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Jueves, 20 de agosto

—¿Por qué estás cambiando la decoración? —le pregunté a Noah

Estábamos en su habitación. Todos los muebles estaban colocados en el centro del cuarto y estaban tapados con sábanas para dejar despejadas las paredes pintadas de color azul oscuro. Hasta hacía cuestión de diez minutos no tenía ni idea de que estaba planteándose una nueva decoración. Me había llamado hacía un rato para decirme que necesitaba hacer cambios y se quejaba de que su habitación le resultaba demasiado oscura y deprimente.

Llevaba deambulando nervioso de un lado a otro desde que yo había llegado. Lo observé mientras daba vueltas por la habitación, mirando las paredes vacías. Niah era muy equilibrado, y verlo tan estresado me hacía sentir incómoda. Se mostraba apasionado por las cosas que le interesaban, pero ahora estábamos simplemente hablando sobre colores para la pared. Su ansiedad me estaba poniendo histérica. Me di golpecitos en los muslos,
nerviosa.

—No soporto más este azul de mierda.

Me mostró una lata de pintura de color verde, de un tono claro pero muy intenso. Su conducta me estaba incluso alterando el pulso.

Sonreí, aunque estaba preocupada. «Algo no va bien», pensé.

—Oye, Noah...

Estaba cambiando un color extremo por otro. El azul oscuro era casi negro y deprimente y el verde lima era intenso y excesivamente alegre. Era como si estuviera desesperado por obligarse a mostrar una fachada de felicidad.

—¿Te parece terrible? —dijo.

—No es que el color me parezca terrible, en absoluto, pero nunca lo pondría en todas las paredes. En diez minutos tendrías dolor de cabeza.

—Me da igual. Necesito un color vibrante. Un cambio total. —Eligió una de las muchas brochas que tenía encima de la cajonera—. Sí, es un cambio. Empecemos pues. —Sonrió—. ¿Qué haría sin ti?

—Pues pintarlo tú solo —repliqué con una sonrisa, y sumergí la brocha en la lata del blanco.

—¿Lo llevas bien? Ayer fue... complicado —dijo.

Empezó a embadurnar una pared de cualquier manera. A pesar de que no era más que una primera capa de imprimación antes de que todo se volviera verde, yo utilicé mi brocha con cuidado, asegurándome de que la pintura sendistribuía equitativamente. El día anterior había sido uno de los más duros de mi vida. No solo había sido la despedida de Hannah, sino que además me había hecho recordar los funerales de Sadie y Tj, en los que me había sentido completamente perdida y vacía. Y, para rematarlo, mis amigos y yo nos habíamos enterado de que nos habían drogado e incriminado por asesinato. Sí, «complicado» era un calificativo que se le quedaba corto.

—Fue espantoso, pero estoy bien.

—Mmm... eso es mentira.

—No es del todo mentira, Noah. En estos momentos estoy bien.

—Estás concentrada en la caza del asesino. Cuando lo descubran, te hundirás.

Guardé silencio. Noah y yo nos conocíamos desde que éramos niños. Siempre había sido el amigo que me había dado todo el apoyo emocional que necesitaba.

—Ya sabes que me preocupas, Mack. No soportaría verte otra vez tal y como te vi después de lo de Sadie y Tj.

Me mordí el labio inferior y reflexioné sobre lo que acababa de decirme. Cuando mis amigas murieron me sumí en el caos, en un caos tremendo. Pasé casi una semana sin comer y apenas me levantaba de la cama. Sabía que jamás volvería a verlas ni a recibir un mensaje chismosiando sobre el último episodio de Crónicas vampíricas, quejándose a gritos porque habían matado a su personaje favorito de The Walking Dead o sugiriendo ir a Nando’s a cenar. Y aún las echaba de menos. A veces veía cualquier cosa y mi primer pensamiento era enviar un mensaje a mis cuatro chicas. La verdad es que yo también estaba preocupada. Después de todo este tiempo, sentía todavía muy reciente aquella sensación de impotencia total. Tal vez podría haberme movido y haber hecho alguna cosa por ayudar. Nunca había vuelto a sentir tanta impotencia hasta que descubrí a Hannah y Aidan asesinados.

Échame la Culpa [R.G]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora