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Dios mío. Me arrodillé en el suelo al lado de la madre de Ryan, que estaba destrozada y no paraba de temblar. Acababa de perder a un hijo y ahora a su hermano, y daba la sensación de que ella también iba a morirse. Ryan me miró como un cachorrito extraviado.

—Mamá... —dijo, con voz rota.

Le pasé un brazo por la espalda y la atraje hacia mí.

—Lo siento mucho, Lauren —susurré, intentando calmarla. Se dejó caer en mi regazo y rompió a llorar con más fuerza. Las vibraciones que zarandeaban el cuerpo de Lauren de un lado a otro me hicieron temblar también—. Tranquila, tranquila. ¿Ha venido sola? ¿Quiere que llamemos a alguien?

Sabía que tenía una amiga que había venido a verla prácticamente a diario desde la muerte de Aidan

—Sí, he venido sola —gimoteó—. Estoy sola.

Lo dijo de tal manera que se me partió el corazón pensando en Ryan. Por mucho que hubiera perdido a un hijo y a un hermano, no estaba sola. Seguía teniendo a Ryan

—De acuerdo —dije—. Voy a llevarla a la cama para que pueda descansar un poco y Ryan y yo veremos a quién hay que llamar y qué se tiene que hacer.

No respondió, pero tampoco intentó impedirme nada cuando la enlacé por el brazo y la ayudé a levantarse. Ryan colaboró también, poniendo toda la fuerza, y juntos la llevamos a su habitación. Ryan se apañaba bien con las cuestiones prácticas, pero en todo lo emocional era inútil como una tetera.

—Ryan, no... no hagas ninguna tontería. No te mates —musitó Lauren, y rompió de nuevo a llorar, pero con tanta fuerza que pensé que iba a partirse en dos.

—No voy a hacer nada ni me marcho a ningún lado... mamá —replicó Ryan, con una voz que parecía encontrarse a miles de kilómetros de su zona de confort.

El llanto de Lauren se intensificó cuando oyó que Ryan la llamaba «mamá». Y no paró ni cuando la acostamos ni cuando le prometimos que la ayudaríamos a superar la pérdida de Pete. Se abrazó a la almohada, presionando la cara contra la tela de algodón. La sujetó con tanta fuerza que se le quedaron los nudillos blancos.

—¿Necesita alguna cosa? ¿Un poco de agua? —le pregunté, acariciándole el pelo.

—N-no. Cuida de él —dijo, replegándose en posición fetal.

—Lo haré —le prometí— ¿Quiere que nos quedemos? —Hizo un gesto negativo con la cabeza y se acurrucó todavía más—. Luego vendremos a verla.

Moví la cabeza en dirección a la puerta para indicarle a Ryan que nos íbamos.

—¿Cómo lo haces para saber siempre qué hay que hacer? —me preguntó en cuanto salimos de allí.

Tenía una cara espantosa, como si llevara semanas sin dormir. Pero, a pesar de su aspecto, mi corazón se aceleró cuando me habló.

—Siento mucho tantas pérdidas, Ryan—dije.

Lo enlacé por la cintura y su cuerpo se tensó. Sabía de sobra que no era una
persona especialmente cariñosa, pero cuando lo abracé y vi que no me devolvía el abrazo la situación se volvió incómoda rápidamente. «Ha sido un error», me dije. Y cuando me disponía a soltarlo, noté que levantaba muy lentamente los brazos y que unía las manos por detrás de mi espalda. Respondí entonces a su pregunta.

—La verdad es que no sé nunca qué hacer. Pero hago lo que me gustaría que hicieran por mí. Lo único que tienes que hacer es cuidarla, pensar en lo que a ti te gustaría que hiciera si la situación fuera a la inversa.

Échame la Culpa [R.G]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora