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"... Si alguien quiere ser

seriamente parte

de tu vida,

hará lo imposible

por estar en ella..."

Yuta observaba distraído y embobado la pared de su despacho, con la mirada perdida entre los cuadros que adornaban el muro y la ventana, donde apenas se sentía el sonido de las gotas de lluvia golpeando contra el cristal.

Hacía minutos había colgado la llamada que San le había hecho, como cada miércoles desde que había vuelto a su casa.

Apenas aquellas conversaciones eran suficientes para explicarse tres o cuatro cosas importantes, pero lo valioso de estas, era que siempre acababan con aquella declaración de amor de uno al otro, y no había ni una vez en la que a Yuta no le temblaran las piernas cuando San le susurraba "te amo, bebé" y él poniéndose rojo como un tomate agradecía que nadie entrara a su despacho y que tenía intimidad, porque se veía a sí mismo como un niño respondiéndole con un "yo también te amo, cariño" con las mejillas sonrojadas.

Hacía calor dentro de aquella oficina y una fina capa de vaho empañaba el cristal de la ventana y fue ahí, al ver aquello, que el japonés tuvo una grandísima idea.

Cuando estaban en el sur, en una de aquellas conversaciones postsexo, San le había contado que lo que más recordaba de su madre era el amor que tenía esta por las plantas.

Le explicó que cuando él era pequeño pasaba horas y horas ayudando a su madre en el invernadero que tenían detrás de casa a plantar flores, quitar hojas muertas y admirando la belleza de la naturaleza que allí crecía.

En seguida formó un plan en su cabeza, si, él haría un invernadero para San, así aquel recuerdo de su madre permanecería intacto en su memoria.

Apenas unos días más tarde había cuatro empleados montando la estructura, bajo la confundida mirada de Sana que no entendía que se le había dado a su marido de golpe por aquel repentino ataque de querer tener plantas.

Paso día y noche arreglando todo, montando plásticos transparentes y tubos con conexiones para riego.

Lo había construido en la parte donde su patio colindaba con el de San, para que el acceso pueda ser fácil desde ambos lados.

-Yuta ¿qué se te ha dado ahora por esto?, siempre logras sorprenderme- afirmó ella mirándolo desde abajo de la escalera mientras él clavaba algunas tablas en el techo.

-Esto puede ser un negocio a futuro Sana, la gente siempre compra flores, decoran sus casas incluso en las peores crisis, las personas necesitan la naturaleza para estar en equilibrio- respondió él con simpleza, sin querer dar demasiadas explicaciones. Faltaban unas cuatro semanas para que San llegara y él quería que todo estuviese listo.

Moría de ansiedad de imaginar el rostro sorprendido de su amor al ver que aquello sería suyo, ya se ocuparía el de inventar algo para qué Sana no lo molestase, al fin y al cabo los días con ella estaban contados, porque Yuta, como nunca, lo tenía totalmente claro, buscaría la manera, pero la dejaría.

Las dos semanas siguientes fue recorriendo todas las florerías de la ciudad buscando plantas originarias de Asia, iba junto con su pequeña Hitomi quien se vio muy entusiasmada en acompañar a su padre a elegir aquellas plantas de colores tan bonitos y exóticos, mientras caminaban de la mano parando de vez en cuando a tomar algún helado.

Cada tarde la noche los recibía regando y ordenando de la manera más alegre posible aquel invernadero, hasta que la pequeña bostezaba agotada y Yuta sonreía, regresando a casa con su niña dormida en brazos.

Indecentes    San / YutaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora