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"... No sabía si sentirse culpable,

o darles libertad de una vez por todas,

a las mariposas de su estómago..."



La culpa, esa visita inesperada que llega cuando menos la necesitas.

Ese fuego que te quema por dentro desde el fondo de las entrañas, obligándote a sentirte despreciable y no merecedor de nada de lo bueno que te pueda pasar.

Ese sentimiento que va creciendo dentro de ti sin que te des cuenta, lentamente, hasta el día que aparecen los primeros síntomas y te das cuenta de que ya es tarde para salvarte, porque inevitablemente la culpa nunca llega con el suficiente tiempo como para hacer algo al respecto.

Así fue como se sintió San, mientras guardaba las pocas ropas que había traído en el armario de aquella vieja cabaña, pensando una y otra vez cuánto había cambiado su vida en los últimos días, y tristemente cuánto había cambiado él y su manera de ver las cosas.

Eran los recuerdos de Nancy, mezclados con la sonrisa de Yuta, la que lo torturaba de manera inevitable cada vez que cerraba los ojos e intentaba dormir.

La voz de su esposa resonaba en su mente una y otra vez confesándole que sabía que él amaba a su amigo, mientras él se esforzaba por mantener aquel teatro de que solo era buenos vecinos que se ayudaban.

Al mismo tiempo, no paraba de preguntarse el porqué ella mantuvo el secreto, porque guardó silencio de todo lo que estaba pasando.

Se cuestionaba si era tanto el amor que ella le tenía como para no querer renunciar a él o realmente no lo había amado y por eso no le importaba.

Ahora, que los días habían pasado y él en cierta manera había puesto distancia de Yuta, no podía evitar sentir a su corazón llorar, aprisionado en una esquina, como queriendo negarse a latir sin la voz del japonés susurrando en su oído un "todo estará bien".

Despacio, se sentó sobre la cama en la que locamente se habían amado todas aquellas noches que estuvieron ahí, sintiéndose culpable una vez más, porque nunca con ella había sentido la intensidad de un orgasmo de la manera que lo hacía con él.

Ella nunca había podido despertar aquel deseo insano que Yuta, sin ser consciente, instauraba en él.

Sabía por experiencia que los días que siguen a la muerte de un ser querido son complicados, la persona se encuentra perdida, porque de repente la vida se vuelve un castillo en ruinas, donde te preguntas si es más fácil reconstruirlo o demolerlo por completo.

Eso mismo es lo que ahora pasaba con su vida, acababa de perder a su compañera, su amiga, a la que desgraciadamente había dejado de amar a cambio de enamorarse de una persona que nunca le pertenecería, porque aunque Sana no estuviera, Yuta nunca tendría valor de enfrentar a la sociedad por él.

Lo amaba, de eso estaba seguro, porque cada célula de su cuerpo lo llamaba a gritos por las noches, cada milímetro de su piel ansiaba aquel contacto que lo llenaba de vida, porque aunque él no quisiera, aquel hombre se había adueñado sin permiso de todo su ser.

Pasando la mano suavemente por las sabanas recordó aquellas miradas, aquel gesto de placer de Yuta, mordiéndose el labio inferior segundos antes de explotar de placer.

Recordó también las veces que tuvo que ver a Sana besándolo, tocándolo, cuando deseaba ser él quien fuera dueño de todo su cuerpo.

Él no le pertenecía, nunca lo había hecho y quizá lo mejor era irse lejos, empezar de nuevo, olvidar todo lo que había pasado y renunciar a él.

Indecentes    San / YutaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora