Capítulo 35

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Poco a poco la casa se llenó y, cuando quisimos darnos cuenta, ya eran cerca de las nueve y media. Conseguimos sentarnos todos en la mesa del salón, que no era muy grande, y todos los presentes nos miraron intrigados, excepto Ela, que siempre se enteraba de todo la primera.

A lo largo de la tarde, mientras esperábamos a que llegaran nuestras familias, Hera se echó a llorar, otra vez, diciéndome que lo sentía por arruinarme la vida y bla bla bla... No conseguía meter en su cabeza que, aunque esto no fuera lo esperado, no tenía por qué significar que era malo. A pesar de que yo también llevaba todo el día queriendo echarme a llorar. Había conseguido tranquilizar a mi chica, no sé muy bien cómo, y le había prometido que, pasase lo que pasase, íbamos a afrontarlo juntos. Mis padres no creo que se quejaran, al menos no delante de ella, sin embargo, apenas llegaba a los 19 años, los cumplía en noviembre. Pero, si ella decidía seguir con el embarazo, no iba a negarme.

Por suerte, mis padres han congeniado a la perfección con Tara y Mario, los tíos de Hera. Nada más presentarse, alabaron un poco la cantidad de tatuajes de mi padre y, a los pocos minutos, ambos tenían cita para tatuarse en el estudio de Kian en un par de semanas. Hablaron de trabajo, se contaron sus vidas, sus trabajos... se llevaron genial, para fortuna de todos.

—Bueno, no sé el resto, pero a mí me han dicho que tienen algo importante que decir... —habla mi mejor amigo.

—Si, chicos, queremos saber qué sucede —interviene Tara, ganándose un asentimiento por parte de mis padres y Mario.

—Bueno... No sé muy bien cómo empezar... —digo, pero Hera me interrumpe:

—Estoy embarazada y lo vamos a tener —suelta, brusca.

Las personas presentes abren a boca en sintonía, asombradas, excepto Ela, y nos miran en completo silencio.

—¿Es una broma? —pregunta Marc, sin salir de su asombro— Si es una broma, no tiene gracia. A mí no me hace gracia.

—No es una broma, tenía la sospecha desde hacía un tiempo y hoy lo confirmamos. Estoy embarazada, de unas diez semanas.

—Bueno, mis vidas, pues yo me alegro un montón por vosotros si es lo que queréis —habla mi madre, reaccionando.

Al segundo, todos comienzan a asentir con la cabeza, apoyando lo que dice Gin. Ela, por otro lado, se levanta de su silla y abraza a su compañera de vida con toda su fuerza, echándose ambas a llorar. Mi madre se levanta también, uniéndose al abrazo de las chicas, y luego la sigue Tara. Los hombres, sin embargo, parecen no salir de su estupor, mirando fijamente el abrazo de las mujeres.

Mi madre se separa, viniendo hacia mí, y, una vez sus brazos me envuelven, me tomo la libertad de llorar en silencio.

—Se que estás asustado, es normal, pero si yo pude criarte a ti, tú puedes criar a esa personita, porque te aseguro, Jack Miller, que te vas a hacer cargo.

tras eso, los hombres reaccionan, dándonos la enhorabuena. Mario se acerca a su sobrina, abrazándola con fuerza, y mi padre viene hacia mí. Me abraza también, apretándome fuerte en señal de apoyo, y sollozo.

—Sé que tienes miedo, campeón, pero te prometo que lo harás bien —dice, separándose de mí y acariciando mi cabeza como si tuviera cinco años—. Yo también lo tuve y mírate, no saliste nada mal. Hera y tú sois los mejores padres que un bebé podría tener, ¿vale? y todos vamos a estar aquí para vosotros.

—Creía que os había enseñado mejor, ¿no conocéis los condones o qué? Ahora tendré que ejercer de tío favorito y eso seguro que es agotador —bromea Marc, abrazándonos a ambos.

Joder, cuánto abrazo.

El resto de la noche continúa así, entre abrazos y palabras bonitas, incluso alguna broma como la de mi mejor amigo. Cuando se hacen cerca de las doce, cada persona vuelve a su hogar, abandonando el nuestros. Tras recoger el pequeño desastre que se ha armado a causa de la euforia, Hera y yo nos movemos hasta nuestra cama.

—¿Estás preparado?

—No, cariño, pero improvisaremos.

Ella ríe, de manera suave, apoyada en mi pecho. Ambos miramos hacia el techo, en un silencio para nada incómodo, mientras nos hacemos caricias. Cuando Hera se duerme, agarro mi teléfono y busco en Internet información sobre los embarazos como los antojos, los dolores, las náuseas, las preparaciones y las cosas más básicas, intentando prepararme para lo que está por venir.

Es imposible.

No se prepararme para esto. Sé que es el primer día y que con el tiempo iré haciéndolo, pero tengo miedo. Mucho. No quiero cagarla en esto, no puedo hacerlo. Nos creemos muy adultos para todo hasta estos momentos, donde quiero correr a los brazos de mi madre y mi padre y llorar, qué me digan lo que debo hacer. Por eso, a las tres y media de la mañana, me encuentro marcando el número de mi padre desde el balcón de casa, evitando molestar a mi novia.

—¿Hola?

—Papá, tengo miedo —digo, rompiendo en llanto.

—Jack, es normal, yo también lo tuve cuando me enteré de que venías en camino. Per puedes hacerlo, enano. Te han gustado siempre los niños, ¿no? Sabes manejarlos —dice y yo hago un ruido extraño en forma de afirmación—. Bien, pues ahora solo tienes que aplicar todo lo que sabes y un poco más.

—Pero me da miedo, ¿qué pasa si la cago?

—Que aprendes, Jack —contesta, suspirando— ¿Crees que lo hice bien todo a la primera? No sabía ni cambiarte el pañal, tuvo que venir tu abuela conmigo durante un tiempo a enseñarme cosas, ¿crees que tu madre lo hizo bien al principio? Ella ni si quiera estaba segura de querer tener niños, pero un día se despertó en mi casa, con una resaca infernal, y simplemente te vio y le brillaron los ojos.

Para ese momento yo lloro más todavía, imaginando que mi padre tuvo que vérselas solo, sin el refuerzo de mi madre.

—Ninguno sabíamos que hacer al principio, y estoy seguro de que los tíos de Hera tampoco supieron que hacer cuando, de la noche a la mañana, se vieron teniendo bajo su tutela a dos niñas. Pero se improvisa, campeón. Todos improvisamos, y mira qué bien que salisteis ambos.

—¿Me prometes que me ayudareis mamá y tú?

—Te lo prometo, niño. Pero prepárate, porque con los antojos y los cambios de humor no te podemos ayudar y es verdaderamente duro. El sexo también se puede volver duro, nunca lo probé con tu madre biológica, pero te aseguro que, si Gin se hubiese quedado embarazada, no se habría despegado de mi polla.

—Joder, papá.

Imposible dejarlo correr [TMC#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora