Capítulo 33

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—¿Cómo que crees que estás embarazada? —pregunto, totalmente confuso y sorprendido.

Si había algo que no me esperaba, era esto. No voy a mentir y a decir que soy la persona más feliz del mundo, ni si quiera me atrevo a decir que esto me pone contento. No sé cómo me siento. Es como si no supiera qué hacer, qué decir, cómo reaccionar. Estoy en shock.

Sin embargo, sin saber muy bien lo que hago, decido abrazar a Hera, que llora desconsolada a mi lado, porque esto nos incluye a ambos. No habla hasta que se tranquiliza un poco y deja de llorar, aunque su respiración continua irregular.

—Hace un par de semanas, cuando me quedé a dormir en casa de Ela, me desperté por la mañana con ganas de vomitar —confiesa— No le di importancia, pensé que algo me habría sentado mal o que era la resaca de la noche anterior.

Para, tomando una respiración profunda, mientras le acaricio el brazo con la intención de mantenerla lo más tranquila posible. Yo, por mi parte, intento mantenerme lo más sereno posible, escuchando lo que debe de decir y analizando la situación.

—P-pensé que sería algo así, pero Ela me dijo que cuando había sido mi última regla —dice, acabando la frase con un suspiro tembloroso—. No fue un gran punto de referencia, porque mi ciclo no es del todo regular, aunque me tome las pastillas anticonceptivas, pero llevaba un retraso. Eso fue hace tres semanas y desde ese momento he estado con vómitos matutinos y al oler ciertas cosas. Puede que no sea nada, que me haya sugestionado, pero estoy asustada.

Sí, definitivamente asustado define muy bien cómo me siento ahora mismo.

—Está bien —digo, intentando parecer lo más tranquilo posible— ¿Has hecho alguna prueba?

—N-no. La c-compre ayer, pero no la he hecho —dice, volviendo a llorar y mostrándome que la caja que llevaba en la mano era una prueba de embarazo.

—Vale, amor. No sé cómo manejar esto, pero vamos por partes —digo, desorientado—. Vamos a hacer la prueba, si quieres la hacemos ya, y luego hablamos mejor todo.

Ella asiente, conforme, y se levanta. Me pide que la acompañe al baño y yo obedezco. Al llegar al cuarto, leemos las instrucciones para no hacerlo mal y, tras eso, Hera orina sobre el palito que va a marcar un antes y un después en esta relación. Esperamos los minutos pertinentes, abrazados, y cuando el temporizador del móvil suena indicado que el tiempo ya ha acabado, miro a mi novia.

—¿Quieres mirarlo tú o yo? —pregunto.

—Míralo tú, por favor.

Cojo el test entre mis dedos, temblorosos, y suspiro de manera sonora antes de mirarlo. En la pequeña pantalla aparece escrito las dos rayas, indicando que es positivo.

—Hera, estás embarazada.

Un sollozo se escucha retumbar entre las cuatro paredes y vuelvo a abrazarla, estrechándola fuerte entre mis brazos.

—No es seguro al cien por cien, nena. Pediremos cita en tu ginecóloga, que te hagan las pruebas que sean necesarias para salir de dudas.

—Vale, ahora la llamo. Dame un segundo.

La cargo en mis brazos cuando noto como flaquean sus piernas y la llevo hasta la cama, donde ambos nos tumbamos. Durante casi una hora, consuelo a mi chica que derrama lágrimas sobre mi pecho, mientras intento aguantar las mías. No sé cómo manejar esto, estoy aterrado y la ansiedad comienza a carcomerme. Hera acaba dormida y, en cuanto lo hace, me levanto de la cama sin despertarla y voy hasta la cocina para buscar las pastillas de benzodiacepina y así calmar la ansiedad. Cuando me he tomado un par, cosa que en fondo sé que no debería hacer, me siento sobre el sofá notando como me siento muchísimo más tranquilo.

Sin casi ser consciente acabo quedando dormido sobre el mullido asiento y me despierto rato después al escuchar hablar a Hera. Un par de minutos después, aparece en el salón con los ojos y la nariz roja.

—He llamado a la ginecóloga, me ha dicho que podemos ir hoy a las tres y media de la tarde o mañana a las nueve de la mañana.

—¿Cuándo prefieres ir?

—Creo que hoy —susurra.

Yo asiento, conforme, y abro mis brazos para que venga cuando sus ojos se llenan de lágrimas.

Mantenerme fuerte cuando estoy aterrado es una de las peores sensaciones que puedo vivir. Odio no poder manifestar el miedo ante la posible situación que viene en camino. Pero no puedo hacerlo porque no puedo derrumbarme frente a ella.

Durante unas horas simplemente estamos así, Hera se duerme sobre mi pecho mientras yo replanteo mi existencia, las posibilidades que hay de que verdaderamente esté embarazada, qué se nos avecina. Siento miedo del cambio que va a suponer esto en nuestras vidas si ella decide tener ese bebé, porque no planeo dejarla sola.

Los niños siempre me han gustado, desde bien pequeño he querido tener hijos y, por suerte, ahora mismo podríamos hacerlo. Sin embargo, no pensé que fuera a tener descendencia tan pronto. No sé si quería tener descendencia tan pronto.

Después de cocinar algo rápido y comer, nos arreglamos y salimos de casa para ir asistir a la cita que va a cambiar nuestras vidas. Vamos en mi coche, Hera ha dejado de llorar hace rato, pero continúa temblando y con la respiración irregular.

Probablemente, si no considerara que uno de los dos debe estar tranquilo, estaría igual que ella.

Una vez hemos aparcado y entramos al edificio, nos dirigimos a la recepción.

—Buenas tardes, tenía cita con la doctora Sánchez ahora —dice Hera a la señora que se encuentra al otro lado del mostrador.

—Perfecto. Pasad a la sala de espera de la izquierda y en breve os llamará —dice dedicándonos una sonrisa.

—Gracias —decimos a la vez mi novia y yo.

Seguimos la indicación de la recepcionista y nos sentamos en la sala de espera, uno al lado del otro, cojo la mano de mi chica, dando un suave apretón. Sin embargo, los pocos efectos que había tenido el gesto desaparecen cuando desde megafonía se escucha su nombre. Se levanta apresurada y me mira, esperando que haga lo mismo, yo la imito y la sigo hasta el consultorio de su ginecóloga, donde nos sentamos enfrente de una mujer que no pasará los treinta y cinco años.

—Buenas tardes —saludamos al unísono al entrar.

—Buenas tardes —dice ella para luego mirarme de manera analizante—. Soy la doctora Sánchez.

—Yo soy Jack Miller, su novio —me presento.

—Oh, perfecto. Y contadme, ¿qué sucede para que vengáis tan preocupados?

—Creo que estoy embarazada —dice Hela—. Sabes que mi regla no es regular, pero hace mes y medio que no la tengo. Además, tengo nauseas matutinas y antojos raros que no me han apetecido nunca.

—Vale —dice, asintiendo con la cabeza—Tomas la píldora ¿no?

—Sí.

La doctora nos dice que va a hacer una ecografía para corroborarlo, aunque lo más seguro es que lo esté porque ningún método anticonceptivo es seguro al cien por cien. Hera sigue sus indicaciones cuando le dice que se tumbe sobre la camilla, baje un poco la cintura del pantalón y suba la camiseta dejando su abdomen al descubierto.

—Esto va a estar muy frío, pero durará poco la sensación.

La doctora pone un poco de gel sobre la barriga de Hela y coge un aparato. Va moviendo el cacharro sobre el vientre de ella, mientras en la pantalla se visualiza algo negro con manchas que entiendo es el interior de mi novia.

—Bueno Hera, estás embarazada de unas diez semanas.

Imposible dejarlo correr [TMC#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora