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Me quedé blanca, sin sangre en la cara.

—¿Qué es lo que no hizo Finn? —dije.

Mi voz salió como un susurro casi inaudible. Lo imaginaba —era evidente—, pero necesitaba que Millie lo confirmara.

Por primera vez desde nuestra llegada, Millie levantó la vista y me miró fijamente a los ojos. Su mirada no contenía ninguna emoción. Sus ojos eran
como dos mares oscuros.

—Lo hice yo. Yo maté a Hannah, a Aidan y a Pete. Finn es tan inocente como ustedes. Confesó para encubrirme, pero no aguanta más allá dentro. Piensa contar la verdad.

Me quedé boquiabierta mientras Millie confirmaba lo que yo intentaba pensar que no era verdad.

—Pero... ¿por qué? ¿Por qué?

Lo había hecho ella. Y había permitido que Finn hiciese aquello por ella. La cabeza me daba tantas vueltas que tuve que sujetarme el estómago para no vomitar.

«Estoy soñando. Tengo que estar soñando.»

—No puedo ir a la cárcel, Mackenzie. Sabes que no soy tan fuerte como cualquiera de ustedes. Allí me moriría.

Cerré los ojos y levanté una mano.

—Espera. No... ¿Cómo lo supo Finn? ¿Por qué y cómo?

De nuevo, nada tenía sentido. Ryan seguía a mi lado, paralizado, como si estuviese procesando todavía lo que Millie acababa de decir y no hubiera entendido aún sus palabras. Normalmente reaccionaba rápidamente con un comentario estúpido o una sonrisa burlona, pero se había quedado rígido como una piedra. Tenía como mínimo un millón de preguntas y todas pasaban por mi cabeza a la velocidad de la luz, tan rápido que se me hacía imposible retenerlas el tiempo suficiente como para formular cualquiera de ellas. La situación era de locos. Millie y Finn estaban locos. Estaba rabiosa, confusa y dolida.

Millie tenía los ojos llenos de lágrimas. Mantenía la calma, una calma increíble. La envidiaba por ello. Había cometido un acto terrible e imperdonable y la que estaba furiosa era yo.

—¿Tienes idea de lo que es despertarse en el hospital y que te digan que la mujer que amas está muerta? —preguntó.

Hice un gesto de negación con la cabeza. Volvíamos a Tj. Tenía ganas de gritar, pero sabía que era mejor no hacerlo. Necesitaba la verdad. Finn necesitaba que la verdad saliera a la luz ¡Dios mío, Finn! Lo había considerado culpable, igual que las familias de Aidan y Hannah

—Ellos no mataron a Tj, Millie. Nadie las mató. Fue un accidente.

Por eso la confesión de Finn parecía tan ensayada, porque en realidad lo era. Eran las palabras de Millie, no las de él.

—Pues es un infierno —dijo, ignorando por completo mis palabras—. Ni siquiera pude llorar su muerte como es debido porque nadie conocía lo nuestro. La echaba de menos cada segundo de cada día. Era como si me estuviera asfixiando y no hubiera salida. Era incapaz de hacer nada para sentirme mejor o para que alguien pagara por lo que había hecho. La justicia nunca sirvió de nada, pero ambos se merecían lo que obtuvieron.

Cogió la pistola.

«Pero ¿qué hace?», me pregunté.

—Millie —dijo Ryan con serenidad, esbozando una sonrisa cálida, como las que utiliza la policía ante alguien que está a punto de lanzarse desde lo alto de un edificio. Yo estaba muerta de miedo y el corazón me iba a mil por hora—. Tranquila, Millie. Todo irá bien, pero necesito que me entregues esa pistola

—No —replicó ella. Sujetaba la pistola con tanta fuerza que sus nudillos se quedaron blancos. Abrí mucho los ojos. Tenía la sensación de que el tiempo senhabía detenido—. Todo lo que dijo Aidan me consumía por dentro. Se alegró de que hubieran sido ellas y no él. ¿Cómo puedes desear la muerte de alguien antes que la tuya?

Échame la Culpa [R.G]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora