Cómo no amarle?
Si me amaba él...