CAPÍTULO 5

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En mí hay una cosa que falla, un detalle que, como dice Oli, me hace perder muchas oportunidades; y es mi apego al pasado. Un apego que, en muchos aspectos de mi vida, no me deja seguir avanzando.

En este caso estoy hablando de mi expareja, Fede. Fede y yo estuvimos dos años juntos; le conocí gracias a Matteo, es uno de sus mejores amigos desde la infancia. Nuestra relación era una de esas que se conocen como idílicas, pero el cuento de hadas se terminó dando pasó a un círculo vicioso de toxicidad y celos. Dejé de ser libre y de decidir por mi misma para convertirme en una marioneta del que yo consideraba el amor de mi vida. Solo salía si él salía, nada de tener amigos del sexo contrario excepto Matteo, y por supuesto nada de privacidad en el móvil. Empecé a alejarme de mi entorno para encerrarme única y exclusivamente en la relación, y entonces apareció Olivia. Me tendió su mano aún habiéndome alejado de ella y trabajó día a día para abrirme los ojos y sacarme de ahí.

Matteo por su parte tenía el corazón dividido. Me escuchaba desahogar mi dolor y me aconsejaba, pero a su vez protegía en cierta manera a su amigo. No le culpo, siempre alardean del lema "antes los amigos que las mujeres", y Matteo nos mantuvo a los dos en la misma línea.

Al dejarlo con Fede me encerré en mi misma, y juré que no volvería a tener una relación seria. Desde entonces los hombres que han pasado por mi vida han sido diversión de una noche, máximo dos. Podríamos decir que me aterra el compromiso.

Y me aterra Damiano.

Sé que su sonrisa burlona, sus ojos marrones y su descaro me van a traer problemas; y no sé cómo evitarlo. Es como una droga, y cuanto más letales sean sus efectos, más te enganchas a ella.

Cierro poco a poco los ojos hasta caer profundamente dormida, ha sido una noche larga.


Despierto sobre el sofá, tapada con una manta blanca y vestida con los pantalones y el top con los que salí anoche. Busco mi móvil entre los cojines del sofá y lo enciendo. Siete y media de la tarde.

«Acabo de perder todo el día durmiendo, genial».

Me levanto rápido, hoy tengo turno en el Mons de ocho a diez y media. Me meto en la ducha y relajo mis cuerpo con el contacto del agua caliente.

Diez minutos después salgo y me dirijo a mi habitación dejando un recorrido de gotas de agua por el suelo que en algún momento me tocará fregar. Me visto con un vestido corto negro que se ciñe perfectamente a mi figura y opto por repetir zapatos. Sujeto mi pelo con una coleta alta y dejo que el flequillo resbale por los laterales de mi rostro. Maquillo sutilmente mis ojos con sombra oscura, les doy color a mis mejillas y por último me hidrato los labios .

Me paro frente al espejo, vuelta de 180 grados; perfecta.

Paso por el salón para recoger mi bolso y salgo directa al Mons. Saludo a Roko con una sonrisa amable y me sitúo tras la barra.

«Venga Anna, son solo dos horas y media».

El tiempo pasa entre los siete clientes de siempre, el octavo todavía no ha pasado por aquí hoy.

Mierda, el octavo.

Se me ha olvidado completamente que había quedado a cenar con él.

Realmente tampoco habíamos concretado hora, ni sitio; ni siquiera tenemos como contactar. Me convenzo de que lo más probable es que el italiano tampoco recuerde nuestra cita de hoy y me relajo.

Sirvo el último Whisky de la noche y salgo de la barra para subirme al pequeño escenario de la que ya se ha convertido en mi segunda casa. Conecto el dispositivo a los altavoces y me posiciono frente al micrófono.

Sin sentimientos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora