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Después de una hora bebiendo, aflojé un poco para no caer redonda antes de que anocheciera. Aidan y Hannah, la pareja del grupo, se habían retirado a la habitación de matrimonio, la única doble, en busca de un poco de privacidad, lo que significaba que Aidan tenía ganas de sexo.

Millie y Finn estaban en la cocina. Ella se reía de alguna cosa que él había dicho. Noah había desaparecido en el baño poco después de que Aidan yHannah subieran a la planta de arriba, y de eso hacía ya una eternidad. Me juré a mí misma no entrar para nada en aquel baño.

Ryan estiró las piernas para colocar los pies en la mesita de centro, sin quitarse las botas. No encajaba en el grupo. Había bebido con nosotros y se había sumado a la conversación en los momentos necesarios, pero con escasa contribución. La tensión entre Aidan y él iba más allá del desagrado que Aidan provocaba entre nosotros. Cuando uno decía algo que al otro no le gustaba, se miraban de arriba abajo. La situación era incómoda y en algunos momentos me hubiese apetecido largarme de allí. Era evidente que no se llevaban bien. Entonces, ¿por qué demonios se habría invitado Ryan?

—¿A qué te dedicas? —le pregunté, para tratar de averiguar algún detalle más sobre él, aparte de su bebida alcohólica preferida.

—Trabajo por ahí —dijo casi refunfuñando.

Aquello era como querer pedirle peras al olmo.

—No eres muy hablador, ¿no?

Dirigió los ojos hacia mí, pero sin mover la cabeza.

—¿Para qué sirve hablar?

—Para conocer a la gente, para hacer amistades, para no vivir como un ermitaño...

Le regalé una sonrisa encantadora, un gesto que ablandó un poco sus
facciones.

—¿Crees que soy un ermitaño?

—¿Lo eres?

—No —respondió—. No paso mucho tiempo solo.

El brillo de su mirada fue revelador. Arrugué la nariz, un poco asqueada.

—¿Una chica distinta cada noche?

—No cada noche.

Aquello no tenía sentido. A menos que la timidez que había mostrado fuera una farsa. Pero ¿por qué hacerse el tímido con las mujeres? Evidentemente, se sentía orgulloso de poder acostarse con prácticamente quien le viniera en gana.

Se me formó un nudo en el estómago solo de imaginármelo enrollándose con cantidades industriales de chicas, lo cual era ridículo. No teníamos ninguna relación. Apenas lo conocía. Hice una mueca.

—¿Por qué? ¿Sufriste un desengaño amoroso o es que todavía no eres adulto?

Me miró frunciendo el ceño.

—¿Qué?

—Me gustaría saber por qué utilizas a las mujeres.

—¿Y no podría ser porque me gusta el sexo pero no quiero una relación seria?

—Normalmente no es por eso. —De repente me vino una idea a la cabeza —. Pero no te preocupes. Ya lo entiendo.

Suspiró y me preguntó:

—¿Qué es lo que ya entiendes?

—El porqué.

Se rascó la cabeza con exasperación y murmuró:

—Mujeres... ¿Qué es lo que crees entender, Mackenzie?

—Que no quieres una relación seria por lo que viviste con el divorcio poco amistoso de tus padres. Que te daría miedo que la historia se repitiese contigo.

Échame la Culpa [R.G]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora