CAPÍTULO 8

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Damiano deja una distancia prudencial entre nosotros y baja las manos por mi cintura hasta llegar a las caderas. Su roce me duele y me alivia a la vez.

– ¿Intenta disfrutar vale? Esta noche es nuestra –dice dejando leves caricias sobre mi piel.

Le rodeo el cuello con los brazos y le atraigo hacia mí, quedando muy pegada a él y rompiendo la distancia de seguridad. Me retiene contra su cuerpo y clava sus dedos un poco más en mí. Respiro profundamente pasando mis manos por su pelo enredándolos en la zona de la nuca. Damiano agacha un poco la cabeza y me da un beso en la oreja, casi llegando al lóbulo. Siento como me tenso ante el roce de sus labios con mi piel, pero no le freno. Sigue bajando, despacio, atravesando la línea de la mandíbula hasta llegar a mi mejilla. Cierro los ojos, sintiendo la suavidad de sus labios contra mi piel, lo jodidamente bien que huele, como se funden sus manos en mi cuerpo, el calor de su aliento, todo.

Va besarme, lo sé.

Roza mi boca con cuidado, pidiendo permiso, y yo simplemente asiento.

Me sujeta por la nuca antes de cubrir sus labios con los míos. Su lengua se hunde en mi boca buscando la mía, me muerde el labio y yo gimo en respuesta. Sus manos ascienden hasta mis mejillas, uniéndome más a el, como si temiese que me fuese a alejar.

Se separa un instante de mí y yo jadeo en señal de queja. Desliza su pulgar por mis labios y vuelve a unirlos con los suyos. Este beso es mucho más salvaje, me agarra con más fuerza y deja salir pequeños gruñidos de su garganta. Baja las manos agarrándome del culo y eliminando los pocos centímetros que nos separaban. Nos rozamos y yo no puedo evitar quejarme de placer.

– Damiano... –Mi voz suena casi como un gemido.

Esa era la última señal que necesitaba el italiano para perder el control del todo. Toma aire entre beso y beso, con ansia, y cuando menos me lo espero me sienta en el bordillo de la piscina quedando en la misma posición que hace unos minutos.

Mi respiración se acelera y Damiano separa mis rodillas. Sin tiempo para decirle nada hunde su lengua en mí y yo gimo en respuesta. Me sujeta las piernas y vuelve su roce más duro, más intenso. Cierro los ojos con fuerza y muerdo mi labio tratando de no hacer ruido.

– Mírame –dice con voz ronca aún pegado a mí.

Le hago caso y nuestras miradas se cruzan. La luz de los farolillos me permite ver como el color negro ha invadido sus ojos por completo, y sin apartar su mirada de la mía me sigue besando con la lengua, respirando sobre mi piel y haciendo que me olvide de todo.

Echo mi cabeza ligeramente hacia atrás y tiemblo al sentir el orgasmo recorrer mi cuerpo. Sus dedos se clavan sobre mis muslos, manteniéndome en la misma posición. Devuelvo mi mirada a la suya y se aleja de mí, relamiéndose muy despacio. Me sonrojo y el italiano tira ligeramente de mí invitándome a entrar en la piscina.

Me besa de nuevo, pero esta vez no es un beso salvaje, es delicado. Acaricia mis mejillas y se separa de mí, esperando una reacción por mi parte. Le sonrío y esta vez soy yo la que pega mis labios a los suyos.

– Deberíamos salir, empieza a hacer frío –dice.

Yo simplemente asiento y salimos de la piscina. Recojo mi vestido del suelo y lo estrujo creando un charco con todo el agua que sale.

–Esto –digo señalando el agua del suelo.– Es tu culpa.

Él se ríe y se pone el pantalón del traje y la chaqueta. Le miro incrédula cuando me extiende su camisa.

–Póntela. El vestido está empapado y tampoco vas a pasearte en ropa interior.

Tiene razón, así que la cojo y ato todos los botones excepto los cuatro últimos, dejando que asome parte de mi escote. Damiano no aparta sus ojos de mi cuerpo y se muerde el labio.

Sin sentimientos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora