Capítulo 7

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Sonrío viendo a mi prima venir en mi dirección, pero mi cara cambia cuando la veo con la nariz rojiza y las mejillas sonrojadas. Conforme más cerca está, más compruebo que ha estado llorando y cuando está a escasos metros de mí, abro mis brazos donde ella se aferra sollozando. Le acaricio la espalda y dejo besos en su cabeza para tranquilizarla, pero el que menos tranquilo está aquí soy yo, ¿qué le ha pasado?

—Está bien, África... Ya pasó...

Ella continúa llorando sobre mi pecho y yo, al ver que las miradas comienzan a recaer en nosotros, comienzo a andar con ella aún refugiada en mi para ir a mi casa. No deja de abrazarme en todo el camino y, aunque deja de llorar, su respiración no se calma. Cuando llegamos a casa, ella se echa al sofá y ahoga un grito contra uno de los mullidos cojines.

—¿Qué ha pasado? —pregunto.

—Estaba con otra. Con mi amiga Andrea —dice, enfadada.

Yo hago una mueca, no sé si llora porque su primer amor le ha puesto los cuernos o porque ha sido con una de sus amigas. Supongo que por ambas. Así que, sin saber muy bien qué hacer, la abrazo mientras ella vuelve a llorar.

—Venga, enana, ya vendrá otro imbécil que sea suficiente para ti.

Durante un rato nos quedamos así, ella llora descargando todo sobre mi pecho y yo guardo silencio intentando mostrarle mi apoyo. Sé lo que se siente cuando te ponen los cuernos pero que encima sea con alguien en quien confías, debe ser una putada.

—Ya está, ¿sí? Ahora vámonos a comer a algún restaurante de esos que te gustan —le propongo y ella asiente.

—¿Me dejas ropa? —pregunta y yo asiento.

Ella se levanta del sofá y se pierde por el pasillo mientras yo me froto la cara, frustrado. No se lo merece.

Saco mi móvil y veo un par de mensajes de Marc diciéndome que ha quedado esta tarde con Hera y Ela, que si quiero ir y le digo que iré con Carla. Él me pasa la hora y el bar y justo en este momento aparece mi pequeña con una sudadera mía, sin maquillaje y con un gorro mío. Sonrío mirándola, la verdad es que es la quiero como a nadie. Hemos estado toda la vida juntos, más que mi prima es mi hermana y verla mal porque no la valoren me parte el alma en cien.

Me acerco a ella, le paso un brazo por los hombros y ella me abraza. Salimos de casa y entre tonterías y risas ponemos rumbo a algún lugar que desconozco. Me alegra ver que se ha olvidado del niñato ese. Unos veinte minutos después nos detenemos frente a un restaurante hindú y entramos.

Casi dos horas después, salimos del local y nos encaminamos a mi casa para ver películas hasta que vayamos al bar con los demás. Al llegar, hago palomitas mientras África busca una película para ver y cuando acabo llevo todo al sofá donde ella me espera con una manta cubriéndole hasta los hombros.

—¿Luego te apetece ir a tomar algo con unos amigos?

—Oh, debería ir a casa, tengo que adelantar tareas, pero gracias —me dice.

Casi han pasado cuatro horas mirando la pantalla de mi salón cuando acaba la segunda película y ambos nos levantamos mirando la hora. Salimos corriendo de casa y cada uno se va en una dirección tras despedirnos. Durante el trayecto dejo que la música me nuble la mente y en cuestión de minutos he llegado a al bar donde veo a mis amigos sentados en una mesa en la terraza del local. Me acerco y saludo de manera general.

—Te he pedido un Amstel de limón —dice mi amigo.

—Gracias —contesto— ¿De qué hablabais?

—Nada en especial. La fiesta del otro día —dice Hera.

—¿Estuviste allí? —pregunto, desconcertado porque su amiga dijo que estaba trabajando.

—¡Qué va! Trabajé hasta las tres y media y luego me fui a dormir —dice haciendo una mueca—Realmente hablábamos de que Ela no durmió en la habitación esa noche.

—¿Vas a decírselo a todo el mundo? —le dice la rubia sonrojada.

—Pero bueno, eso no lo sabía yo —digo mirándolos pícaro.

—Yo he tenido que ponerme muy pesada para que me contara dónde estuvo.

Durante un rato, Hera y yo, nos dedicamos a molestar a nuestros amigos, quienes amenazan con irse a otro bar ellos solos. Cuando terminamos la primera ronda de cervezas, pedimos otra, y luego otra, y otra y cuando vamos a pedir la quinta, las chicas deciden volver a su residencia así que nosotros nos vamos también. Marc se va con ellas ya que ambos están ahora en el campus viviendo y yo me voy hacia mi casa.

Al llegar, me desvisto y cambio los vaqueros y la sudadera por unos pantalones de chándal grises. Abro Netflix en la televisión y pongo un capítulo al azar de Rick y Morty. Y así paso un par de horas hasta que el sonido de una notificación me hace mirar el teléfono.

@itsherx: HELP! SOS! AYUDA! Marc y Ela están a punto de reproducirse en mi habitación y debo de estudiar!!!! QUÉ HAGO???????? 🤮🤮🤮

Me río al ver su mensaje y le propongo venirse a mi casa ya que ahora las bibliotecas están cerradas. Ella me pregunta, de una manera indirecta, si puede quedarse a dormir y yo acepto.

No me voy a negar a sentirla cerca.

Diez minutos después, paro el coche justo en la puerta de su residencia. Ella está apoyada en la puerta de ésta mirando el móvil con una sonrisa en la cara, lleva un moño desaliñado y unos vaqueros ajustados junto a una sudadera negra. Saco la cabeza por la ventanilla y le saco de su trance con un grito, ella se asusta y me mira para volver a sonreír, se acerca a mi coche y sube en el asiento del copiloto dejando su mochila entre sus piernas.

—Dios, gracias, de verdad.

—No es nada, en serio.

Durante el camino, me relata cómo ha sido su asquerosa experiencia y yo me río a carcajada limpia mirando de reojo sus muecas. Cuando llegamos, subimos a mi piso y ella se quita la sudadera quedando en una camiseta negra de tirantes totalmente ajustada. Jesús.

—Tu habitación es la de la izquierda en el pasillo, la de enfrente es la mía. El baño es la puerta del fondo y la otra puerta es una especie de biblioteca. Hay todo lo que puedas necesitar ahí dentro —explico.

Aún me acuerdo de cómo cada dos por tres mi madre compraba libros de cualquier cosa y los ponía en las estanterías, mi padre siempre rodaba los ojos cuando la veía entrar con bolsas de librerías y le decía que algún día se quedarían sin estanterías suficientes. Mamá siempre le decía que cuando llegase ese momento, se mudaría a una casa con un lugar más amplio para sus libros. Y lo hicieron. Al poco tiempo de cumplir los diecinueve, me dijeron que se iban a un chalet a las afueras de la ciudad y que me veían lo suficientemente preparado para vivir solo, solo que los gastos mensuales correrían de mi cuenta, y así ha sido desde entonces. Entre ahorros, trabajillos que he tenido, etc he estado viviendo los últimos tres años.

—La cocina está ahí —digo señalándola—, ahí el salón —continuo mientras lo señalo también— y poco más.

Ella asiente, conforme con lo que le digo y va hasta la habitación a dejar sus cosas. Unos segundos después, se sienta en el sofá y me mira pidiendo permiso para subir sus pies así que asiento. Ella sube las piernas y las flexiona contra su pecho, apoya su barbilla en las rodillas y con las manos sujetando un montón de papeles, se pone a estudiar. Yo la miro, casi embobado, por la naturalidad que emana y lo preciosa que es. Todavía no me crea que vaya a estar con ella toda la noche.

—Si quieres cualquier cosa, hazlo como si estuvieras en tu casa. Iré a ducharme y luego prepararé la cena.

—¿Quieres que la haga yo? No me importa, además tampoco me voy a aprovechar totalmente de tu hospitalidad —dice tímida.

—Oh, como quieras, la verdad.

—Perfecto, pues yo cocino y tú te duchas —dice sonriente y se mete en la cocina.

Instintivamente, mi mirada la recorre, bajita, con un cuerpo de reloj de arena que me pone mal, unas caderas que se ven genial y una espalda que me hipnotiza con sus lunares. Sin poder evitarlo, empiezo a notar el calor extenderse por todo mi cuerpo.

Oh, una ducha de agua fría, qué bien.

Imposible dejarlo correr [TMC#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora