Capítulo 11 - La tercera habitación.

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Hermione se estaba viendo a sí misma

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Hermione se estaba viendo a sí misma. Algo le hacía saber que estaba en un sueño, pero ni siquiera se le pasaba en la cabeza salir de allí. Simplemente observaba la escena frente a ella.

Lloraba silenciosamente.

- ¡Has sido tú! – se encogió con miedo - ¡Eres un monstruo!

- Hermione... - la voz masculina sonaba tremendamente distorsionada. Le era extrañamente familiar y, a la vez, no podía reconocerla – Créeme cuando digo que yo no quería esto.

- ¿Cómo pude haber confiado en ti? – su propia voz salía rasgada, dominada por el dolor.

Con las lágrimas saliendo de su rostro alzó su mirada hacia quien tenía en frente, una figura negra y dispersa. Casi parecía un ser de humo.

La vaga silueta alzó el brazo y en su mano portaba una varita perfectamente definida. Era negra, de una longitud media y recta. El mango tenía muchos detalles tallados, una ornamentación que le recordaba levemente a ciertos mosaicos moriscos.

- Obliviate.

El estridente sonido de algo haciéndose añicos contra el suelo la trajo de vuelta a la realidad.

Se incorporó asustada y parpadeó un par de veces, para ese entonces ya había olvidado prácticamente todo lo que soñó. Solo recordaba una varita negra y el hechizo que esta lanzó.

Tras frotarse los ojos miró a su alrededor. Estaba en el salón. Boosocks y Crookshanks estaban jugando a golpearse sobre la única mesa de la sala y había una taza rota en el suelo. Con un chasquido de dedos esta se recompuso sobre la mesa.

Miró al reloj de la pared. Faltaban un par de minutos para las dos y media de la tarde.

Saltó del sofá automáticamente. Su madre debía estar a las tres en la clínica dental y su padre, como especialista que era, ese día tenía jornada completa. Debía llegar lo antes posible a la casa de sus padres.

Salió de la casa y corrió en busca de una calle secundaria solitaria. Para su suerte, no tardó mucho en encontrarla, estaba dos calles más abajo.

Avanzó por la calle en busca de un sitio aún más resguardado y, cuando sus esperanzas estaban a punto de desvanecerse, encontró la pequeña entrada trasera de un edificio. No se lo pensó dos veces y se apareció en el jardín de sus padres, bajo uno de los frondosos árboles del terreno.

Miró su reloj de muñeca y suspiró. Había llegado a tiempo.

Con tranquilidad ingresó a la casa.

- Tienes muy malos pelos, ¿has venido corriendo? – preguntó la mujer en la cocina. Su hija negó.

- Lo siento, me he quedado dormida después del almuerzo.

Encuéntrame ~ SevmioneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora