𝐷𝑟𝑜𝑚𝑜𝑙𝑎𝑛𝑑 𝐶𝑎𝑠𝑡𝑙𝑒, 𝑊𝑎𝑡𝑒𝑟𝑓𝑜𝑟𝑑 𝐶𝑜𝑢𝑛𝑡𝑦
Abigail Crawford iba a casarse.
La niña con la que había compartido grandes momentos de su infancia y con la que había correteado por los jardines de Aubrey Hall pasaría de ser una joven dama a ser una mujer casada. Tendría su propio hogar y lo compartiría con un hombre bueno y repleto de virtudes, que sin duda alguna le llenaría de felicidad todos los días por el resto de su vida.
A Diana le llenaba de dicha que una persona tan bondadosa como Abigail pudiera tener su final feliz, especialmente después de los espantosos sucesos que habían acontecido en su vida. Precisamente, pensó la joven Bridgerton, a causa del amor.
Diana negó con la cabeza mientras deslizaba los guantes sobre sus brazos, negándose así misma la posibilidad de dedicarle a Theodore Spencer un solo pensamiento. Ese "caballero" ya había hecho lo suficiente por intentar arruinar la vida de Abigail —y la suya propia— y no se merecía ser recordado en el día especial de la futura condesa de Waterford.
«Abigail será condesa», pensó Diana. Y sin poder evitarlo, sus ojos se desplazaron hasta sus dedos, cubiertos por la casi transparente tela de sus guantes. Desnudos, sin presencia alguna de anillo de compromiso o casamiento, como si aguardaran con anhelo el día en el que alguien tuviera el valor de hincar la rodilla y ofrecerle a Diana la promesa de un amor eterno.
A ella nunca le habían importado esas cosas; había pasado tantas tardes de su niñez con los dedos manchados de pintura junto a Benedict mientras Daphne y Francesca jugaban a interpretar a princesas, reinas y duquesas casadas felizmente... Y su rechazo hacia la vida en sociedad, hacia el papel que esperaban que ella interpretara como futura joven debutante, incrementó día en el que Edmund Bridgerton dejó este mundo para transitar el siguiente, dejando atrás el gran vacío que consumió el pequeño corazón de Diana hasta los cimientos.
Pero ahora... Ahora esos cimientos estaban siendo recolocados en su lugar, uno a uno. Esa mirada furtiva a su dedo anular, casi instintiva, se había manifestado al mismo tiempo que una suposición aparecía en la mente de Diana, sin invitación.
«Si el duque pidiera mi mano...»
Diana negó con la cabeza, alisando la falda de su vestido azul claro. No quería pensar en eso. No ahora; no ese día.
La rubia no se refería al título nobiliario que obtendría en el caso hipotético de que Peter Fitzgerald se decidiera por fin a pedir su mano. No, a Diana no le interesaba en lo más mínimo el rango que ostentaría en la sociedad. Sino más bien al escenario ficticio de pasar el resto de su vida junto al duque de Brighton, arropada eternamente entre sus fuertes brazos mientras veían crecer juntos a los hijos con los que fueran bendecidos; a la posibilidad de pasar el resto de sus días con los dedos manchados de pintura, sabiendo que el hombre al que tenía la fortuna de llamar esposo compartía la misma pasión por el arte que ella y que la animaría a expresarse a través del óleo; sin el miedo al qué dirán, sabiendo que en su hogar, en su propia familia, contaría con todo el amor, tranquilidad y felicidad que todo ser humano pudiera desear.
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𝐈𝐟 𝐈 𝐦𝐚𝐲, 𝐌𝐢𝐬𝐬 𝐁𝐫𝐢𝐝𝐠𝐞𝐫𝐭𝐨𝐧 | 𝐫𝐞𝐠𝐞𝐧𝐜𝐲 𝐞𝐫𝐚
Storie d'amore𝐷𝑖𝑎𝑛𝑎 𝐵𝑟𝑖𝑑𝑔𝑒𝑟𝑡𝑜𝑛 𝑠𝑒 𝑑𝑖𝑠𝑝𝑜𝑛𝑒 𝑎 𝑟𝑒𝑎𝑙𝑖𝑧𝑎𝑟 𝑠𝑢 𝑝𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡𝑎𝑐𝑖𝑜́𝑛 𝑒𝑛 𝑠𝑜𝑐𝑖𝑒𝑑𝑎𝑑 𝑗𝑢𝑛𝑡𝑜 𝑎 𝑠𝑢 𝑚𝑒𝑙𝑙𝑖𝑧𝑎, 𝐷𝑎𝑝ℎ𝑛𝑒. 𝑃𝑎𝑟𝑎 𝑒𝑛𝑡𝑜𝑛𝑐𝑒𝑠, 𝑙𝑎 𝑙𝑙𝑒𝑔𝑎𝑑𝑎 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑑𝑢𝑞𝑢𝑒𝑠 𝑑𝑒...