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Su mano se posa lentamente en el pomo, presionando sobre este ligeramente, haciendo que se abriera de un sólo toque, prácticamemte cayéndose en el acto con un chirrido. Si tan sólo le hubiera soplado, hubiera obtenido el mismo resultado.

Entonces, Seonghwa se asoma.

Y ojea lo que parece ser un extenso pasillo.

Cada cuadro, jarrón o flor que alguna vez decoró la estancia yacía en el suelo, desigual, rota, marchita. Parecían unos pasillos para el alojamiento de sirvientes a juzgar por la calidad de la madera y el número de habitaciones contiguas.

Por curiosidad se mete a una de estas habitaciones, con la excusa de grabarlo.

Se encuentra entonces un reducido espacio que parecía haber sido abandonado a toda prisa; la cama estaba desecha, como si alguien se acabara de levantar de ella y echado a correr.

—¿Qué ha pasado aquí?— Dice con incredulidad al entrar en la sala principal del castillo, habiendo marcas bizarras por las paredes y todo tipo de manchas en el suelo.

La tela de los descuidados muebles había sido destruida por un objeto punzante y los cristales, destrozados.

Parecía una masacre, un desastre del que no se pudo escapar, por lo tanto quedó recluído entre sus paredes.

Entra al pasillo de la derecha, encontrándose una sala multiusos ligeramente anterior al resto de las habitaciones.

Contaba con un ventanal y estaba apenas decorada por algunas telas. El color en las paredes era sobrio y se había conservado bien, notó además un pequeño vestidor a la derecha, cubierto por un panel trenzado para más privacidad. La decoraban dos sillones de madera y terciopelo, en una esquina, separados entre sí por una pequeña mesa con una lámpara de aceite encima y unas velas en sus cajones.

El vidrio de las ventanas no parecía roto a propósito, si no, más bien a causa de la presión del terreno que lo cubría.

Sale de la habitación, puesto que no hay nada más por observar.

Decide avanzar por las escaleras contrarias, después de mostrar todo el panorama en cámara.

El pasamanos estaba astillado y la vidriera que lo acompañaba -que traería luz en su momento- ahora estaba bloqueada por un manto de tierra casi trescientos años después.

En la segunda planta vió otro tipo de habitaciones, y, antes de entrar en ellas, decidió seguir avanzando hasta el tercer y último piso.

—¿Me habré pasado la cocina?— Se pregunta a sí mismo mientras contempla la pintura de aquel pasillo. Se caía a cachos.

Y pensar que había gente que vivía allí repentinamente se le hizo lejano.

No está descubriendo un resto arqueólogico, está arrojando luz una misteriosa catástrofe.

Abre otra puerta, y esta vez se encuentra con un antiquísimo piano.

Antes de que su cerebro negara, su dedo tocó una tecla. Por supuesto, el objeto no emite ningún sonido; un cuadro cae al suelo en su lugar, haciendo que Seonghwa salte en su sitio.

— ¿Estáis viendo eso, chicos?— Dice a través de su walkie-talkie.

— Perfectamente, continúa, estamos guardando cada segundo de transmisión.— Contesta Yunho, mientras oye a Jongho teclear en su ordenador.

— Bien.— Responde, para luego darse la vuelta y seguir examinando las demás habitaciones.

Al inspeccionar la habitación contigua, inmediatamente se percata de que es una biblioteca a rebosar de ejemplares de la época. Se acerca a los estantes con la boca abierta. ¡Y pensar que algunos de aquellos libros no llegarían nunca a ver la luz de nuevo!

Entonces gira la cabeza y visualiza un ventanal gigantesco, las cortinas blancas que alguna vez cubrieron aquel sol estaban raídas y mancilladas con un color amarillo.

Seonghwa se imagina lo hermosa que se vería la luna desde allí en cuanto se va acercando a estas.

Se para al toparse con un globo terráqueo, y, al examinarlo, concluye que efectivamente es del siglo XVIII tan solo por el relieve inexacto y los nombres de los distintos territorios.

Se pasea por los estantes cercanos, pero su interior se agita, incomodidad invadiéndole desde que puso un pié en aquel lugar.

Y no sabe la razón, lo cual, tampoco lo tranquiliza precisamente.

— Creo que ya es suficiente por este piso, voy a inspeccionar los aposentos reales.— Avisa, para luego bajar de nuevo.

Se encuentra con una cama descomunal, cubierta por seda, un ventanal igual de grande y un escritorio, la lámpara de aceite con la que contaba siendo igual de "modesta".

Cierra la puerta.

Entonces, camina hacia el otro extremo del pasillo, dando con otra puerta.

En su interior son revelados los restos de lo que parecía haber sido una terriblemente cómoda cama, con los más finos tallados en la madera del lecho y un permanente bañado en oro, típico de la época.

Las antiguas -y pesadas- cortinas están cerradas, como si hubiera sido abandonado incluso antes del castillo en sí.

En la esquina visualiza un pequeño escritorio, y alarga su brazo para revisar los cajones, encontrándose con un sello real.

Eso serviría para su búsqueda.

— Tomad un buen plano de esto.— Dice al levantarlo hacia la cámara.

— Lo tenemos. Continúa.—

Esa es su señal para indicarle que podía volver a dejarlo dónde lo encontró.

Entonces, da un giro de ciento ochenta grados, encarando directamente un armario.

Camina hacia él y toma el pomo, abriéndolo con innecesario suspense.
Algo en él mismo le decía que encontraría algo de valor.

Perfectamente conservado, un traje de terciopelo azul se presenta dignamente ante él.

Sus adornos en oro todavía están como si fuera el día siguiente a su forja, sin embargo, uno de los gemelos es la excepción.

En cuanto sus dedos llegan al adorno , una corriente eléctrica se apodera de él, como si sus dedos se trataran en realidad de un metal conductor.

La descarga es tal, que repentinamente no se puede mantener el contacto con su equipo mediante la cámara, la cual se apaga apenas un segundo después en cuanto él busca dominar el equilibrio apoyándose en la pared.

Entonces, está solo.

Solo y asustado cuando súbitamente, su mundo se vuelve negro.

𝑆𝑢 𝑃𝑟𝑜𝑚𝑒𝑠𝑎 (#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora