𝐷𝑟𝑜𝑚𝑜𝑙𝑎𝑛𝑑 𝐶𝑎𝑠𝑡𝑙𝑒, 𝑊𝑎𝑡𝑒𝑟𝑓𝑜𝑟𝑑 𝐶𝑜𝑢𝑛𝑡𝑦
"Me has mentido. Desde el principio."
Peter intentó respirar con normalidad, pero la contracción en su garganta le impedía hacerlo.
"Me lo has ocultado todo."
El duque de Brighton quería salir corriendo detrás de Diana, quien acababa de salir del salón de baile tras despedirse de su familia de forma apresurada. Quería explicárselo todo.
"¿Por qué escucharía a alguien que no ha hecho más que mentirme a la cara?"
Peter cerró los ojos al recordar las hirientes palabras de la joven Bridgerton. Pero no la culpaba. Se merecía todos y cada uno de los insultos que Diana quisiera gritarle a la cara.
"Adiós, excelencia."
No. Peter se negaba a dejarla marchar. No de esta forma. Tenía que encontrar la manera de hablar con Diana, de explicarle su versión de los hechos y de aclararle que no había sido partícipe de ningún engaño. Que la conclusión a la que había llegado por sí misma no era cierta en absoluto.
El duque logró salir de su bloqueo y comenzó a andar rápidamente en la dirección en la que se había ido Diana. Hizo lo posible por no chocar con ningún invitado o familiar, y si alguien intentaba retenerlo ponía como excusa que iba a la habitación de los niños para ver a George.
No podía detenerse. No en ese momento, cuando veía que la persona a la que amaba profundamente sufría por su culpa y planeaba alejarse de él para siempre.
Ni siquiera reparó en las miradas preocupadas de Lady Bridgerton y su hijo Benedict, que siguieron con atención sus pasos. A esas alturas, ya habrían averiguado que él había sido el causante del malestar que sentía Diana. Y esa sensación se clavaba en el pecho de Peter con el más agudo de los dolores.
El duque de Brighton captó por el rabillo del ojo el color dorado del cabello de Diana y el celeste de la tela de su vestido. En otras circunstancias, habría rogado a la joven para que se sentara frente a él y le dejara pintarla; le habría rogado que le honrara con el placer de plasmar su belleza etérea sobre un lienzo. Y es que en ese preciso instante, Peter Fitzgerald se dio cuenta de que no dudaría en ponerse de rodillas y suplicarle a Diana. Para pintarla, para que le perdonara. Simplemente para que le escuchara.
—Diana —llamó el duque—. Diana, por favor. Escúchame antes de sacar conclusiones precipitadas.
La joven Bridgerton no le dio el placer de detenerse, ni siquiera de girarse para mirarlo a los ojos. La rubia continuó con su paso acelerado escaleras arriba, en dirección a los dormitorios de los invitados. El duque suspiró y se apresuró a subir los escalones de dos en dos, llegando a la planta superior justo antes que Diana para cortarle el paso. Entonces pudo comprobar el daño que su secretismo había causado en la joven a la que amaba.
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𝐈𝐟 𝐈 𝐦𝐚𝐲, 𝐌𝐢𝐬𝐬 𝐁𝐫𝐢𝐝𝐠𝐞𝐫𝐭𝐨𝐧 | 𝐫𝐞𝐠𝐞𝐧𝐜𝐲 𝐞𝐫𝐚
Romance𝐷𝑖𝑎𝑛𝑎 𝐵𝑟𝑖𝑑𝑔𝑒𝑟𝑡𝑜𝑛 𝑠𝑒 𝑑𝑖𝑠𝑝𝑜𝑛𝑒 𝑎 𝑟𝑒𝑎𝑙𝑖𝑧𝑎𝑟 𝑠𝑢 𝑝𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡𝑎𝑐𝑖𝑜́𝑛 𝑒𝑛 𝑠𝑜𝑐𝑖𝑒𝑑𝑎𝑑 𝑗𝑢𝑛𝑡𝑜 𝑎 𝑠𝑢 𝑚𝑒𝑙𝑙𝑖𝑧𝑎, 𝐷𝑎𝑝ℎ𝑛𝑒. 𝑃𝑎𝑟𝑎 𝑒𝑛𝑡𝑜𝑛𝑐𝑒𝑠, 𝑙𝑎 𝑙𝑙𝑒𝑔𝑎𝑑𝑎 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑑𝑢𝑞𝑢𝑒𝑠 𝑑𝑒...