𝑝𝑟𝑜́𝑙𝑜𝑔𝑜 | 𝑐𝑎𝑠𝑡

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| 𝑝𝑟𝑜́𝑙𝑜𝑔𝑜 |


—¿Crees que será suficiente?

Diana levantó la vista de su diario y analizó el atuendo de su melliza, rodando los ojos mientras esbozaba una sonrisa divertida en sus labios.

—Me has preguntado lo mismo las otras veinte veces que te has probado ese vestido —dijo rubia—. Y todas ellas mi respuesta ha sido la misma: serás la sensación de la temporada, hermana. ¿Dónde me dejará eso a mí?

Daphne intentó suprimir la risa que acabó por escapársele, trotando hasta sentarse junto a su melliza en su cama.

—Oh, vamos —exclamó la joven mientras colocaba una mano en la espalda de la rubia—. Si estoy tan nerviosa es porque creo que no tendré posibilidades a tu lado. Acaparas las miradas de todos los caballeros allá donde vamos.

—Eso no es cierto —objetó Diana, que se giró para ver si su hermana estaba mofándose de ella. Cuando no encontró ningún atisbo de burla en los siempre amables ojos de la chica, bajó la mirada de nuevo hasta su diario—. Y aunque lo fuera, no querría sus atenciones.

Daphne suspiró para, posteriormente, acomodarse con la intención de tumbarse junto a su melliza. Daphne solo era mayor que Diana por minutos, por lo que la mayoría de una sobre la otra no era algo que debatieran a menudo; ambas se habían cuidado mutuamente desde que tenían conciencia, probablemente incentivadas por la falta de una figura paterna que se hiciera cargo de eso —sin contar a Anthony, por su puesto. El mayor de los hermanos daría la vida por todos y cada uno de los miembros de su familia—. 

—¿No estás asustada?

—¿De qué? ¿De no gustarle a la sociedad de Londres o a los hombres?

—Diana —protestó su hermana entre risas a la vez que empujaba su hombro—... Es en serio. Dependemos de esto.

—No digas eso —se quejó la rubia—. Esto es un paso más en nuestras vidas. Somos como somos y no deberíamos cambiar para agradarle a nadie. Mucho menos a un hombre... va en contra de mis ideales.

La rubia rojiza volvió a reír. No podía evitarlo, esa era la sensación que Diana le provocaba cada vez que estaba cerca de ella. Y todos sus hermanos, además de su madre, coincidían en la alegre burbuja que les rodeaba cada vez que la quinta hija de los Bridgerton hacía presencia en la sala.

La menor de las mellizas siguió escuchando las nerviosas palabras de su hermana, quien profesaba que no podía esperar al día siguiente, cuando ambas se presentarían ante la reina para oficiarse como debutantes de la temporada londinense. Mientras la escuchaba, sus ojos se desplazaron hasta el vestido que había sido confeccionado delicada y especialmente para ella. Un escalofrío recorrió entonces su cuerpo, como si cada poro de su piel estuvieran preparándose para la labrada situación a la que se expondría unos meses, o el resto de su vida. 

𝐈𝐟 𝐈 𝐦𝐚𝐲, 𝐌𝐢𝐬𝐬 𝐁𝐫𝐢𝐝𝐠𝐞𝐫𝐭𝐨𝐧 | 𝐫𝐞𝐠𝐞𝐧𝐜𝐲 𝐞𝐫𝐚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora